Arrostrando
con su admirable insolencia e impunidad la agonía indudable que padece el
régimen de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, la perversión moral en la que se
ha sumido nuestro país, con el fallido Estado venezolano a la cabeza, muestra
toda su ignominia: las inhabilitaciones. Atribuyo tan maligna pirueta a lo
evidente, el régimen se sabe perdido electoralmente pese a los ingentes
recursos propagandísticos y la exagerada censura impuesta a los medios de
comunicación que tienen por objeto demostrar que todo está bien cuando en
realidad ya hemos pasado de la crisis al caos, a la anarquía.
Pero
debo confesar que sigo sin entender la rocosa autoprohibición de algunos
dirigentes opositores de reaccionar frente al régimen como nuestra misma
historia y el actual caos lo apremia. Es tan perturbadora la pasividad que se
deja entrever acaso un inconfesado desespero por una cuota de poder en el
Estado fallido y forajido lo cual no es sino una maligna complicidad que no se
podrá justificar mañana. La respuesta, paradójica, es en cambio insistir que
los inhabilitados seguirán siendo candidatos por cuanto no existen sentencias
firmes que lo impidan. Pero el problema no son las inhabilitaciones, el problema
es y seguirá siendo el proceso electoral y lo que debe derivar del 6-D que no
es otra cosa sino un gran movimiento de resistencia que eche a estos
delincuentes del poder y podamos reconstruir al país.
De
ahí que no atino a adivinar cuál es o será el plan B si muchos meses antes de
las tan aclamadas elecciones el régimen muestra el músculo del gangrenado
Estado que está al servicio exclusivo e incondicional del Ejecutivo y la
mayoría de sectores opositores se niegan a asumir posturas sin medias tintas. ¿Será
esto parte del descalabro moral que padece la sociedad venezolana? Porque
debemos asumir que el código moral construido por nuestra sociedad desde la
primera escaramuza mantuana en el siglo XIX ha sido desplazado por un aberrante
conformismo cotidiano en el que todo, absolutamente todo, pasa sin que se
produzca una enjundiosa reacción lo que es algo alarmante. ¿Qué hace falta para
que el país entero plante cara y caiga en cuenta de la destrucción que en todos
los órdenes de nuestra vida ha provocado este régimen totalitario?
Debemos
marcar desde ya y con nitidez la frontera de lo que se va a permitir y lo que
no respecto al antes, durante y después del 6-D, de lo contrario seguiremos
condenados a un tiempo que solo para Dios tiene carácter perfecto porque el
nuestro venezolano solo se ha concretado en una vida degradante.
Visto
lo visto, es fácil predecir y conservar la esperanza apocalíptica de que
Venezuela al fin será libre gracias a un despertar colectivo y así será, para
ello hay que trabajar con posiciones firmes para que la consecuencia del 6-D
sea una desinhibida respuesta que ponga fin a este caos.
No
faltará quien relativice mi perplejidad respecto a la MUD y a algunos sectores
opositores, reconociéndole un alcance meramente radical, alarmista y acaso
divisionista. Yo no creo que sea así. Hay que desterrar de la oposición la
infalibilidad política de algunos. Venezuela necesita ser motivada por ideales
superiores al logro de una Asamblea Nacional opositora. Necesitamos un
movimiento de calle y de conciencia que reactive los valores nacionales que
hemos perdido por culpa de la perversión moral que ha sembrado el régimen, esto
nos conducirá a una regeneración democrática. Hay que fortalecer sin duda a la
Unidad Opositora a través de una auténtica alianza nacional que nos conduzca a
una verdadera salida, tengamos por principios los viejos aforismos del arte de
la guerra: La “Acción de Conjunto” (concurrencia de esfuerzos), y la “Voluntad
de vencer”, unida a la “Fe en la Victoria”.
Recuérdese
la máxima del Contrato Social: «no se está obligado a obedecer sino a los
poderes legítimos». En Venezuela ningún poder es legítimo.
ROBERT
GILLES REDONDO, LA PERVERSION MORAL
Arrostrando
con su admirable insolencia e impunidad la agonía indudable que padece el
régimen de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, la perversión moral en la que se
ha sumido nuestro país, con el fallido Estado venezolano a la cabeza, muestra
toda su ignominia: las inhabilitaciones. Atribuyo tan maligna pirueta a lo
evidente, el régimen se sabe perdido electoralmente pese a los ingentes
recursos propagandísticos y la exagerada censura impuesta a los medios de
comunicación que tienen por objeto demostrar que todo está bien cuando en
realidad ya hemos pasado de la crisis al caos, a la anarquía.
Pero
debo confesar que sigo sin entender la rocosa autoprohibición de algunos
dirigentes opositores de reaccionar frente al régimen como nuestra misma
historia y el actual caos lo apremia. Es tan perturbadora la pasividad que se
deja entrever acaso un inconfesado desespero por una cuota de poder en el
Estado fallido y forajido lo cual no es sino una maligna complicidad que no se
podrá justificar mañana. La respuesta, paradójica, es en cambio insistir que
los inhabilitados seguirán siendo candidatos por cuanto no existen sentencias
firmes que lo impidan. Pero el problema no son las inhabilitaciones, el problema
es y seguirá siendo el proceso electoral y lo que debe derivar del 6-D que no
es otra cosa sino un gran movimiento de resistencia que eche a estos
delincuentes del poder y podamos reconstruir al país.
De
ahí que no atino a adivinar cuál es o será el plan B si muchos meses antes de
las tan aclamadas elecciones el régimen muestra el músculo del gangrenado
Estado que está al servicio exclusivo e incondicional del Ejecutivo y la
mayoría de sectores opositores se niegan a asumir posturas sin medias tintas. ¿Será
esto parte del descalabro moral que padece la sociedad venezolana? Porque
debemos asumir que el código moral construido por nuestra sociedad desde la
primera escaramuza mantuana en el siglo XIX ha sido desplazado por un aberrante
conformismo cotidiano en el que todo, absolutamente todo, pasa sin que se
produzca una enjundiosa reacción lo que es algo alarmante. ¿Qué hace falta para
que el país entero plante cara y caiga en cuenta de la destrucción que en todos
los órdenes de nuestra vida ha provocado este régimen totalitario?
Debemos
marcar desde ya y con nitidez la frontera de lo que se va a permitir y lo que
no respecto al antes, durante y después del 6-D, de lo contrario seguiremos
condenados a un tiempo que solo para Dios tiene carácter perfecto porque el
nuestro venezolano solo se ha concretado en una vida degradante.
Visto
lo visto, es fácil predecir y conservar la esperanza apocalíptica de que
Venezuela al fin será libre gracias a un despertar colectivo y así será, para
ello hay que trabajar con posiciones firmes para que la consecuencia del 6-D
sea una desinhibida respuesta que ponga fin a este caos.
No
faltará quien relativice mi perplejidad respecto a la MUD y a algunos sectores
opositores, reconociéndole un alcance meramente radical, alarmista y acaso
divisionista. Yo no creo que sea así. Hay que desterrar de la oposición la
infalibilidad política de algunos. Venezuela necesita ser motivada por ideales
superiores al logro de una Asamblea Nacional opositora. Necesitamos un
movimiento de calle y de conciencia que reactive los valores nacionales que
hemos perdido por culpa de la perversión moral que ha sembrado el régimen, esto
nos conducirá a una regeneración democrática. Hay que fortalecer sin duda a la
Unidad Opositora a través de una auténtica alianza nacional que nos conduzca a
una verdadera salida, tengamos por principios los viejos aforismos del arte de
la guerra: La “Acción de Conjunto” (concurrencia de esfuerzos), y la “Voluntad
de vencer”, unida a la “Fe en la Victoria”.
Recuérdese
la máxima del Contrato Social: «no se está obligado a obedecer sino a los
poderes legítimos». En Venezuela ningún poder es legítimo.
Robert Gilles Redondo
robertgillesr@gmail.com
@vanpoper26
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