Suena
a locura inimaginable, apocalíptica, como de ciencia ficción, pero sucedió. Las dos ideas fijas de Adolfo
Hitler fueron suicidarse si no ganaba la Segunda Guerra Mundial, su guerra – lo
hizo cuando la vio perdida – y ordenar que sus ejércitos arrasaran con
Alemania, su Alemania. Cosa que ordenó. Fue su último decreto antes de volarse
la cabeza. No hubo quién le impidiera lo primero, arrastrando consigo a su
recién desposada mujer y a Goebbels, su segundo, con su mujer y sus seis hijos.
Lo hicieron en el bunker del Tiergarten. La orden de una automutilación
colectiva para que los alemanes y todo los construido en siglos de esfuerzos
desaparecieran para siempre de la faz del planeta, no le fue secundada. El
fanatismo con que millones de alemanes siguieran sus delirios tenía sus
límites: la propia supervivencia.
No
fueron ideas brotadas del hundimiento del Tercer Reich. Con el suicidio ya
había amenazado inmediatamente después de fracasar con el Putsch de la
cervecería de Múnich en noviembre de 1923. Su amenaza de arrasar con los
alemanes si no estaban a la altura de sus delirios lo confesó sin inmutarse en
una conversación con dos cancilleres de países amigos en 1940. Ese camino hacia
el holocausto, su propia destrucción y la de Alemania lo inició sin que le
temblara el pulso al comprobar que no conquistaría Rusia declarándole la guerra
a los Estados Unidos. Algo incomprensible – librar una guerra imposible en dos
frentes – sin considerar sus impulsos tanáticos, suicidas, auto destructivos.
No
lo cuento por azar. Lo cuento como antecedente de los delirios de Fidel Castro,
de cuyas consecuencias somos víctimas todos nosotros, los venezolanos. Por
culpa de la infame traición de los ejércitos venezolanos comandados por la
felonía de Hugo Chávez y todos quienes se montaron en su cruzada devastadora.
Fiel y consecuente discípulo de Hitler, Castro amenazó con hundir su isla y
llevarse consigo a los Estados Unidos si le obstruían su camino a la gloria,
para lo cual convenció a los soviéticos de proveerlo de misiles provistos de
ojivas nucleares. Guevara lo secundó cuando afirmó su disposición a una
devastación atómica en aras de la revolución. Y si no hubieran mediado Kennedy
y Kruschev, en 1962 hubiéramos vivido el aterrador blow up del hongo nuclear
sobre el Caribe.
Asombra
la cortedad de juicio de quienes, teniendo en sus manos el manejo de esta
gravísima crisis de parte opositora, se niegan a comprender que Maduro,
Cabello, El Aissami y los talibanes que los secundan no tienen otro proyecto
estratégico que arrasar con Venezuela. La idea fija de Fidel Castro desde que
Betancourt le diera con un portazo en las narices y sus mejores oficiales
salieran con la cola entre las piernas aventados de territorio nacional por
ejércitos patriotas, de esos que desaparecieron en el turbión del Caracazo y la
crisis política de los años noventa.
Sólo
un imbécil puede negarse a comprender que la revolución se murió, si es que no
nació muerta. Que Chávez se ofrendó en aras del castrismo, al que le entregara
su vida y le traspasara nuestra soberanía. Que el único motor que le ha dado
vida a este burdel uniformado ha sido la renta petrolera, y que esa renta ya no
alcanza ni siquiera para alimentar a un pueblo desesperado y fracturado por una
crisis congénita. Que lo que había que robar, se lo robaron. Y que puesto que
no hay futuro, la única política visible es la hitleriana: arrasar con todo. No
dejar ni las chimeneas. Y cuando huyan ante la furia del despertar, querrán
cumplir la última orden de Fidel: arrasar con todo.
Todo
lo que contribuya a mantener en pie la ficción sirve objetivamente a la
devastación de Venezuela. A estas alturas el problema no es impedir que
terminen por devastarla. Es hacerles pagar el crimen de haberla devastado. Temo
que ninguno de los administradores de la llamada oposición lo entienda. Temo
incluso que más de uno sea cómplice de la devastación. No sé quien es más
criminal: si quien devastó a nuestra república o quienes se negaron y aún se
niegan, ya próximos a la hora final, a impedirlo
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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