Juan
Carlos Sosa Azpúrua asumió el reto clásico de fiat veritas et pereat mundus,
que conlleva al ostracismo garantizado por la hostilidad combinada del gobierno
cubano y sus colaboradores criollos y la única ventaja de que cada vez son más
los que advierten que el ámbito público se ha convertido en un teatro, por
cierto, de muy mala factura.
El
guión es archiconocido y mil veces repetido, lo que más que escepticismo lo que
produce es aborrecimiento en el público; los actores son mediocres y su terca
insistencia en acaparar la escena, a
pesar de los abucheos, comienza a generar la sospecha de que la ganancia no
viene de la menguada taquilla sino de otras fuentes menos confesables.
La
verdad es la primera víctima en la guerra y el gobierno guerrerista de
Cubazuela la proscribió como el primero y quizás más grave delito político,
precisamente porque su propósito esencial es edificar un mundo de mentiras, que
se derrumba con sólo decir lo que es cierto; de allí que esté explícitamente
prohibido tocar ciertos temas y mencionar a ciertas personas que van
conformando un index prohibitorum socialista.
Derribado
el muro de Berlín se conocieron listas de autores, comentaristas, creadores de
opinión que tenían prohibido aparecer en cualquier canal de televisión, radio o
medio impreso, que a la sazón eran todos del Estado, censurados por la Stasi y
controlados por el Partido Socialista Unificado (la semejanza de nombres no es
casualidad).
Ahora
bien, a diario se repite que el socialismo fracasó, no obstante esos controles
y quizás precisamente por ellos el imperio soviético fue desmantelado; pero
entonces la pregunta que se impone es ¿cómo es posible que haya tanta gente
empeñada en poner en práctica algo que
se sabe que no funciona? Este es el punto a dilucidar, porque tal vez se está ignorando la masa del Iceberg.
Es
una tontería sino un error deliberado pensar que millones de personas
estrictamente disciplinadas y adoctrinadas en una ideología impermeable iban a
abandonar el comunismo y dedicarse a
actividades liberales solamente porque el comunismo soviético hubiera
colapsado.
Cuando
la realidad demuestra lo contrario: la URSS desapareció, pero no Rusia, que
emerge otra vez con el afán de reconstruir su imperio sin las cargas que le
dificultaban la marcha en el pasado. Vladimir Putin, antiguo jefe del KGB puso
a otros kagitas en la gobernación de los estados de la Gran Federación Rusa y
creo nuevos satélites con la Confederación de Estados Independientes.
Otro
ejemplo ilustrativo es el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes,
evento típicamente soviético auspiciado por la así llamada Federación Mundial
de la Juventud Democrática, reconocida incluso por la ONU. El último festival
antes del colapso del imperio soviético se realizó en Corea del Norte en 1989 y
luego entró en crisis, con la salida de su columna vertebral, la organización
juvenil comunista, Komsomol, disuelta en 1991 junto con el aparato de estado
soviético del que formaba parte.
No
puede ser casual que fuera relanzado en Cuba en 1997, en período especial y le
siguiera otro en Venezuela en 2005, al que Chávez dirigió dos larguísimos
discursos de apertura y despedida. El orador de orden, Heinz Dieterich. La más
reciente edición fue el 2013 en Ecuador.
Los
grandes partidos comunistas europeos como el francés y el italiano se
disolvieron y mutaron en irreconocibles movimientos antimundialistas y
ecologistas, furiosos, que protestan desde la corrupción, el desempleo, hasta
la falta de viviendas, sin olvidar algunas facciones extremistas armadas
enrevesadas con el radicalismo islámico.
El
comunismo retrocedió sólo para coger impulso.
Luis
Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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