En los tiempos
heroicos del sufragismo muchas mujeres sacrificaron sus vidas, libertad, salud
y hasta a sus familias (que es mucho decir) por conquistar el sagrado derecho
del voto, que es como decir, de participar en la formación de la voluntad
política del Estado.
Otro tanto podría
decirse de los ciudadanos de color que en buen número venían de la esclavitud,
esto es, de la condición de no-ciudadanos, personas humanas desprovistas de
derechos, de libertad, propiedad y como consecuencia, de expresión política.
En todo caso se
parte del supuesto indiscutible de una cierta honradez de los organismos
electorales de los que, siendo de inspiración puritana (no marxista), no podría
siquiera sospecharse la posibilidad de que manipularan resultados o anunciaran
falsedades, porque si algo aprecian es el sentido de la decencia profesional.
En Venezuela la
historia es al revés. Son los partidos políticos los que conquistan el derecho
al voto y luego corretean a los ciudadanos para arrearlos por el carril
electoral, por razones obvias: el voto es la moneda con la que se compran los
cargos públicos electivos y a través de ellos, todos los demás.
No en balde se le
llama “capital electoral”, porque el que tenga más votos podrá adquirir más
cargos, por ende el poder y la riqueza que ellos conllevan. Los electores
pueden seguir siendo igualmente pobres, anónimos y conformarse con las dadivas
que los elegidos (nunca el nombre estuvo mejor puesto) les prodiguen desde las
alturas.
Con el
establecimiento de un administrador monopolista, hermético y arbitrario de los
votos, el CNE, todo este sistema cambió de naturaleza. Los electores fueron
despojados del único instrumento que tenían para influir en la voluntad o al
menos en el discurso de los candidatos, lo que en un extremo llaman “voto
castigo”, para convertirse en mudos espectadores de lo que resuelvan las élites
en sus pugnas por los llamados “espacios”, que usualmente se dirimen tras
bastidores.
Seguir hablando
de elecciones es un abuso del lenguaje porque no se “elige” a nadie, sino que
se designan en los cogollos de las respectivas alianzas y lo que le queda al
supuesto elector es convalidar lo que aquellos decidieron, generalmente a sus
espaldas e incluso en contra de la voluntad manifiesta de los supuestos
electores finales.
Es lo que he
llamado pasar de un sistema electivo a otro convalidatorio de tipo castrista
comunista cubano donde, en efecto, hay actos de votación (que no elecciones);
pero sólo se puede votar por quien diga el jefe.
El llamado a
“votar masivamente”, esto es, como masa, es un reconocimiento explícito de que
no se considera un acto individual, consciente y responsable. Como se sabe, las
masas son inconscientes e irresponsables, incluso amorales, porque la moral,
como la responsabilidad y la conciencia son estrictamente individuales.
De manera que
votar carece de sentido porque el voto “no elige”, no sólo porque ni siquiera
se cuentan los votos desde el año 2004 y sea un hecho completamente palmario e
inocultable que el número de votos declarados a favor de una opción no
corresponde con los cargos que les asigna el CNE; sino por esta última vuelta
de tuerca: que sólo se puede votar por quien el régimen acepte previamente como
candidato elegible.
De manera que es
falso, sin necesidad de refutación, que el pueblo tenga el presidente,
gobernadores, alcaldes y diputados que quiera, ni es cierto que exista el
derecho de elegir y ser elegido parejamente abolidos con el sistema de
postulaciones, la migración forzosa de domicilios y el salamandrismo.
Primero, se tiene
que llegar a ser candidato de la unidad, sino olvídese, será asfixiado al
nacer. Segundo, tiene que ser aceptable para los cubanos, sino lo inhabilitan,
sin aviso y sin protesto. Tercero, tiene que pasar por las horcas caudinas del
CNE, que le dé la gana de elegirlo y proclamarlo (llegados a éste punto, las
palabras dignidad y vergüenza carecen por completo de sentido).
¿Y qué puede
hacer el candidato una vez investido? Nada, absolutamente. Que si hace algo que
valga la pena le caen a patadas, lo defenestran, lo meten preso, lo
inhabilitan, que para algo sirven el TSJ, Fiscalía, Contraloría, Defensoría, la
cayapa institucional.
Esto muy a pesar
de las lágrimas, tinta (o letras virtuales) que derramen las sufragistas.
LOS HABILITADOS
En política, como
en tantas otras disciplinas, lo más importante es lo que no se dice. Aquello
que a veces queda en el contexto, como algo sobreentendido, asunto no discutido
ni discutible, sea porque es el presupuesto común del discurso, sea porque revelarlo
haría imposible el más mínimo diálogo.
En el caso de las
llamadas inhabilitaciones es necesario observar que el foco de atención se pone
sobre los llamados “inhabilitados”, pero se deja en la sombra lo más importante
que son los “habilitados”, es decir, aquellos candidatos que gozan de la
pleitesía de los ocupantes cubanos y que éstos tienen a bien dejarlos
concursar, hacer propaganda diaria incluso por los medios oficiales, vedados a
cualquier opositor, aunque sea oficial.
No existe ninguna
manera de que un habilitado no advierta, para sí mismo, pero sobre todo para
aclarárselo a sus potenciales votantes, el hecho de porqué es aceptable para
las fuerzas de ocupación y en cambio tantos otros de sus camaradas no lo son.
¿Por qué ocurre esto? ¿Será que él es cómodo, manejable, que realmente le sirve
para algo al régimen comunista venecubano?
No existe la
menor esperanza de que un habilitado considere este punto, ni siquiera de que
alguien llegue a planteárselo, porque el desarrollo del totalitarismo ha llegado
al punto de que toda expresión apenas incómoda para la postura oficial es
simplemente proscrita, se vuelve ilegal, como en Cuba, donde toda opinión
contraria a la revolución es lisa y llanamente un delito.
Hace ya mucho
tiempo que los programas de opinión en Cubazuela imitan las patéticas “mesas
redondas” de la televisión cubana, en que los participantes rivalizan para ver
quién es más fidelista, revolucionario, mejor intérprete de la posición oficial
del partido comunista, para lo que deben dar indiscutibles muestras de ingenio.
Los programas de
opinión venezolanos son torneos en que los participantes se reúnen para
rascarse las espaldas, reforzar sus propios puntos de vista, convalidar sus
prejuicios y sobre todo, indefectiblemente, denigrar y descalificar a
potenciales detractores que nadie sabe quiénes son y que por definición no
existen, como los abstencionistas, por ejemplo, que nunca se expresan en ningún
medio, pero son atacados por todos.
Algunos hasta
reciben un set de llamadas del público en que éste refuerza lo dicho y repetido
llevándolo a extremos insultantes a que los participantes no se atrevían pero,
claro, no pueden controlar el entusiasmo del público, lo que confirma una vez
más que estos son demócratas que sólo se hablan y escuchan a sí mismos.
Cierto que cada
vez son menos los intelectuales que participan en estas charadas y que sus
argumentos lucen cada vez más desvaídos, como eso de que si estuviéramos en una
dictadura no podríamos estar conversando aquí, en este programa (nadie sabe
porqué); o que el voto es la única salida porque no tenemos otra, que es la
única arma que tenemos los demócratas, porque no vamos a coger un fusil para
irnos a la montaña; o que el que no vota después no tiene derecho a reclamar
nada, siendo que el voto es un derecho en sí mismo y no un requisito o
condición para poder reclamar los demás derechos.
Sin embargo, no
dejan de plantear los eternos dilemas de responsabilidad bajo la tiranía, sin
proponérselo, sólo por el hecho de estar ahí, de participar, como los
habilitados.
Quizás el truco
más burdo de la picaresca política criolla sea el de ofrecer la candidatura
principal a alguien y luego que se involucra lo suficiente como para no poder
salirse sin quedar mal, mediante un
hábil juego de manos, le quitan la candidatura a cambio de otra menor o
nada.
Puede ser un
juego a dos bandas, en que por un lado el gobierno inhabilita y por el otro la
unidad (con sonrisa interna) acepta las inhabilitaciones, sin defender siquiera
a las victimas con el pretexto de que nadie la sacará de su agenda de defender
al pueblo, que no está preocupado por la suerte éste o aquél dirigente, sino
por las colas, la escasez, la inflación, la inseguridad, etcétera.
Dejando
terriblemente desairados a los candidatos díscolos y a sus simpatizantes, que
no sólo quedan en estado de absoluta indefensión, sino que tienen que auto
inmolarse en aras de “la unidad”, jurando que harán campaña por los candidatos
que los sustituyan.
Pero hay una
línea fronteriza gruesa entre las eternas triquiñuelas de políticos pícaros y
el empantanarse en un genocidio, es imposible traspasarla sin responsabilidad
moral, política e incluso penal.
La imagen de un
payaso sangriento es más horripilante que la de un criminal nato, quizás el
desconcertante contraste sea lo que
produce más horror.
LA RAZÓN DE
PÉTAIN
El mariscal
Philippe Pétain se dirigió a los franceses en una alocución radial el 30 de
octubre de 1940 para explicar su entrevista con Hitler diciendo que “se ha
propuesto una colaboración entre nuestros dos países y he aceptado”. Y
concluyó: “Entro hoy en el camino de la colaboración”. Comprometido a
“extinguir las diferencias de opinión” y “mitigar la disidencia”.
Hoy es fácil
condenarlo, a la distancia; pero pocos se detienen a indagar sus razones y se
ignora deliberadamente que la mayoría de los franceses apoyaron su gesto y lo
alabaron entonces como “el salvador de Francia”, al menos de la zona no
ocupada.
Podría
preguntarse qué sería del sur de Francia sin Pétain, quien la gobernaría e
incluso sus partidarios podían argumentar que nadie lo hubiera hecho mejor que
él, con lo que se evitaron mayores calamidades al pueblo francés.
Es lo que en la
Venezuela actual se llamaría “no ceder espacios”, compartir lo que se pueda con
el invasor, para evitar males mayores y espantar el espectro de la guerra
civil, de la confrontación estéril y el inútil derramamiento de sangre.
No por casualidad
Pétain ganó su prestigio en la Primera Guerra Mundial como un apaciguador, el
único oficial preocupado por evitar bajas injustificadas, opuesto a las cargas
de caballería e infantería que produjeron las carnicerías por las que hizo fama
la “Gran Guerra”.
De manera que es
muy cónsono con su temperamento y consistente con su carrera haber propuesto un
armisticio con la Alemania nazi, cuando ya veía perdida la guerra e inútil toda
resistencia. Al contrario de un subalterno como Charles De Gaulle, que se fue al
exilio en Gran Bretaña y lanzó la consigna contraria de resistencia.
Pétain aparece en
su momento como el militar y político sensato y realista, que asume su
responsabilidad ante la historia, en lugar de huir al exterior y proponer
salidas insensatas, aventureras y sin posibilidad alguna de victoria, algo así
como la Resistencia en Venezuela ante la avasallante maquinaria militar
policial del castro comunismo.
Si el
nacionalsocialismo ofreciera opciones, alternativas, no sería tan perverso. Lo
cierto es que acorrala a la gente en callejones sin salida y la va empujando a
donde quiere mediante pasos sucesivos tan coordinados como implacables. De
hecho, una buena definición socialista de la política sería: “El arte de
obligar a la gente a hacer aquello que nunca haría por propia iniciativa”.
Cierto que es
problemático responder: ¿Qué hacer en Chacao, Baruta, El Hatillo, ahora podría
añadirse San Diego y San Cristóbal, en general, en todos aquellos lugares donde
el chavismo no tiene gente ni para armar una plancha? Bien, bien, vaya a elecciones; pero el costo
es que legitima al sistema en su conjunto y no puede decir que es honesto donde
gana la oposición y fraudulento donde lo hace el chavismo.
Como se cansó de
decirlo Pablo Pérez en el Zulia, que él era una prueba viviente de la
honestidad del sistema electoral, hasta que los militares golpistas lo sacaron
a empujones y ¿quien en su sano juicio diría que no pueden meterlo preso cuando
les dé la gana, si no respeta un tácito modus vivendi con la dictadura militar?
El problema de
usar la lógica de Pétain es que se obtienen los mismos resultados que él
obtuvo, que cuando los nazis lo consideraron oportuno ocuparon el resto del
país y lo redujeron a lo que en realidad siempre había sido, un rehén de las
fuerzas de ocupación.
Al fin, se
entregó a las fuerzas de liberación, fue juzgado y condenado a muerte; pero no
fusilado como sus otros colaboradores, conmutándose la pena por cadena
perpetua, dicen que en consideración a su edad y ser un héroe del ejército francés,
que nunca le revocaron el rango de mariscal aunque sí el de miembro de la
Academia Francesa; en verdad, quizás le reconocían in pectore haber hecho lo
que imponían las circunstancias, según un cierto realismo político puesto de
moda cada vez que se produce otra invasión.
Pétain es el
padre de la filosofía política práctica del colaboracionismo venecubano, como
quizás de cualquier colaboracionismo. Que Dios les conceda idéntico destino.
Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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