Es
inevitable hacer un paralelismo entre la crisis de la frontera
colombo-cubazolana y la de refugiados en Europa por coincidencia no solo
temporal sino política y militar, pues evidentemente han sido provocadas por
conflictos internos que gravitan en los vecinos.
Ni
siquiera Juan Manuel Santos ni el Departamento de Estado serían capaces de
ignorar que aquí la crisis es un mecanismo de presión sobre Colombia para
conseguir mayores concesiones a favor de las FARC, rompiendo el estancamiento
de las “negociaciones de paz” en La Habana.
De
inmediato se advierte que la crisis en Europa también ha sido provocada, esta
vez por el terrorismo desenfrenado de ISIS, la respuesta no menos desaforada de
Bashar al Assad, en un ámbito de vacío generado por el retiro de las fuerzas
aliadas de Irak.
Si
la corrección de una política se mide por sus resultados ya podrían evaluarse
los de la Administración Obama en Medioriente, en particular sus pactos para la
destrucción de las armas químicas “declaradas” del régimen sirio y el del
programa nuclear iraní, mucho más inquietante en vista de las consecuencias del
primero.
En
relación a Cubazuela los resultados no pueden ser más desalentadores,
considerando que el plan de normalización de las relaciones con Castro continúa
a contrapelo de toda evidencia de que la corriente va en dirección contraria,
como en la frontera.
La
doctrina de “la guerra de todo el pueblo” iniciada por Mao y llevada a sus
últimas consecuencias por Vo Nguyen Giap en Vietnam, es la que se enseña en las
academias militares de Cuba, especialmente en las de “solidaridad con los
pueblos” donde se entrenan guerrilleros de la Tricontinental, esto es, Asia,
África y Américalatina.
La
primera frontera que se rompe en este nuevo tipo de confrontación política de
masas contra los ejércitos tecnológicamente insuperables del “imperialismo” es
el tradicional límite de separación entre combatientes y no-combatientes.
La
población civil que para la doctrina militar clásica estaba fuera del campo de
batalla, ahora está en el mero centro, mejor dicho, es el campo de batalla.
Probablemente
la incorporación del pueblo al esfuerzo bélico comenzó en la Segunda Guerra
Mundial, no sólo por el énfasis en la construcción (y destrucción) del complejo
industrial militar, los medios de transporte como el ferrocarril, etcétera;
sino por la instrumentalización de la población civil misma.
Una
anécdota atribuida a Winston Churchill lo presenta recibiendo un informe según
el cual miles de refugiados por los bombardeos de ciudades alemanas estaban
atestando las carreteras, quizás para llamar su atención sobre una posible
crisis humanitaria (si eso hubiera sido importante entonces). La sorprendente
respuesta de Churchill habría sido: “¡Estupendo! Esa gente dificultará el
desplazamiento de las tropas de Hitler”.
Al
margen del cinismo que proverbialmente se le atribuye a Churchill, una frase
como esta abre una nueva época en la concepción de la guerra y del papel de la
población civil en ella, no solo como afectada pasiva, sino como instrumento
agresivo.
Los
aviones cargados de pasajeros estrellados por los extremistas islámicos contra
las torres gemelas de Nueva York apuntan hacia esa absoluta indiferencia por la
suerte de personas inocentes en esta contienda global, más bien a su negación,
que rezaría así: “Nadie es inocente. El pueblo es un arma y la vamos a
utilizar, sin miramientos”.
La
nueva alianza de comunistas, nazis y fundamentalistas islámicos no tiene
límites en su política de poder. Los nuevos califas no son menos crueles que
los antiguos y su objetivo final sigue siendo el mismo, la supremacía mundial.
El
mal absoluto no conoce fronteras.
Luis
Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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