*ABC.es Editorial: “Alta tensión entre Colombia y Venezuela”
HACE ya ocho años que el caudillo venezolano Hugo Chávez alimenta con sus provocaciones la tensión con la vecina Colombia.
Esta política culminó esta semana con una declaración oficial por parte de la Asamblea Nacional de Caracas en la que se pide el reconocimiento como «fuerza beligerante» para las FARC y el ELN, dos narcoguerrillas de origen comunista que desde hace cuatro décadas se dedican a matar, a secuestrar y a hacer imposible el desarrollo de las enormes potencialidades de los colombianos.
Con esta declaración, Hugo Chávez no puede seguir engañando a nadie con sus chocantes propuestas de mediación y de búsqueda de la paz, porque él mismo se ha puesto abiertamente al lado de una de las partes -la guerrilla terrorista- y por tanto, no es razonable esperar que se le considere para un papel neutral en ningún proceso. Muy al contrario, todos los indicios llevan a pensar que el reiterado fracaso de sus políticas en Venezuela podría estar llevándole a buscar una falsa salida, creándose un enemigo exterior al que culpar de su estruendosa incapacidad de gestión ante una sociedad que está abandonando masivamente su proyecto revolucionario.
La visita que ha hecho a Bogotá esta misma semana el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., el almirante Michael G. Mullen, tiene mucho que ver con una inquietud que en otras circunstancias sería impensable, pero que en estos momentos no se puede ignorar: Chávez está llevando la crisis hasta un punto en el que existe el riesgo evidente de que intente provocar un conflicto militar con Colombia, directamente o a través de los terroristas de las FARC.
Hasta ahora, las excentricidades de Chávez se limitaban a la intervención más o menos disimulada en los procesos electorales de otros países para aupar al poder a aliados suyos. Ahora son perceptibles los síntomas de que ciertos desarreglos anímicos podrían empujarle a tomar decisiones mucho más graves para toda la región.
Es el momento de recordar que Hugo Chávez ha gastado mucho dinero en armamento moderno (y que una parte le ha sido servida por el Gobierno socialista español) cuya necesidad real era más que discutible, si no es en el contexto de ciertos proyectos expansionistas a los que disfraza utilizando a su manera el mito de la figura del Libertador.
Sin que ello justifique sus defectos en otros campos -que los tiene-, hay que reconocer que el presidente Álvaro Uribe, al que han apoyado con gallardía algunos de sus antecesores en el cargo, ha mantenido una posición razonable, tratando de evitar que el intercambio de declaraciones no sirva para añadir más leña al fuego.
La templanza es por ahora la mejor respuesta de Colombia a las provocaciones de Hugo Chávez. Pero, por si acaso, este país merece también una expresión clara de apoyo por parte de la comunidad internacional para que Chávez pueda sacar sus conclusiones antes de que sea demasiado tarde para todos.
HACE ya ocho años que el caudillo venezolano Hugo Chávez alimenta con sus provocaciones la tensión con la vecina Colombia.
Esta política culminó esta semana con una declaración oficial por parte de la Asamblea Nacional de Caracas en la que se pide el reconocimiento como «fuerza beligerante» para las FARC y el ELN, dos narcoguerrillas de origen comunista que desde hace cuatro décadas se dedican a matar, a secuestrar y a hacer imposible el desarrollo de las enormes potencialidades de los colombianos.
Con esta declaración, Hugo Chávez no puede seguir engañando a nadie con sus chocantes propuestas de mediación y de búsqueda de la paz, porque él mismo se ha puesto abiertamente al lado de una de las partes -la guerrilla terrorista- y por tanto, no es razonable esperar que se le considere para un papel neutral en ningún proceso. Muy al contrario, todos los indicios llevan a pensar que el reiterado fracaso de sus políticas en Venezuela podría estar llevándole a buscar una falsa salida, creándose un enemigo exterior al que culpar de su estruendosa incapacidad de gestión ante una sociedad que está abandonando masivamente su proyecto revolucionario.
La visita que ha hecho a Bogotá esta misma semana el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., el almirante Michael G. Mullen, tiene mucho que ver con una inquietud que en otras circunstancias sería impensable, pero que en estos momentos no se puede ignorar: Chávez está llevando la crisis hasta un punto en el que existe el riesgo evidente de que intente provocar un conflicto militar con Colombia, directamente o a través de los terroristas de las FARC.
Hasta ahora, las excentricidades de Chávez se limitaban a la intervención más o menos disimulada en los procesos electorales de otros países para aupar al poder a aliados suyos. Ahora son perceptibles los síntomas de que ciertos desarreglos anímicos podrían empujarle a tomar decisiones mucho más graves para toda la región.
Es el momento de recordar que Hugo Chávez ha gastado mucho dinero en armamento moderno (y que una parte le ha sido servida por el Gobierno socialista español) cuya necesidad real era más que discutible, si no es en el contexto de ciertos proyectos expansionistas a los que disfraza utilizando a su manera el mito de la figura del Libertador.
Sin que ello justifique sus defectos en otros campos -que los tiene-, hay que reconocer que el presidente Álvaro Uribe, al que han apoyado con gallardía algunos de sus antecesores en el cargo, ha mantenido una posición razonable, tratando de evitar que el intercambio de declaraciones no sirva para añadir más leña al fuego.
La templanza es por ahora la mejor respuesta de Colombia a las provocaciones de Hugo Chávez. Pero, por si acaso, este país merece también una expresión clara de apoyo por parte de la comunidad internacional para que Chávez pueda sacar sus conclusiones antes de que sea demasiado tarde para todos.
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