Venezuela,
como no se cansa de reiterarlo el Nobel peruano Mario Vargas Llosa, el país
potencialmente más rico de América Latina y uno de los más ricos del mundo,
dotado de extraordinarias ventajas geoestratégicas, principal reserva
petrolífera de Occidente, con una población mayoritariamente joven y
relativamente pequeña, extensos territorios inexplorados y colosales reservas
hidrográficas, no figura en el ranking de las diez mejores universidades de la
región ni entre las 100 mejores universidades del mundo. Considerada sus
características arriba señaladas, y en proporción al número de sus habitantes, se
encuentra incluso por debajo de Haití. En el último lugar del desarrollo
universitario, científico y tecnológico de América Latina.
Por
el contrario, no siendo el país más poblado de la región ocupa el primer lugar
en número de asesinatos por cada cien mil habitantes y puede exhibir con rubor
uno de los más destacados lugares entre los países más violentos del mundo. No
existen rankings pormenorizados de la corrupción por habitante/metro cuadrado,
pero si los hubiese también encabezaríamos el ranking de los país más corruptos
del planeta. Quien se satisfaga con darle crédito a los rankings que inundan
las redes sociales podrá decir, sin temor a equivocarse, que es el país más
interesado en la muerte, menos interesado en la educación y más impermeable a
los principios éticos y morales de la tierra. Tres récords que, por lo menos,
debieran provocarnos una honda consternación y una profunda vergüenza. Ora pro
novis.
Si
el fetichismo de las mayorías, propio de la democracia – ese error estadístico,
que decía Jorge Luis Borges – mostrara más que el número, la calidad espiritual
del ciudadano, se vería que la razón por esos tres ominosos récords de la
infamia se debe a que el país lleva catorce años gobernado por los peores, los
más incultos, los menos preparados de sus nativos y respaldados por el
analfabetismo nacional de mayorías ágrafas, sumidas en la barbarie y prontas a
esgrimir el sable, la lanza y el machete. Ahora en caballerías motorizadas y
provistas de armas de última generación.
Raspe
el fetichismo numérico y verá que tras un voto chavista, luego de burlar el
fraude autoimpuesto por los árbitros electorales, hay ignorancia, analfabetismo, incultura.
Sería interesante una encuesta que dé cuenta del promedio educativo de los
colectivos. Bandas de delincuentes analfabetas dedicados a asesinar estudiantes
universitarios. La metáfora perfecta de esta verdadera película de ciencia ficción
del horror que vivimos desde el 4 de febrero de 1992: analfabetas asesinos a la
caza de universitarios. ¿No es digno de un filme de Tarantino?
Lo
digo perfectamente consciente de que saltarán los dirigentes de una oposición
de plastilina a reclamar por el maltrato que le profeso a la pobresía rojo
rojita, sin cuya consideración, respeto y aclamación señalan orgullosos que no
moverán un dedo. Sin ellos, conmigo no cuenten, exclaman quienes habiendo
nacido en cuna de oro están atosigados de mala conciencia. O de lamentable
oportunismo electorero. Aquellos vicios que a quienes nacimos y nos criamos en
pobreza extrema, a la hora de hacer valer la verdad, no nos arredran. Conocer
el vientre vacío de la pobreza nos impide tropezarnos con nuestras propias colas.
No
saldremos de estos tiempos de infamia hasta no comprender que a la infamia se
la enfrenta con convicción, lucidez y entereza. Con la verdad por delante, así
nos ardan las heridas del engaño. Hasta no aceptar los hechos en toda su cruda
y espantosa realidad. Hasta no poner la dignidad, el orgullo y la grandeza por
delante.
Sin medias tintas, sin carantoñas, sin medias verdades. Pensar, es
cierto pero; ¿cómo, dónde y con quién?
Ese es el problema.
Antonio
Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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