El régimen se ha excusado de sus groseras
equivocaciones apelando a manidos argumentos que le han resultado
contraproducentes a sus pretensiones de validar y asentir envejecidas propuestas
enmarcadas por ideales, históricamente, superados.
Aunque
los escenarios gubernamentales ponen al descubierto las atribulaciones que
exacerban al venezolano, indistintamente de su credo ideológico, la ciencia
política por su parte pone a la orden su acervo cognoscitivo con el propósito
de servir de marco referencial al análisis de los problemas que han deprimido
al país en términos no sólo de su realidad social. También, en cuanto a las
restantes variables que esgrimen toda explicación que pueda revisar la grave y
descomunal crisis que asedia a la democracia venezolana. Y en consecuencia, al
futuro de la nación.
En
principio, el régimen se ha excusado reiteradamente de sus equivocaciones
apelando a manidos argumentos que le han resultado contraproducentes a sus
pretensiones de validar y asentir envejecidas propuestas enmarcadas por ideales
que, históricamente, han sido superados. Y que por tanto, en nada se ajustan al
patrón de respuesta o reacción del venezolano. Ahora, el régimen, valiéndose de
las desgarradas teorías de Joseph Goebbels, político alemán, ministro para la
Ilustración Pública y Propaganda de la Alemania nazi, intenta apostar a pretextos abiertamente
manipuladores e incisivos. De esta manera, logra imponer medidas cargadas de un
craso cinismo con el cual se sirve para buscar doblegar aquellas actitudes que
contradigan su discurso.
Es
así como consigue en la deliberada ridiculez de la llamada “guerra económica”,
el alegato más tóxico del cual se vale para afianzar las posturas del eventual
presidente de la República mediante la promoción del odio a lo extranjero, al
capitalismo, a derechos humanos, y a cualquier corriente ideológica que
evidencie el desbarajuste actual provocado por el presente (des)gobierno.
Particularmente, causado por decisiones amparadas en ilicitudes atiborradas de
pleonasmos o excesos. Todas ellas, invocando absurdas razones que rayan en lo
caricaturesco.
La
denominada “guerra económica” adoptó un carácter tan alevoso, que el régimen se
atrevió a instalar un Alto Mando Militar con la infundada suposición de
contrarrestar sus manipulados efectos. Pero, sin haber entendido previamente
que sus resultados acentuarían el rechazo de la población a medidas
establecidas con tan contrariadas y despóticas intenciones. El régimen calcó
enteramente, entre otros, el principio de la “exageración y desfiguración” de
Goebbels el cual plantea convertir cualquier consideración adversa, por pequeña
que sea, en grave amenaza para que entonces, quien detente el poder, se valga
de sus efectos en beneficio suyo.
Una
lectura politológica de lo que acontece en Venezuela en el marco de las
perversiones incitadas por el régimen, deja ver una grosera coartada
gubernamental mediante la cual culpabiliza al sector de la oposición
democrática de problemas ante los cuales no tiene ninguna injerencia. O frente
a compromisos que le resultaron imposibles de cumplir al mismo Ejecutivo
Nacional. O sea, la ineptitud del gobernante tomó la delantera en la difícil
carrera del desarrollo nacional.
La
implantada desprofesionalización, acompañada de una exagerada militarización de
espacios administrativos que son sólo competencia de la clase política
perteneciente a la sociedad civil, configuran el meollo de los daños que han
sacudido el curso de la vida republicana. Además de la mentida “guerra
económica” resultado del errado manejo de la economía por un gobierno que no ha
formulado debidas políticas públicas que puedan responder a exigencias propias
de realidades altamente volubles o versátiles, el régimen insiste en vocear la
existencia de otras presuntas “guerras”. De esa forma, ajusta los
procedimientos de su pérfida estrategia con la cual busca desmovilizar los
factores sociales, económicos y políticos nacionales, regionales y locales. Al
mismo tiempo, dichos despropósitos aportan insumos para provocar un estado de
inseguridad para lo cual se apoya en facciones paramilitares asentadas en
barrios y territorios afectos o vinculados a la mentada revolución “pacífica,
pero armada”. Precisamente, la venenosa idea que encarna la crisis actual,
justifica la tentación de concebir estados de emergencias y de excepción que
solamente conducen el país a verse, ante objetivos y necesidades de desarrollo
económico y social, en el propio marasmo. De seguir entre tantos reveses,
pudiera decirse que el país está a punto de quedar ¿atrapado sin salida?
VENTANA
DE PAPEL
VÁYANSE “A LA PORRA”
Aunque el gracioso y duro vocablo “vete a la
porra” solía utilizarse como expresión de desprecio a quien no merece mayor
miramiento o cuidado, hoy día se convirtió en una forma más educada pero
coloquial de decir “no molestes”, “lárgate”, “vete lejos”. O sencillamente,
para manifestarle a otro que lo que plantea o piensa “no es interesante” o que
simplemente “no sirve”. Decirle a alguien: váyase “a la porra”, significa
mandarlo al mero “carajo” (cesta situada en lo alto del palo mayor de un barco
de velas desde donde los vigías gritaban aquello de “tierraaaaa a la
vistaaaaa”).
Cabe este exordio, para validar el malestar o
enfado que padecen los venezolanos al verse sorprendidos por los efectos de una
inflación la cual no ha podido ser controlada por el gobierno central. Menos,
ha podido evitarla dentro de la situación marcada por el desorden que la actual
gestión pública ha logrado al ritmo de la inseguridad entendida en todas sus
manifestaciones. Hoy, por ejemplo, una sencilla hamburguesa pasa de 800 Bs. por
nombrar una de las comidas más solicitadas en medio de la velocidad con la que
transita la vida. ¿Y qué decir de los medicamentos? Y eso, cuando se corre con
suerte de conseguirse. Los servicios públicos se tornaron pésimos. Algunos son:
agua, luz, gas doméstico, atención hospitalaria, educación pública. Comprar un
pantalón, una camisa o un par de zapatos, supera con creces el sueldo mínimo el
cual monta en 7.421 Bs. Un US-dólar, ya alcanzó el nivel de los 800 Bs. Y
cuidado si no alcanza los 1000 Bs. en pocos meses.
Adquirir bienes de consumo personal, se tornó
un espinoso periplo. Además de lo agotador y peligroso, en tan elemental
diligencia no hay manera de asegurarse que evitará ser objeto de robo por parte
de algún desquiciado o alborotado desalmado bien armado. Indistintamente, si va
a pié o en carro. Igual sale robado. Y si acaso el supermercado tiene algo de
shampoo, desodorante o papel toilette, sucede que al acercarse el turno,
incluso, del más optimista, los inventarios se agotan. Pero más por el temor
del comerciante a ser calificado de acaparador, que por la desmedida demanda
que cada día se agrava.
Sin embargo, los gobernantes y empedernidos
funcionarios, dicen y vociferan que “hay patria”. Sólo que por presumir de
tener “patria”, los problemas no han dejado de degradar la calidad de vida a la
que tanto cacareo hace el régimen. Un internauta exponía en sus redes sociales
que “antes los venezolanos le tenían miedo al Coco, al Silbón o a la Sayona.
Ahora, es al motorizado”. O quizás, al funcionario encubierto o al prepotente
furibundo por aquello de que “viviremos y venceremos” cuando ha sido todo lo
contrario.
Así que para terminar este manifiesto de
reproches, por lo que estos (des)gobernantes convirtieron al país, es propio
pensar que con el voto castigo que se han ganado luego de tanto maltrato, robo
y corrupción, habrá que decirles con fuerza, razón y mucha educación, “váyanse
a la porra”
“Cuando
todo se acaba, siempre queda la esperanza. Pero aún así, hay circunstancias que
siguen mostrando su cara oculta. Sobre todo, si encubren ideologías políticas
moldeadas a imagen y semejanza de la mediocridad, la intolerancia, la soberbia
y la violencia contra el otro. Es ahí cuando pareciera haberse acabado el aire
que respiran las libertades”
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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