Los
que la han vivido y sufrido, especialmente
argentinos, brasileros y peruanos, entre otros, saben que a los venezolanos les esperan duros
momentos cuando la hiperinflación termine de delinear su figura rapaz y se
apodere del sistema de vida de quienes pisan tierra en el territorio nacional.
Todavía
la población no se ha percatado de qué se trata esa “enfermedad de los
precios”. Quizás sí que mientras su capacidad de compra se esfuma
aceleradamente y el empobrecimiento se posiciona en el recinto de todos los
hogares venezolanos, los administradores del Estado, sencillamente, la pasan de
lo mejor, sin mayor preocupación que la de justificar la expansión del
improductivo gasto fiscal.
El
discurso común, la conversación coloquial se limita a afirmar que,
lamentablemente, la situación de los venezolanos es sumamente complicada en
todos los aspectos, primordialmente en lo económico.
Para
esa población, el bello país que, por décadas, funcionó como un motivador
permanente para el desplazamiento de vecinos latinoamericanos, europeos y
asiáticos, sencillamente, ahora es un punto de partida para la emigración casi
en masa. Es decir, la nación que, como ninguna otra, recibió un valioso caudal
de inmigrantes de todas las latitudes, bien para reiniciar sus vidas, escapar
de guerras o de conflictos grupales en sus respectivos países, hoy asiste con
dolor al viaje de muchos que decidieron irse, con la esperanza de paz y
bienestar económico en otros lugares.
Para
el recuerdo y la nostalgia, ha quedado la positiva referencia de que muchos de
los que vinieron, lograron paz y prosperidad en suelo venezolano. También que
su inclusión hizo posible una transculturización lo suficientemente positiva,
como para enriquecer un mestizaje con emergió con la aparición misma de la
República. Ser venezolano es sinónimo de un híbrido humano y de razas diversas;
es un individuo sin patologías sociales manipulables de quienes medran de la explotación inhumana
de la xenofobia o de la discriminación. Pedantemente, inclusive, muchos no
dudan al afirmar que ser venezolano, es ser único; tan especialmente único,
como para no dudar que es partir de allí, de ese incomparable ensamblaje de
razas, de donde nace, emerge y se proyectan las venezolanas con “ventaja
comparativa y competitiva”, y con las
que Venezuela se hace sentir fuera de sus fronteras, en concursos de belleza,
talento e inteligencia. ¿Cuántos triunfos han logrado ellas, a partir
precisamente de esa opción competitiva, capaz de extenderse, por igual, a
ámbitos profesionales de los más diversos tipos, como a los deportivos e
intelectuales?.
Pero
a partir de allí, Venezuela, la tierra de las bondades infinitas, incluyendo la
de disponer de diversos recursos naturales y de la heterogénea posibilidad de
convertirse en un país del primer mundo, sencillamente, comenzó a perder su
rumbo cuando no entendió que los ingresos de su casi providencial recurso
energético comercial por excelencia, el petróleo, no debían ser empleados en la
alimentación del facilismo, del dispendio y de la corrupción.
Durante
más de tres décadas, sencillamente, el país ha evitado atacar las causas de sus
errores en esa concepción convertida hoy en lastre cultural en el orden
político, económico y social. Y en los últimos 17 años, del lastre se ha pasado
a los peores errores gestados, promovidos y conducidos por una expresión
política organizada incapaz de entender al país en sus necesidades, a la
población en su potencialidad transformadora y al recurso humano “competitivo”,
hoy convertido en la más costosa y dolorosa fuerza intelectual de exportación.
Los
venezolanos, al disponer de bondades y oportunidades internas para trabajar y
alcanzar bienestar con su esfuerzo, nunca fueron amantes ni dados a la
emigración. Sí al turismo y, con legítimo derecho, a disfrutar de la
posibilidad de viajar. Sin embargo, en pocos años, han perdido la posibilidad
de viajar; de hacer turismo. En cambio, se han convertido en emigrantes; es lo
que dicen las encuestas, porque no quieren vivir en un país en ruinas y en un
ambiente de extrema inseguridad, como en Somalia, como en Nigeria.
En
algunos informes estadísticos, se trata de demostrar que ya habrían más de tres millones de
venezolanos esparcidos por todo el mundo. De hecho, con motivo de la
manifestación de protesta en contra del
resultado del enjuiciamiento del líder político Leopoldo López, el 19 del mes
en curso se reportaron simultáneas expresiones organizadas de protesta de
venezolanos en 44 ciudades del mundo. Y eso, sin duda alguna, pone de manifiesto en lo que se ha traducido
la masiva emigración venezolana.
A
esa inmensa familia venezolana dispersa por el mundo, se le quiere de regreso
en su país aquel día cuando pueda hacerlo. Pero, mientras tanto, a esa misma
familia se le quiere visitar en el sitio donde esté: a los abuelos, a los
padres, a los hijos, a los nietos, a los hermanos, a los “panas” de la
consanguinidad. A todos ellos, de la manera como el cruce de razas construyó
esa particular forma de expresar afecto, cariño o hermandad que transmiten y
esperan siempre dar y recibir los venezolanos.
En
Venezuela, sin embargo, la idea de quienes detentan, a su manera y
conveniencia, la rectoría de la nación,
es distinta. Bien porque la emigración para ellos es una traición. 0 porque no
estar dentro del país, es actuar de
espalda a su Patria. Así de fácil, sencillamente, es el juicio o el prejuicio
con respecto a esa distancia o a esa cercanía que se pretende administrar desde
un ángulo fiscalista, posiblemente como excusa.
La razón para llegar hasta allí va mucho más allá que la pretensión de
establecer un impuesto por respirar “aire puro” en las instalaciones
aeroportuarias. Es por salir del país. Se debían cancelar hasta cinco millones
cien mil bolívares.
Como
consecuencia de que el bolívar ha perdido su valor de cambio, al extremo de
convertirse prácticamente en papel basura para los venezolanos en medio de la
inflación más alta del mundo, la mendicidad ciudadana para comprar dólares se
convierte en una práctica limitada, en razón de la rigidez del control de
cambio y la perversión de la multiplicidad de tipos de cambio. Es decir, estar
dentro del territorio nacional y pretender salir, no lo condiciona la voluntad
de querer hacerlo; lo hace aquel que tiene a su cargo la administración
monopólica del ingreso y del egreso de las divisas.
Es
por eso por lo que Venezuela, ha terminado por convertirse en una verdadera
jaula. Pero, además, en un país en el que la voracidad fiscal pública también
funciona asertivamente para bajarle velocidad al proceso migratorio que no se
detiene, en vista de que el propio liderazgo se ha desentendido de la
importancia de avivar las esperanzas alrededor de un futuro distinto, de
posibilidades evolutivas.
Venezuela
es un país-jaula. Y en razón de esa realidad, permanentemente, se está tratando
de aplicar medidas como la última que fue abortada este mismo fin de semana.
Ya
se sabe que ha quedado sin efecto la
medida que debían cumplir los viajeros, de tener que pagar a partir del 1 de
0ctubre un impuesto de salida por ciudadano de Bs. 5.100 que, traducido al
cambio oficial de Bs. 6.30 por dólar, equivale a más de $ 809, lo cual hacía
prácticamente impagable semejante tributo. No obstante, haberlo derogado no le
resta su distinción de ser uno de los impuestos de salida más alto del mundo
que se le ocurrió a un anónimo burócrata; además de registrar una tasa que, en
la mayoría de los casos, excede el costo mismo del pasaje. ¿A quién, realmente,
le deben el Gobierno y el país la burda osadía de implementar semejante locura
gerencial, si es que se le puede premiar con atribuirle semejante
calificación?. ¿0 qué se pretendía, realmente, cuando un impuesto de salida normalmente no supera a
nivel internacional la cantidad de $ 30 en la mayoría de los países del globo?
Todas
estas trabas -y aparentes desatinos- podrían calificarse de torpezas. Pero
¿será verdad que es así?. Lo cierto es que, a la vez que se cruzan mensajes
sobre cuál será el nuevo municipio fronterizo
que pasará a ser afectado por una medida de excepción, simultáneamente
se plantea si al cancelarse un impuesto
“de salida” del país, en
realidad, lo que se estaba pretendiendo era forzar la aceptación de un peaje de
excarcelación o de liberación de la avanzada hiperinflacionaria.
Egildo
Lujan Navas
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