*LUIS PEDRO ESPAÑA ESCRIBE EN EL NACIONAL DE CARACAS: “RIDICULO”
Viernes 14 de Marzo de 2008 Nación/17
Hay personas que no le tienen miedo al ridículo. No me cuento como una de ellas. Quizás por esto no pude sino dar, hace unos años, sólo un curso de situación social venezolana a miembros de la Fuerza Armada. El oficio marcial me parece que camina por el lindero que separa lo sublime y lo ridículo. Por regla general, cuando se exagera, cuando se adorna demasiado, definitivamente lo militar se vuelve ridículo.
Debe ser por ello que este Gobierno tan dado a la estética, tan meticuloso en las formas e improvisado en el contenido, realmente me parece muy proclive a caer en el ridículo.
Desde la indumentaria roja, pasando por omnipresencia del Presidente en cuanta valla o anuncio de publicidad se presente, terminando con la retórica repetitiva que pretende ser argumento, este Gobierno más que una revolución parece más bien una inmensa ridiculez.
Cuando esta forma de ser se limita a las personas y no trasciende del ámbito privado, el resultado no es sino una mezcla de risa con pena ajena. Pero cuando adquiere forma de política pública se vuelve una tragicómica consecuencia para todo un país. Tal fue el caso de lo ocurrido a lo largo de la semana pasada, cuando regresamos de la posible guerra con Colombia de la misma forma absurda como fuimos.
Tratar de explicar por qué se movilizaron tropas, se cerró la frontera, se retiraron y expulsaron delegaciones diplomáticas, se dieron mítines en la Asamblea Nacional, se convocaron ruedas de prensa con computadores que salieron de la nada, se amenazó con nacionalizar 200 empresas colombianas, se le mentó la madre a cuanta autoridad del vecino país asomó la cabeza y, finalmente, hasta se guardó un minuto de silencio por la muerte del camarada Reyes, todo eso para que después se arreglaran con abrazos y besos en un final de novela en el Grupo de Río.
Nada es gratuito. Nunca sabremos cuánto nos costó esta última ridiculez del Gobierno.
Afectar el comercio y la dinámica económica de los miles de cientos de personas que viven en la frontera, los gastos militares (si de verdad fue que alguien se movió para algún lado) y la suspensión de actividades y planes que debió provocar el alboroto, tiene un precio, un valor, que nadie indemnizará. El Ejecutivo se empeña en afectar los intereses realmente nacionales por seguir un libreto ideológico que no nos pertenece y, al cual, el país no le hace ni caso.
Quizás esa fue la única verdad sobre el desenfreno del Gobierno, nadie le paró demasiado. No hizo falta movilizar a las fuerzas democráticas y pacifistas del país para detener semejante locura. Aunque muchas personas se quejaron de que esta acción prebélica fue decidida por la voluntad de un solo hombre y que se embaucó a toda una nación por una supuesta confrontación, sin la más mínima consulta, lo cierto fue que nadie se la creyó demasiado, ni la propia Colombia se dio militarmente por enterado.
Cuentan que en esos días, en nuestras dependencias militares, se vivía la tradicional paz de los cuarteles y no se modificaron muchas de las rutinas y actividades. Sólo se cruzaban los dedos para que no le tocara a ninguno de ellos tener que cargar con el nuevo papelón que encomendaba el comandante en jefe.
Una vez más, y como le suele ocurrir al Gobierno, la realidad se impuso. Venezuela no tenía vela en el entierro de la operación militar ocurrida en la frontera colombo-ecuatoriana y, aunque los voceros progubernamentales insistan en el cariz heroico de los episodios, para algunos esto no fue sino una ridiculez más. Aunque para la mayoría del país probablemente ni eso.
lespana@ucab.edu.ve
Viernes 14 de Marzo de 2008 Nación/17
Hay personas que no le tienen miedo al ridículo. No me cuento como una de ellas. Quizás por esto no pude sino dar, hace unos años, sólo un curso de situación social venezolana a miembros de la Fuerza Armada. El oficio marcial me parece que camina por el lindero que separa lo sublime y lo ridículo. Por regla general, cuando se exagera, cuando se adorna demasiado, definitivamente lo militar se vuelve ridículo.
Debe ser por ello que este Gobierno tan dado a la estética, tan meticuloso en las formas e improvisado en el contenido, realmente me parece muy proclive a caer en el ridículo.
Desde la indumentaria roja, pasando por omnipresencia del Presidente en cuanta valla o anuncio de publicidad se presente, terminando con la retórica repetitiva que pretende ser argumento, este Gobierno más que una revolución parece más bien una inmensa ridiculez.
Cuando esta forma de ser se limita a las personas y no trasciende del ámbito privado, el resultado no es sino una mezcla de risa con pena ajena. Pero cuando adquiere forma de política pública se vuelve una tragicómica consecuencia para todo un país. Tal fue el caso de lo ocurrido a lo largo de la semana pasada, cuando regresamos de la posible guerra con Colombia de la misma forma absurda como fuimos.
Tratar de explicar por qué se movilizaron tropas, se cerró la frontera, se retiraron y expulsaron delegaciones diplomáticas, se dieron mítines en la Asamblea Nacional, se convocaron ruedas de prensa con computadores que salieron de la nada, se amenazó con nacionalizar 200 empresas colombianas, se le mentó la madre a cuanta autoridad del vecino país asomó la cabeza y, finalmente, hasta se guardó un minuto de silencio por la muerte del camarada Reyes, todo eso para que después se arreglaran con abrazos y besos en un final de novela en el Grupo de Río.
Nada es gratuito. Nunca sabremos cuánto nos costó esta última ridiculez del Gobierno.
Afectar el comercio y la dinámica económica de los miles de cientos de personas que viven en la frontera, los gastos militares (si de verdad fue que alguien se movió para algún lado) y la suspensión de actividades y planes que debió provocar el alboroto, tiene un precio, un valor, que nadie indemnizará. El Ejecutivo se empeña en afectar los intereses realmente nacionales por seguir un libreto ideológico que no nos pertenece y, al cual, el país no le hace ni caso.
Quizás esa fue la única verdad sobre el desenfreno del Gobierno, nadie le paró demasiado. No hizo falta movilizar a las fuerzas democráticas y pacifistas del país para detener semejante locura. Aunque muchas personas se quejaron de que esta acción prebélica fue decidida por la voluntad de un solo hombre y que se embaucó a toda una nación por una supuesta confrontación, sin la más mínima consulta, lo cierto fue que nadie se la creyó demasiado, ni la propia Colombia se dio militarmente por enterado.
Cuentan que en esos días, en nuestras dependencias militares, se vivía la tradicional paz de los cuarteles y no se modificaron muchas de las rutinas y actividades. Sólo se cruzaban los dedos para que no le tocara a ninguno de ellos tener que cargar con el nuevo papelón que encomendaba el comandante en jefe.
Una vez más, y como le suele ocurrir al Gobierno, la realidad se impuso. Venezuela no tenía vela en el entierro de la operación militar ocurrida en la frontera colombo-ecuatoriana y, aunque los voceros progubernamentales insistan en el cariz heroico de los episodios, para algunos esto no fue sino una ridiculez más. Aunque para la mayoría del país probablemente ni eso.
lespana@ucab.edu.ve
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