Después de tantas cavilaciones, humillaciones
ciudadanas y la vasta cuenta de acciones delictivas en su haber, tantos y
tantos venezolanos vienen tomando la decisión más contundente de sus vidas,
como lo es el llevar la complicada medalla de extranjero.
Cómo cambió el paradigma del país de los
brazos abiertos, a uno de los territorios del mundo que genera el mayor número
de emigrantes. Las cifras son alarmantes. Dos de cada tres jóvenes desean irse
de la otrora opulenta nación. Cuándo se batieron en duelo los valores y
costumbres, para erigir este parapeto emocional de huir despavoridos, cual
prófugos de guerra. Las razones sociales, económicas y políticas son evidentes.
Lanzamos casi a trompicones nuestras particulares expresiones, modismos, hábitos, tradiciones tan amadas y hasta los ideales más combatidos, para recibir el señalamiento del tenso dedo de la discriminación en otra patria. Pero el nivel de tolerancia ha llegado al límite. No hay calidad de vida en la tierra donde vio la luz de la vida el Libertador. Ya es perogrullada enumerar a las colas, delincuencia, escasez y misérrimo sueldo, sin contar la inquietante siembra de división y odio, como los causales de este éxodo.
Ya parece no importar el calarse así sea en
estrechez, la desmeritante indumentaria de “lo que sea” para sobrevivir en el
subyugante mundo de lo impropio. Trabajar de limpia pisos, niñera o de
constructor pasa a la acera de lo cotidiano cuando nos convertimos en
forasteros.
Lo más chinesco es que los estratos medios y profesionales son los inmigrantes, pues ven con pesadumbre un título ajustado al salario mínimo o sin localidades laborales. Más de 13 mil médicos han tornado su mirada hacia otras latitudes en los últimos años. Este socialismo enmascarado de equidad nos hace sentir como fugitivos.
Sacudirse el polvo de la nostalgia y borrar
las pisadas andadas para crear una nueva historia no es una tarea sencilla. El
shock cultural sobrepasa las proporciones pensadas, cuyo impacto atronador hace
mella en el amor propio. Pero muchos desean llenar sus maletas con un mejor
destino y se despiden de sus familias, amistades y hasta de sus propios
razonamientos, para allanar la senda del riesgo.
La delincuencia está como amparada y parece llenar todas las parcelas de lo infrahumano en Venezuela. La vida se convierte en un adorno de estantería, la cual se hace añicos y sólo engrosa los pesados libros fúnebres. De ahí parte la complicada determinación de empezar de cero. De sortear la recurrencia de la memoria y afrontar el vuelo hacia la incertidumbre.
Pero la esperanza asume su turno en esta
apuesta por el rescate de nuestro país. Es preferible escribir desde la
abierta, franca y riesgosa explanada de mi amado terruño, a desertar en la
lucha por este paraíso maltratado.
La bomba de tiempo está sonando y nuestro
voto tendrá quilates el 6 de diciembre. Sólo nosotros podremos enderezar el
camino de los ladrillos amarillos, que tendrá rojo y azul en convivencia, para
que brillen las estrellas.
José
Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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