El presidente Maduro se la jugó y llegó hasta
el final. Pretender una sentencia
diferente a la privativa de libertad para Leopoldo López es como esperar que después de escupir para
arriba la saliva no le cubra el rostro. Por lo regular, los dictadores proceden con odio visceral
contra sus adversarios políticos; sus
intenciones son eternizarse en el poder y para eso hacen uso de la maquinaria
del gobierno, destruyendo y desmoralizando con procedimientos y fuerzas irregulares
todo lo que signifique intento de alteración que les perturbe el sueño. Con Leopoldo López ha sucedido lo mismo. El ensañamiento y el odio revanchista
constituyeron los razonamientos visibles para hacer sentir la voz de mando de
Maduro sobre instituciones subordinadas al poder ejecutivo. Qué actitud tan bochornosa y de clara
cobardía política se impuso en este juicio; el respeto por la dignidad humana
quedó pisoteado bajo las botas de la mediocridad: Nicolás se quitó la careta de
demócrata.
En reseñas anteriores hemos abordado el tema
con mucha crudeza. El gran error del
mandatario fue encarcelar a Leopoldo,
considerándolo un trofeo para su haber político. Ese muchacho, sin haber cumplido los 43 años,
volcó su pasión impetuosa sobre los diferentes escenarios internacionales; en ese mundo de opiniones calificadas no se
ha sentido solo; cada expresión alienta su espíritu y Lilian, su esposa y
compañera de lucha, lo ha llevado con ella gritando a todo pulmón la inocencia
de su marido. Lo seguimos
repitiendo: Maduro, y a muy caro costo político, cometió su más grave
error. Detrás de los barrotes de su
calabozo, Leopoldo tiene mayor
espacio en el corazón de los venezolanos. Esto no es retórica ni palabras discursivas; el descenso del presidente se nota en el calentamiento de las
calles, en la diaria reacción de un pueblo bravo.
El rechazo se ha hecho sentir por lo excesivo de su ineptitud e incompetencia para
gobernar. Su decisión de mantener
encarcelado a Leopoldo vino a hacer trizas el espejo donde con aspaviento y
arrogancia de jefe de Estado, no logró
comprender que para ser lo que llegó a ser por la escogencia a dedo de
su padre político, había que tener un algo de inteligencia. No es con gritos que se gobierna, ni
sembrando miedo en la población es que va
a pretender ganar las elecciones del 6 de diciembre. Su hazaña
fronteriza y la aplicación de estado de excepción en algunos municipios, ha
repercutido. Esa Venezuela que la
revolución ha llevado a los extremos de la tristeza, no resiste más
agresiones.
Luis
Garrido
luirgarr@hotmail.com
@luirgarr
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