Las encuestas y la calle continúan
registrando una tendencia favorable a la
victoria de los candidatos de la MUD. Luce improbable que el oficialismo pueda
reconquistar a quienes le dieron su confianza en anteriores procesos y que hoy,
disgustados y decepcionados, han decidido no votar por candidatos que
representen la crisis.
La crisis no es un nubarrón señalado por los economistas y de lo que se pueda
hablar como algo lejano. Ella ha invadido cada hogar y cumple cotidianamente la
misión de empobrecernos. Su labor corrosiva del futuro es tan notoria que por
primera vez la expectativa negativa sobre la situación económica del país,
coincide con el juicio sobre la situación personal y familiar.
El régimen involucionado hacia una revolución fallida sólo puede
escamotear el futuro ofreciendo más de lo que ya tenemos: el incontenible
incremento de la inseguridad, la imposibilidad de cubrir con el salario las
necesidades alimenticias básicas o la realidad de la escasez que genera colas y
estimula el alza de los precios. La
disminución de nuestras vidas, la degradación de la convivencia social y la
destrucción del país seguirán acumulándose como un desvío inaceptable del
futuro que se merece nuestro país.
La percepción de pérdida de futuro es tan real y tan acuciante que se ha
convertido en motivo para la fuga de talentos. Es la forma pasiva que han
escogido centenares de miles de venezolanos para intentar eludir los costos que
nos imponen las políticas del actual gobierno. La forma activa para decirle no
al modelo del fracaso es convertir el voto en una palanca de cambio y en una
herramienta para deslegitimar el plan gubernamental.La esperanza de cambio es
la tabla de salvación ante el naufragio.
La campaña constituye la gran oportunidad para poner en la calle un
discurso y unas iniciativas para trabajar por la unidad de los venezolanos,
para favorecer el diálogo entre quienes sostienen distintos puntos de vista y
convertir el descontento en un puente para elaborar juntos soluciones concretas
a los problemas de todos. La unidad, más que una necesidad electoral, es un
requisito de sobrevivencia nacional.
La mayoría quiere un futuro distinto a los dos modelos de país que hemos
tenido en los últimos años. La mayoría demanda que la MUD ofrezca la
posibilidad de construir identidades más amplias y sólidas que la simpatía por
un partido.
La mayoría asume la campaña como el inicio de una transición hacia un
país sostenido en objetivos y responsabilidades comunes. La campaña además de
ganar votos debe reunir voluntades dispuestas a iniciar el paso pacífico de un
Estado autoritario inviable a una sociedad basada en la democracia y la
justicia. Esta motivación de futuro está influyendo cada vez más en las
opiniones y decisiones de los votantes. No es cierto, al menos en este momento,
que la gente no vote por su futuro.
Hay que seguir las indicaciones de la mayoría. Mirar hacia el futuro es
comenzar a construir juntos un cambio de rumbo. Un comienzo que obliga a
realizar un trasplante urgente del corazón de la campaña: ponerla en sus manos
de la gente; cambiar la espectacularidad de la videopolítica por la
multiplicación de la relación directa; proporcionar motivaciones, argumentos y
propuestas para que el pasado no sea una trampa para reducir el tamaño y el
sentido de un triunfo el 6 de diciembre.
El solo hecho de votar es un acto de confianza en el futuro.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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