Desde
los tiempos del deslave en Vargas, el gobierno ha insistido en una estrategia
que muy bien resumió el insepulto luego de aquel pavoroso incendio en la
Refinería de Amuay: el show debe continuar.
Hoy resulta demasiado obvio que el gobierno intenta mantenernos hablando
de temas políticos, de la frontera colombiana, de la injusta prisión de
Leopoldo López o de la jueza Susana Barreiros, en vez de tener al país hablando
de escasez, inflación o inseguridad. Así las cosas, uno podría pensar que esa
estrategia ha sido exitosa pues la agenda social y económica ha sido desplazada
de la primera plana de los medios. Y no es que en la MUD sean tontos como para
pisar el peine, es que son temas sensibles que impactan a la opinión pública y
en muchos casos, es imposible eludirlos.
En todo caso, advertimos dos cosas: 1) Este "éxito" no
necesariamente supone una victoria electoral, es necesario ver el balance pues
toda estrategia tiene ganancias y costos políticos. Y 2) Diría el célebre Yogüi
Berra, el juego no se termina hasta que se acaba.
En
efecto, la estrategia del "show continuado" puede que logre maquillar
la realidad y distraer momentáneamente la atención pero también coloca al
gobierno muy lejos de las necesidades y expectativas de la población. ¿Qué
preocupa más a una madre: lo que diga Santos y le responda Maduro; o conseguir
leche para sus hijos o la medicina del abuelo?
Alguien que pierde un ser querido a manos del hampa o muere de merma en
un hospital público ¿estará angustiado porque Leopoldo López está preso? Ese
taxista que no consigue la batería, ni le alcanza el dinero para comprar
cauchos ¿tendrá entre sus prioridades la corrupción del Poder Judicial? Sin restar importancia a ningún tema, hay una
realidad inmediata que -a todo evento- es abrumadora y pese al show continuado,
tiene un efecto devastador e indignante, además de una expresión
electoral.
Dependiendo de cómo se
"facture", tal expresión será la abstención o el voto castigo. El gobierno lógicamente apuesta a la primera
opción: que el hastío y la desesperanza se combinen con operaciones políticas
divisionistas y clientelares, no para ellos ganar las elecciones sino para
evitar una victoria opositora, lo cual es muy distinto.
Sin
embargo, el "trapo rojo" se destiñe cuando el tiempo transcurre sin
que haya solución a los problemas reales y de pronto, la tragedia se hace
cotidiana. Cada minuto, cada día el gobierno se distancia más de los anhelos y
del sentimiento popular. Sin querer, han
evidenciado que la escasez no es una consecuencia del contrabando pues los anaqueles
siguen vacíos luego del cierre de la frontera.
Y subestiman a los venezolanos –especialmente a los pobres- pensando que
la importación masiva de productos y su lanzamiento a la calle en los días
previos a las elecciones les garantizarán la victoria. En otro momento eso funcionó porque -nos
guste o no- había un liderazgo con credibilidad en vastos sectores y éste era
capaz de generar confianza e insuflar esperanzas. Ahora es otra la realidad: Maduro no es
Chávez y muy pocos creen que este gobierno sea capaz de superar la honda crisis
social y económica de hoy, principal legado del insepulto. Claro, tampoco es
para quedarse tranquilo, recuerden que “el juego no se termina hasta que se
acaba” y que todos somos protagonistas del cambio, es hora de activarse para
multiplicar el mensaje, movilizar y luego defender el voto.
Richard
Casanova
richcasanova@gmail.com
@richcasanova
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