El problema no es la colocación de un busto de Fidel Castro frente a la Asamblea Nacional. Eso es una afrenta, una humillación más del régimen hacia el pueblo venezolano y por consiguiente una manifestación más del problema. Una que se agrega al currículo del gobernante más enemigo de la venezolanidad que jamás haya gobernado.
El problema es lo que ello pone en evidencia. Cuando el representante del partido de gobierno asegura que el busto es “único en el mundo” tiene razón: a nadie se le ocurriría hoy por hoy poner un busto de Fidel Castro en ninguna parte. Ese personaje es el emblema de todo lo que ha fracasado en el planeta y la vitrina más transparente a través de la cual se puede ver a un pueblo anclado a un fraude desde hace más de 50 años, a merced de una tiranía que aventaja a todas cuantas ha sufrido nuestra América, no sólo en tiempo de duración, sino en crueldad y depravación. De ella sólo se piensa en huir, así sea enfrentándose a los tiburones que infestan el “mar de la felicidad”.
Un busto a Castro es un homenaje a quien envió guerrilleros a Venezuela en los años 60 a invadir este país y tratar de instaurar el comunismo en nuestra tierra, experimento que se llevó muchas vidas, especialmente de militares, porque en esos tiempos los teníamos valientes, preclaros y comprometidos con la democracia y un concepto elevado de libertad.
Un busto a Castro es un monumento a la mentira y a la burla como políticas de Estado.
Un busto a Castro es el desconocimiento de cuanto sondeo de opinión llega a la mesa presidencial, ninguno de los cuales ha logrado otro resultado que no sea el abrumador rechazo de este pueblo a cualquier cosa que se parezca al castro-comunismo para nuestra nación.
Un busto a Castro es premiar la actual chulería de su régimen, que se ha llevado nuestros mejores recursos e ingresos, en detrimento de una población noble que carece de todo.
Un busto a Castro nos retrocede medio siglo, nos abochorna con el mundo y nos adosa a un dinosaurio que el globo terráqueo se ha sacudido, incluidos los intelectuales colaboracionistas que hasta antier lo adulaban, desde lejos, claro está.
Pero lo más grave de todo es que no es el busto, sino lo que él proclama: nada más y nada menos que estamos confirmando la alianza de Venezuela con las fuerzas demoníacas del terrorismo y la conspiración contra Occidente; que nos alineamos con aquellos que viven del delito y planifican la desestabilización y destrucción de los países animados por el odio y la retaliación; y que asumimos unas relaciones que ponen en peligro la seguridad nacional, nos restan aliados de toda la vida y nos ubican frente al futuro en la más tremenda de las incertidumbres. Basta reconocer quienes han sido los amigos de Castro en este continente y en el mundo, a lo largo de este azaroso medio siglo, para tomar conciencia de qué clase de elemento está representado en ese busto.
Pero lo peor es lo que subyace, la motivación detrás de una estatua de Fidel Castro. En concordancia con lo antes expuesto, la ordena un gobernante que irrespeta a su pueblo y a su historia, detesta a nuestra gente porque el resentimiento le impide permanecer cerca de su tradición, de sus angustias, de sus necesidades y de todo aquello que lo ofende, agrede y entristece. La realidad es que hay complejos que devoran entendimientos y anulan voluntades. No se le puede pedir más, no da para más, el error fue haberle confiado nuestro destino. Repararlo va más allá de condenar el busto de otro autócrata.
Quizá sea un buen comienzo percatarnos de que el diablo anda suelto y que la Asamblea Nacional hiede a azufre.
Macky Arenas
mackyar@gmail.com
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