A
lo largo del Siglo XX casi todas las fuerzas políticas tuvieron su oportunidad
en Venezuela. Aunque agazapada en el pensamiento de nuestros dirigentes, a una
tendencia ideológica se le había negado el acceso franco al poder: al marxismo.
Estalla
en 1997 una crisis en Tailandia que como efecto dominó arrastró consigo a todo
el Sudeste Asiático, dando al traste con el espectacular crecimiento económico
de los llamados ¨tigres de papel¨. El resultado fue una caída en la demanda
petrolera mundial del orden de 2 millones de barriles diarios, derrumbando los
precios y provocando la caída de la cesta venezolana a 7 dólares el barril.
El
impacto en nuestra política fue formidable. Partidos tradicionales como Acción
Democrática y Copei fueron barridos del espectro político. En medio de aquel terremoto, la historia optó
por brindarle una oportunidad al marxismo.
Llega
al poder a finales de 1998 disfrazado de tercera vía, tocado con gorra militar
y altamente populista. Surfea sobre una larga ola de bonanza petrolera sin precedentes. Aquel
inesperado maná petrolero hace creer a los más ingenuos que por fin se estaba
logrando una etapa de justicia social. Pero el gobernante no quiso aprovechar
aquella situación histórica para establecer las condiciones de un desarrollo
socioeconómico sustentable.
Prefirió destruir todo para construir encima una nueva
sociedad. Su interés se centraba en crear una organización política que le
garantizase para siempre el control de esa sociedad. El dogmatismo de quienes
habían accedido al poder armados con lo que creían un infalible evangelio
marxista, les hizo imaginar que a través del verbo hipnótico e irreverente de
su líder, podrían instaurar una revolución que duraría para siempre.
Pero no, la revolución se transformó en uno de los experimentos políticos más fallidos que conoce la historia. Todo se basaba dádivas y en una etapa de ingresos petroleros extraordinarios, sin entender que estos son volátiles por definición. Ahora, el petróleo se desploma otra vez, porcentualmente aún más que en 1998. Su caída marca el ocaso de la revolución. Sin aquellos precios ni aquel líder mesiánico, ese fenómeno político ya no tiene bases de sustentación.
Esa
revolución fue la última esperanza de quienes desde la desintegración de la
URSS aguardaban la resurrección de su credo. Las ideas del ¨Socialismo del
Siglo XXI¨ ya han sido descartadas por
incompetentes. Tal como ocurre con la
Teoría de la Evolución de las Especies de Darwin, la historia es implacable con
las especies políticas que fracasan. El ¨fantasma del comunismo¨ al cual se refería
Marx en su famoso Manifiesto ha venido a naufragar en las costas
venezolanas. El ansiado ¨hombre nuevo¨
del marxismo terminó transformado en ¨bachaquero¨.
Faltan
apenas unos 60 días para las elecciones del 6D. La incertidumbre se apodera de
ambos bandos. Unos se aferran a la ilusión de conservar el poder no importa
como: “Dios proveerá” o quizá “un milagro”.
Pero en el otro bando saben que las encuestas los favorecen. Más de 30
puntos de margen lucen definitivos. El ventajismo oficialista o cualquier
fraude que pueda superar ese cifra tendría que ser demasiado obvio y podría
desatar otras fuerzas impensables.
Desde
una perspectiva histórica, ya nada de lo anterior resulta sustantivo. Salga
sapo o salga rana es el fin de un ensayo. Una forma de pensar está siendo
triturada por la historia y entre sus seguidores no encuentran más explicación
que las culpas que se achacan entre ellos mismos. Incapaces de asumir su
fracaso ven o inventan espectros en todas partes: guerras económicas,
conspiraciones, confabulaciones internacionales, imperios enemigos, conflictos
fronterizos, etc.
Con la inflación más alta del mundo, un déficit fiscal inmanejable, brutales niveles de inseguridad, caída de los precios del petróleo, escasez generalizada, destrucción del aparato productivo, pérdida de valores, confabulación de instituciones, ineficiencia rampante y corrupción apabullante, ya la revolución no puede seguir adelante. Los fundamentos de la economía están destrozados.
Como
bien le dijo Santos a Maduro, ¨la crisis venezolana es hechura de Venezuela, no
de Colombia¨. Parafraseando esas palabras, la crisis económica, política y
social del país es hechura de la revolución, de nadie más.
Ni
siquiera creo que el chavismo pueda seguir gravitando en nuestra historia. En
Argentina ocurrió con Perón porque su poder se afincaba en inmensos sindicatos
que le sobrevivieron y cultivaron su imagen. Aquí hasta los sindicatos han sido
arrasados.
Habrá que reconstruir a Venezuela. Severamente dañada PDVSA y habiéndose producido profundos cambios estructurales en los mercados petroleros, los venezolanos tendremos que crear una nueva economía menos dependiente del petróleo, más productiva, respeto a la propiedad privada, menos controles, subsidios a los más pobres, privatizaciones, seguridad jurídica, flexibilidad laboral, equilibrio de los poderes, menos estatismo, más abierta a las inversiones, justicia social, prioridad a los valores y énfasis en la educación.
La
revolución perdió su oportunidad.
José
Toro Hardy
petoha@gmail.com
@josetorohardy
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