Para proteger la verdad histórica hay que insistir en lo siguiente: Marx sostuvo que el socialismo sería una etapa de transición, pero de progreso y bienestar, entre el capitalismo y la sociedad comunista. En su opinión, esta última se caracterizaría por una masiva abundancia de bienes materiales y espirituales, y el trabajo dejaría de ser una obligación para convertirse en una práctica accesoria, en buena medida innecesaria.
El curso de los eventos concretos distó mucho de asemejarse al que imaginó Marx. El socialismo real ha sido un patente fracaso económico, que resulta siempre en depauperación y penuria; pero ello no nos da derecho a distorsionar lo que Marx postuló en sus escritos. Una cosa es que se haya equivocado, como de hecho ocurrió, y otra diferente afirmar que no dijo lo que en efecto dijo.
De allí que el denominado socialismo del siglo XXI no responde en modo alguno a la utopía que concibió Marx. Por el contrario, Hugo Chávez describe la suya en términos de lo que Marx habría llamado horda primitiva o comuna tribal, es decir, una especie de colectividad arcaica y mísera, en la que impera una igualdad basada en el trueque, la estrechez e indigencia compartidas.
En este orden de ideas, el socialismo de Chávez es profundamente regresivo, un salto hacia un pretérito intangible en busca de los espejismos de un presunto paraíso perdido, habitado por seres para quienes la escasez y las privaciones son motivo de dicha soporífera y aletargada. Todo ello, desde luego, dirigido por un grupo de iluminados que aseveran conocer lo que es bueno para los demás y tratan de imponerlo, así sea a la fuerza.
Uno se pregunta cómo llegó Hugo Chávez a creer que semejante delirio es capaz de plasmarse en la Venezuela real, la del petróleo, la ruptura del vínculo entre trabajo y bienestar, la ligereza caribeña y el hedonismo fácil.
Algunos argumentan que el caudillo bolivariano es un gran comunicador que entiende con acierto la sicología de nuestro pueblo. De veras lo dudo. Sus ensoñaciones surgen de la incapacidad para contemplar la realidad sin trabas y entender que su revolución sobrevive por el dinero y el reparto populista. Es un proceso sin fervor, sin compromiso, sin epopeya o heroísmo.
¿Qué conduce a Chávez a proclamarse marxista? Por un lado, los viejos y mal digeridos manuales soviéticos y cubanos, sumados a lecturas volanderas de Marx y Lenin, le proporcionan una cómoda simplificación de la historia y la política, una simplificación hecha de luchas maniqueas entre malos y buenos, ricos y pobres, opresores y desamparados. Por otra parte, y aún más importante, el marxismo ha sido exitoso en un punto clave, como herramienta justificatoria para el poder total de quienes le enarbolan a la manera de Stalin, Mao, Kim Il Sung, Castro, y el resto del panteón de déspotas sanguinarios.
En tal sentido, el marxismo sirve a Chávez como excusa y coartada. Se trata un marxismo tosco y barato, que le hunde en irresolubles contradicciones. No obstante, sus contenidos revelan una cuestión fundamental, propia de todos los experimentos de un modo u otro similares: El socialismo del siglo XXI se sustenta en una visión que desdeña al pueblo, subestima sus condiciones intelectuales y le percibe como un manipulable conjunto de débiles jurídicos, morales y hasta mentales. El proyecto chavista genera el empobrecimiento, no su superación; su ideal es una sociedad lastimera y poblada de seres sumisos y dependientes, centrados en la perenne invención de enemigos a quienes atribuir culpas. Es un proyecto deshonesto.
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El curso de los eventos concretos distó mucho de asemejarse al que imaginó Marx. El socialismo real ha sido un patente fracaso económico, que resulta siempre en depauperación y penuria; pero ello no nos da derecho a distorsionar lo que Marx postuló en sus escritos. Una cosa es que se haya equivocado, como de hecho ocurrió, y otra diferente afirmar que no dijo lo que en efecto dijo.
De allí que el denominado socialismo del siglo XXI no responde en modo alguno a la utopía que concibió Marx. Por el contrario, Hugo Chávez describe la suya en términos de lo que Marx habría llamado horda primitiva o comuna tribal, es decir, una especie de colectividad arcaica y mísera, en la que impera una igualdad basada en el trueque, la estrechez e indigencia compartidas.
En este orden de ideas, el socialismo de Chávez es profundamente regresivo, un salto hacia un pretérito intangible en busca de los espejismos de un presunto paraíso perdido, habitado por seres para quienes la escasez y las privaciones son motivo de dicha soporífera y aletargada. Todo ello, desde luego, dirigido por un grupo de iluminados que aseveran conocer lo que es bueno para los demás y tratan de imponerlo, así sea a la fuerza.
Uno se pregunta cómo llegó Hugo Chávez a creer que semejante delirio es capaz de plasmarse en la Venezuela real, la del petróleo, la ruptura del vínculo entre trabajo y bienestar, la ligereza caribeña y el hedonismo fácil.
Algunos argumentan que el caudillo bolivariano es un gran comunicador que entiende con acierto la sicología de nuestro pueblo. De veras lo dudo. Sus ensoñaciones surgen de la incapacidad para contemplar la realidad sin trabas y entender que su revolución sobrevive por el dinero y el reparto populista. Es un proceso sin fervor, sin compromiso, sin epopeya o heroísmo.
¿Qué conduce a Chávez a proclamarse marxista? Por un lado, los viejos y mal digeridos manuales soviéticos y cubanos, sumados a lecturas volanderas de Marx y Lenin, le proporcionan una cómoda simplificación de la historia y la política, una simplificación hecha de luchas maniqueas entre malos y buenos, ricos y pobres, opresores y desamparados. Por otra parte, y aún más importante, el marxismo ha sido exitoso en un punto clave, como herramienta justificatoria para el poder total de quienes le enarbolan a la manera de Stalin, Mao, Kim Il Sung, Castro, y el resto del panteón de déspotas sanguinarios.
En tal sentido, el marxismo sirve a Chávez como excusa y coartada. Se trata un marxismo tosco y barato, que le hunde en irresolubles contradicciones. No obstante, sus contenidos revelan una cuestión fundamental, propia de todos los experimentos de un modo u otro similares: El socialismo del siglo XXI se sustenta en una visión que desdeña al pueblo, subestima sus condiciones intelectuales y le percibe como un manipulable conjunto de débiles jurídicos, morales y hasta mentales. El proyecto chavista genera el empobrecimiento, no su superación; su ideal es una sociedad lastimera y poblada de seres sumisos y dependientes, centrados en la perenne invención de enemigos a quienes atribuir culpas. Es un proyecto deshonesto.
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