Excelentísimo señor José Alberto Mujica Cordano. Presidente de la República Oriental del Uruguay.
Excelentísimo señor Presidente:
No le escribo hoy a don JoséAlberto Mujica Cordano, sino al “Pepe” revolucionario, a ese hombre que en medio del fango del horror, conservó siempre intacta la flor de la justicia; a ese soñador que no apagó la luz de la utopía, ni en el más oscuro rincón de su celda olvidada; a ese idealista que defendió, ante ofensas y amenazas, una fe inquebrantable en un futuro mejor para Uruguay y para América Latina. Le escribo al “Pepe” para decirle que queda todavía, en el morral del tiempo, una última utopía: la abolición del ejército uruguayo.
Mis palabras emergen del cariño y de la buena voluntad. Sé que no tengo ningún mandato sobre los destinos de su pueblo. No pretendo irrespetar la soberanía de una nación hermana. Tan solo quiero brindar un consejo que veo escrito en el muro de la historia de la humanidad: los ejércitos son enemigos del desarrollo, enemigos de la paz, enemigos de la libertad y enemigos de la alegría. Trampa permanente. En gran parte del mundo, y sobre todo en América Latina, las fuerzas armadas han sido la fuente de la más ingrata memoria colectiva. Fue la bota militar la que pisoteó los derechos humanos en nuestra región. Fue la voz del general la que pronunció las más cruentas órdenes de captura contra estudiantes y artistas. Fue la mano del soldado la que disparó en la espalda del pueblo inocente. En el mejor de los escenarios, los ejércitos latinoamericanos han significado un gasto prohibitivo para nuestras economías. Y en el peor, han significado una trampa permanente para nuestras democracias.
Uruguay no necesita un ejército. Su seguridad interna puede estar a cargo del cuerpo de policía, y su seguridad nacional no gana nada con un aparato militar que jamás será más poderoso que el de sus vecinos, que además son países democráticos. No importa cuánto invierta en sus fuerzas armadas, Uruguay no logrará ganar una carrera armamentista contra Brasil, Colombia, Argentina, Chile y Venezuela. En las circunstancias actuales, la indefensión es mejor política de seguridad nacional para su pueblo, que un aparato militar inferior al de sus vecinos.
Lo digo por experiencia. Costa Rica fue el primer país en la historia en abolir su ejército y declararle la paz al mundo. Hace más de sesenta años, otro Pepe revolucionario, el comandante José Figueres, decidió proscribir para siempre las fuerzas armadas de mi país. Desde entonces, los costarricenses no han vuelto a vivir una guerra. No han vuelto a derramar su sangre en un enfrentamiento civil. No han vuelto a temer un golpe de Estado, una dictadura o un régimen de persecución política. Mi pueblo vive en paz porque apostó a la vida; vive en paz porque confío en el poder de la razón para gobernar los impulsos de la violencia. Fortaleza.
Me dirá, querido amigo, que Costa Rica vive en medio de países pacíficos. Pero eso no fue siempre así. Hubo una época en que mi pueblo colindaba al norte y al sur con la dictadura. Hubo una época en que el silbido de la metralla sonaba muy cerca de nuestras fronteras. En lugar de tomar las armas, Costa Rica salió a luchar por la paz en Centroamérica. No nos hizo falta el ejército. Por el contrario, estar desmilitarizados nos permitió ser percibidos como aliados de todas las partes del conflicto. En verdad le digo que no ha habido decisión que más haya fortalecido la seguridad nacional costarricense, que la de eliminar el ejército.
Otros dos países latinoamericanos han seguido nuestro ejemplo: Panamá y Haití. En 1994, el Congreso panameño aprobó, por medio de una reforma constitucional, la abolición de las fuerzas armadas. Desde entonces, Costa Rica y Panamá comparten la frontera más pacífica del mundo. Y no es casualidad que sean, también, las dos economías más exitosas del istmo centroamericano. Porque el dinero que destinábamos a nuestros ejércitos, lo destinamos ahora a la educación de nuestros niños, a la salud de nuestros ciudadanos y a la competitividad de nuestras industrias y comercios.
Hemos cosechado los dividendos de la paz, así como también los cosechó, aunque en menor medida, el pueblo de Haití, que con la abolición del ejército puso fin a un eterno rosario de golpes de Estado.
¡Hay tantos mártires en la historia contra la tutela militar! Usted que padeció bajo el yugo de la opresión, tiene ahora la posibilidad de librar para siempre de ese yugo a los hijos del mañana. Cuando el futuro venga, en palabras de Mario Benedetti, “con su afilada hoja y su balanza, preguntando ante todo por los sueños, y luego por las patrias, los recuerdos y los recién nacidos”, tenemos que saber qué le diremos. Tenemos que saber lo que hemos sido. Ojalá que ese futuro reconozca en usted, amigo Presidente, al “Pepe” revolucionario que declaró la paz al mundo y decretó sagrada la vida en Uruguay.
Óscar Arias Sánchez Presidente de la República de Costa Rica 10:04 p.m. 06/04/2010
http://www.nacion.com/2010-04-07/Opinion/PaginaQuince/Opinion2325392.aspx
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No le escribo hoy a don JoséAlberto Mujica Cordano, sino al “Pepe” revolucionario, a ese hombre que en medio del fango del horror, conservó siempre intacta la flor de la justicia; a ese soñador que no apagó la luz de la utopía, ni en el más oscuro rincón de su celda olvidada; a ese idealista que defendió, ante ofensas y amenazas, una fe inquebrantable en un futuro mejor para Uruguay y para América Latina. Le escribo al “Pepe” para decirle que queda todavía, en el morral del tiempo, una última utopía: la abolición del ejército uruguayo.
Mis palabras emergen del cariño y de la buena voluntad. Sé que no tengo ningún mandato sobre los destinos de su pueblo. No pretendo irrespetar la soberanía de una nación hermana. Tan solo quiero brindar un consejo que veo escrito en el muro de la historia de la humanidad: los ejércitos son enemigos del desarrollo, enemigos de la paz, enemigos de la libertad y enemigos de la alegría. Trampa permanente. En gran parte del mundo, y sobre todo en América Latina, las fuerzas armadas han sido la fuente de la más ingrata memoria colectiva. Fue la bota militar la que pisoteó los derechos humanos en nuestra región. Fue la voz del general la que pronunció las más cruentas órdenes de captura contra estudiantes y artistas. Fue la mano del soldado la que disparó en la espalda del pueblo inocente. En el mejor de los escenarios, los ejércitos latinoamericanos han significado un gasto prohibitivo para nuestras economías. Y en el peor, han significado una trampa permanente para nuestras democracias.
Uruguay no necesita un ejército. Su seguridad interna puede estar a cargo del cuerpo de policía, y su seguridad nacional no gana nada con un aparato militar que jamás será más poderoso que el de sus vecinos, que además son países democráticos. No importa cuánto invierta en sus fuerzas armadas, Uruguay no logrará ganar una carrera armamentista contra Brasil, Colombia, Argentina, Chile y Venezuela. En las circunstancias actuales, la indefensión es mejor política de seguridad nacional para su pueblo, que un aparato militar inferior al de sus vecinos.
Lo digo por experiencia. Costa Rica fue el primer país en la historia en abolir su ejército y declararle la paz al mundo. Hace más de sesenta años, otro Pepe revolucionario, el comandante José Figueres, decidió proscribir para siempre las fuerzas armadas de mi país. Desde entonces, los costarricenses no han vuelto a vivir una guerra. No han vuelto a derramar su sangre en un enfrentamiento civil. No han vuelto a temer un golpe de Estado, una dictadura o un régimen de persecución política. Mi pueblo vive en paz porque apostó a la vida; vive en paz porque confío en el poder de la razón para gobernar los impulsos de la violencia. Fortaleza.
Me dirá, querido amigo, que Costa Rica vive en medio de países pacíficos. Pero eso no fue siempre así. Hubo una época en que mi pueblo colindaba al norte y al sur con la dictadura. Hubo una época en que el silbido de la metralla sonaba muy cerca de nuestras fronteras. En lugar de tomar las armas, Costa Rica salió a luchar por la paz en Centroamérica. No nos hizo falta el ejército. Por el contrario, estar desmilitarizados nos permitió ser percibidos como aliados de todas las partes del conflicto. En verdad le digo que no ha habido decisión que más haya fortalecido la seguridad nacional costarricense, que la de eliminar el ejército.
Otros dos países latinoamericanos han seguido nuestro ejemplo: Panamá y Haití. En 1994, el Congreso panameño aprobó, por medio de una reforma constitucional, la abolición de las fuerzas armadas. Desde entonces, Costa Rica y Panamá comparten la frontera más pacífica del mundo. Y no es casualidad que sean, también, las dos economías más exitosas del istmo centroamericano. Porque el dinero que destinábamos a nuestros ejércitos, lo destinamos ahora a la educación de nuestros niños, a la salud de nuestros ciudadanos y a la competitividad de nuestras industrias y comercios.
Hemos cosechado los dividendos de la paz, así como también los cosechó, aunque en menor medida, el pueblo de Haití, que con la abolición del ejército puso fin a un eterno rosario de golpes de Estado.
¡Hay tantos mártires en la historia contra la tutela militar! Usted que padeció bajo el yugo de la opresión, tiene ahora la posibilidad de librar para siempre de ese yugo a los hijos del mañana. Cuando el futuro venga, en palabras de Mario Benedetti, “con su afilada hoja y su balanza, preguntando ante todo por los sueños, y luego por las patrias, los recuerdos y los recién nacidos”, tenemos que saber qué le diremos. Tenemos que saber lo que hemos sido. Ojalá que ese futuro reconozca en usted, amigo Presidente, al “Pepe” revolucionario que declaró la paz al mundo y decretó sagrada la vida en Uruguay.
Óscar Arias Sánchez Presidente de la República de Costa Rica 10:04 p.m. 06/04/2010
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