EDUARDO COLMENARES F. |
Siempre
he creído que mientras existan conceptos
claros las decisiones son fáciles y las rutas para lograr objetivos se
despejan.
En
política, como en todo, hay que estar conceptualmente claro para fijar
estrategias que realmente permitan establecer rutas que nos conduzcan en la
dirección correcta.
Pero
como todo, para estar conceptualmente claro, hay que dejar de improvisar y hacer
un ejercicio RACIONAL de aprendizaje e investigación que considere factores
tales como la historia, la condiciones locales y lo que sucede en el mundo de
hoy; en otras palabras, quienes somos, de dónde venimos y hacia donde queremos
ir.
En
Venezuela la dirigencia política se ha quedado estancada en el tiempo. Mientras
el mundo avanza y evoluciona en todos los sentidos, incluyendo el político,
nosotros nos encontramos anclados en el pasado, con dirigentes que no saben, ni
entienden, el significado de la sociedad civil como esencia y fundamento de la
democracia moderna.
Dirigentes
políticos que todavía hoy siguen discurriendo sobre ideologías como panaceas
para dar solución a nuestros problemas sociales y que terminan engendrando más
pobreza y desigualdad. Que definen sus objetivos en función de obtener, como
trofeo, algún pedazo del poder político
desde un estado centralizado todopoderoso, que se respaldan en partidos de
masas, especialistas en formar
ciudadanos empobrecidos, sumergidos en la mediocridad para crearles
dependencia de la renta del estado. Políticos y líderes que conceptualmente no
han sabido resolver la ecuación, sociedad civil – estado - partidos.
Se
improvisa tanto como considerar, hasta años recientes, que los abogados se
graduaban de “Doctores en Ciencias Políticas”,
mientras que en nuestras escuelas no se enseña ni un solo concepto en
ciencias públicas que nos permita crecer como ciudadanos.
Esta
improvisación, hoy ha llegado a tal punto, que aun después de casi 70 años de
democracia, se engendró un caudillo como
HCF que ha desquiciado al país de tal forma que nos encontramos rezagados en
los últimos lugares de desarrollo en el mundo, a pesar de poseer un recurso
humano con un mestizaje increíble, sin prejuicios raciales, culturales o
religiosos y contando con incalculables recursos naturales, entre ellos, una de
las mayores reservas energéticas del planeta.
La
improvisación comienza por confundir y desconocer los conceptos básicos de cómo
funciona políticamente una sociedad civil. Nuestros políticos creen que cuando
las masas poseen muy poca cultura política, o cuando se cree que éstas no saben
lo que quieren, tienen que ser acaudillados por seres superiores verdaderos
engendros galácticos de virtudes, cuasi dioses del Olimpo. Nunca se han informado que aun en caso de sociedades con
poca cultura política, éstas no pueden ser conducidas a mostrar sumisión a un caudillo, puesto que sumisión significa,
precisamente, la destrucción del concepto de sociedad civil para convertirla en
una sociedad de borregos, alejándose así del papel primordial de constituirse
en el balance ético en el ejercicio de la política.
Se
puede esperar que las sociedades civiles con poca cultura política puedan estar
dispersas en algunos de los conceptos políticos que los llevan a interpretar
las nociones de cómo alcanzar el bienestar social, pero hoy está bien claro que
nadie puede están por encima de ellas para asumir ese papel en su
representación. O como expresa Jurgen Habermas (¿cuantos de nuestros políticos
saben de su existencia?), “Ninguna autoridad colectiva limita el ámbito
individual de enjuiciamiento, nadie mediatiza la competencia enjuiciadora de
cada individuo”.
La
improvisación se acentúa al no entender que de acuerdo al concepto expresado en
el párrafo anterior, el liderazgo político consiste precisamente en crear un
vínculo de acción comunicativa con la sociedad civil para interpretar sus
necesidades y guiarla en su papel de rector moral, para conducirla como líderes
y servidores públicos.
La
improvisación toma visos transcendentales cuando las ambiciones de nuestros
políticos históricamente se han formado bajo la idea que, entre mayor sea el
poder y la centralización del Estado, mayores serán los beneficios para ellos y
sus gobernados. Y así generan tales ambigüedades como creer que para hacer
justicia social deben ocupar todos los espacios de emprendimiento porque las
iniciativas individuales, realizadas desde la sociedad civil, están condenadas
a favorecer a unos pocos que en algún momento desafiaran y cuestionaran ese
poder.
Olvidan
que el Estado debe tener como prioridad la justicia, la educación, la salud y
los servicios públicos. Ambigüedades tales como dejar totalmente indefinidas
las áreas de competencia, a los niveles de autoridades nacionales o regionales,
para mantener desinformada a la opinión pública. O “sistemas para hacer
justicia burocratizados” que conceden “autoridad” a seres sin instrucción para
que definan “penalidades” porque los ciudadanos (presuntos culpables) no
presenten evidencias para probar su inocencia.
Pero
que más improvisación que los sistemas de defensa de la soberanía territorial
por fuerzas armadas que consume ingentes recursos para conformar castas de una
sociedad militar aburguesada que casi siempre termina convertida en una amenaza
a los valores cívicos de una democracia pluralista moderna. Históricamente
nunca hemos sido amenazados por enemigos externos, salvo algunas escaramuzas
aisladas y nunca, a Dios gracias, ha habido una guerra con un enemigo externo.
Pero son sobrados los casos de personajes del alto grado militar quienes crean
obstáculos para el desarrollo de una sociedad democrática moderna, auspiciados
por su mente militarista, colmo de la improvisación política. Hoy existen casos
de naciones con alto grado de desarrollo donde el rol de la defensa de la
soberanía territorial ha sido replanteado como una responsabilidad de los
ciudadanos bajo conceptos modernos. Ejemplo de esas naciones son Japón,
Alemania, Suiza y Costa Rica en nuestra América Latina.
Los
venezolanos debemos hacer un examen de nuestra conciencia política y determinar
si debemos continuar bajo tanta
improvisación, la cual ha sido la causante de encontrarnos hoy sumidos en el
desconcierto. Repensar una república moderna, conducida por nosotros los
ciudadanos, con líderes políticos bien formados, como servidores públicos, y no
como caza recompensas del erario público, es una realidad histórica. Y pronto
llegará el momento en que la crisis actual hará mella en el estómago de los más
pobres y exigiremos un cambio de rumbo. O comenzamos la tarea, largamente
pospuesta, de reconstituimos bajo una sociedad moderna liderada por la sociedad
civil o seguimos como estamos, corriendo el grave riesgo de quedarnos rezagados
en la historia, esperando por un nuevo caudillo redentor con un título de
Doctor, o una cachucha militar, o lo que es peor, un izquierdista resentido.
Enviado
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