“Una nación es un plebiscito de todos los días”. – Ernest Renan
En
pleno apogeo de la revolución francesa, Prusia, temerosa del contagio
libertario, invade Francia buscando restituir la monarquía derribada por el
pueblo. El 20 de Septiembre de 1792, las tropas Prusianas dirigidas por el rey
Federico-Guillermo II de Prusia y el Duque de Brünswick, se estacionan en la
llanura de Valmy, al noreste de Francia.
El
rey de Prusia tiene a su disposición 160.000 hombres. Los generales franceses
Dumouriez y Kellermann tan solo disponen de 95.000. Los Prusianos están bien
entrenados, organizados y disciplinados. Los Franceses son voluntarios,
tenderos, artesanos, campesinos, ciudadanos sin entrenamiento y mal equipados.
Los oficiales del ejército que se plegaron al movimiento libertario tienen que
lidiar con hombres que no tienen idea de lo que es una batalla y avanzan en
desorden, aunque con una decisión que los asombra. La batalla empieza cuando
cientos de bolas de cañón son disparadas por uno y otro bando. El ejército
prusiano comienza su avance, mientras los franceses, inmóbiles, comienzan a
cargar sus bayonetas. “Kellermann deja avanzar al enemigo sin disparar una sola
bala. De repente, con su sombrero en la punta de su sable, grita: -¡Vive la
Nation! Grito que toda esa masa de
franceses enardecidos repite en coro como un gigantesco eco, atronador, que
estremece a todos por igual -¡Vive la
Nation!. Entonces, de repente, los
Prusianos, que avanzaban en rangos apretados, seguros de sí mismos, convencidos
de vencer, se paran en seco antes de abordar las líneas Francesas y se
repliegan. Tocan la retirada”. (Pauwels, Breton, 1977)
Esta
batalla es famosa por la arenga proferida por la soldadesca: “Vive la Nation
!”. Ese grito significaba la defensa de
los principios de libertad e igualdad logrados en la revolución más allá de la
defensa de un territorio. Es celebrada porque
significó la unión psicológica del pueblo francés y la toma de conciencia de un
destino común. Para Yves Lacoste, “el
término nación utilizado desde entonces, está indisolublemente asociado a la
idea de libertad e independencia”.
Existen
variadas definiciones sobre lo que es una nación, aunque todas hacen referencia
a un conjunto de personas que se encuentran unidas por vínculos comunes como
son la lengua, la raza, la cultura, las costumbres y las tradiciones que van
conformando su historia dentro de unos límites geográficos.
Ernest
Renan, en una conferencia pronunciada en la Sorbona el año 1882, titulada
“Qu’est-ce qu’une nation ?”, afirmó en ese entonces: “Una nación es un alma, un
principio espiritual”. Como sucedió en
Valmy, es necesario que la gente sienta a su nación en lo profundo de su ser y
tome decisiones que ayuden a su construcción y a su defensa, decisiones éticas,
que son el verdadero ejercicio de la libertad. Sin esa capacidad de elegir a
diario no hay libertad posible y sin libertad una nación agoniza, es débil, es
avasallada o desaparece. Cada uno de nuestros actos nos va construyendo a
nosotros y a la vez construye la nación que deseamos. Supeditar la política a
la ética es el único terreno sólido desde donde tomar esas decisiones. De allí
que Renan haya proclamado: “Una nación es un plebiscito de todos los días”.
La
identidad nacional se construye cuando el individuo se siente parte de una
comunidad que comparte las mismas referencias, los mismos valores y el mismo
destino. Sobre esto último, Hubert Peres, de la universidad de Montpellier,
reafirma la importancia de participar en “una comunidad de destino”, compartida
por sus miembros más allá de los desacuerdos políticos y de la diversidad
social. El sentimiento de que el destino individual solo es posible cumplirlo
unido al de los otros, aunque piensen diferente a uno, forma parte de la
construcción de una nación, que al final no es sino la suma del aporte de las
convicciones, fidelidades y solidaridades de cada uno de sus ciudadanos.
¿Podemos afirmar que esto sucede en Venezuela? La respuesta es dolorosa pero
hay que decir que aun no hemos construido un concepto que unifique al pueblo en
un destino común como nación.
El término “Nación”, proviene del latín "nascere", "nacer". Una nación la conforman quienes han nacido en su territorio y comparten la misma lengua que a su vez unifica a la nación y a su historia. Esa lengua se transforma en lenguaje político cuando se utiliza en lograr acuerdos para un pacto social, como única herramienta de búsqueda de conceptos, estrategias y soluciones colectivas concertadas para aglutinar las individualidades en una causa común, en un destino común. Contrario a esto, en Venezuela el régimen utiliza un lenguaje de odio, reduccionista y excluyente. Un lenguaje pervertido que divide en vez de unir, conduciendo a la sociedad a espacios pre-sociales. El lenguaje político fue demolido y junto con este se extinguieron la democracia, las instituciones y su sistema de libertades y derechos, de progreso individual y colectivo en un despropósito desatinado y nihilista.
Benedict
Anderson (L’imaginaire national), aporta una definición de nación que motiva a
la reflexión y brinda esperanza en medio del caos que padecemos: “Una nación es
una comunidad política imaginada”. Esto quiere decir que una nación no es un
hecho en sí, sino una permanente construcción humana. A esto podríamos añadirle lo que el filósofo
Wittgenstein afirmó en relación a la función del lenguaje en la sociedad:
“imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida”.
Allí está la clave para lograr lo políticamente imaginado, un discurso que motive la sinergia de todos los venezolanos, capaz de construir una causa que nos conmueva y nos movilice permanentemente en la defensa y reconstrucción de la democracia, de los valores éticos, de la libertad, la igualdad y la justicia social, sentirnos dignos y orgullosos de pertenecer a una nación moderna. Un lenguaje que transmita conceptos, ideas y convicciones para hacer posible el renacimiento y la reconstrucción de la nación que soñamos y merecemos.
Edgar
Cherubini Lecuna
edgar.cherubini@gmail.com
www.edgarcherubini.com
@edgarcherubini
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