Ahora, los pobres crecieron en número. Mientras que los de clase media, vieron disminuir su horizonte de esperanzas. Antonio José Monagas
A decir por lo que ocurre en Venezuela, su población
pareciera haberse resignado toda vez que ha asumido un comportamiento
marcadamente inconmovible frente a los problemas que padece. Problemas éstos
ocasionados por el gobierno que se dio al elegir un personaje cuyo menguado
sentido y escaso conocimiento del Estado venezolano, y las realidades que lo
afectan, ha potenciado el nivel de crisis que la desorganización del país, en lo
económico, social, administrativo, financiero y político, ha provocado. Sobre
todo, en lo que va de período gubernamental.
Por ningún lado se justifica que un país como Venezuela,
cuyo grado de desarrollo económico y social, fuera válida y sólida referencia
internacional, haya decaído de manera sorprendente. Naciones que en otrora se
mantuvieron relegadas en términos de indicadores de crecimiento económico,
bienestar social y cultura política, superaron a Venezuela de forma
desproporcional. Basta con comparar realidades que evidencien sobradas ventajas
alcanzadas por países como Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Uruguay y Chile,
incluso países centroamericanos como Nicaragua, Panamá o Costa Rica, para dar
cuenta del deshonroso atraso al que llevaron a Venezuela casi tan grosera, como
violentamente.
Cabría preguntarse, ¿de qué sirvieron las elocuentes
decisiones que signaron los lapsos de gobierno entre Enero de 2000 hasta marzo
de 2013 y que fueron luego ratificadas con el devenir de los siguientes momentos
de gobierno? Simplemente, para nada. ¿O fue que la decisión, además
mezquinamente elaborada, de cambiarle el nombre a la República de Venezuela, o
de modificar el horario nacional, o de variar el nombre de la moneda, o de
colocarle una estrella más a la bandera y de poner el caballo al revés en el
pabellón nacional, o de instaurar tantas necedades sólo por caprichos de altos
gobernantes cuya indolencia coadyuvó a manipular la idiosincrasia del
venezolano con fines exclusivamente populistas, sirvieron para impulsar el
desarrollo necesario del país?
¿O es que el resultado de tales disposiciones
gubernamentales condujeron a mejorar la calidad de vida del venezolano toda vez
que dichas medidas pudieron revertir el acumulado de problemas que tanto daño
han causado a aquellos con mayores carencias y necesidades? Tampoco. Por lo
contrario. Se exacerbó la crisis que venía soportándose entre atenuantes y
sedativos por lo que sólo logró exacerbarse la miseria de la población.
Ahora, los pobres crecieron en número. Mientras que los
de clase media, vieron disminuir su horizonte de esperanzas. Realmente, sus
expectativas han sufrido los rigores de los azotes de una inflación que no ha
tenido compasión con nadie y ante nadie. Quizás, los únicos que se beneficiaron
del calamitoso estado de penurias que zarandeó y sigue vapuleando al país, han
sido, primeramente, los colaboradores y aduladores del alto gobierno. En
segundo lugar, aquellos que groseramente se aprovecharon de conexiones para
usurpar posiciones de autoridad y de esa forma, manipular criterios en
beneficio personal. En tercer lugar, fisgones o impertinentes que han buscado
escamotear negocios gubernamentales también en beneficio propio. En cuarto
lugar, todos aquellos vividores que se han valido del poder político-partidista
para enredar lo posible en nombre del socialismo pretendido. Y por último, los
abusadores de siempre que tratan de pellizcar los residuos o migajas de la
torta que intenta repartir el gobierno a manera de captar ilusos, trasnochados
e idiotizados ideológicamente. Y aun cuando esta clase de carroñeros de la
política están repartidos en términos del tamaño de mordida con lo cual dejan
ver la condición de lambrucio, son parte de un universo precario y además
cobarde y de resentidos, egoístas y gritones. Pero no por ello, no han dejado
de mostrar su cualidad más vehemente: la agresividad que encarna cada una de
sus acciones. Así que apoyados en la fuerza que le otorga el poder político,
encauzado éste por un maremágnum de carencias de todo orden y magnitud, tienen
atemorizada a la población. Pero al mismo tiempo, ocupada en mendigar alimentos
y reclamar servicios que dejaron de funcionar luego de ser aprehendidos por
órdenes gubernamentales. De manera que en medio de esta crisis de acumulación y
dominio, el país resultó arrastrado y hundido en el lastre de la revolución.
Así, dejó envolverse por ese cúmulo de atribulaciones, sin observar resistencia
alguna. Tanto que pudiera pensarse haberse convertido en un ¿país
desvergonzado?
VENTANA DE PAPEL
¿POR QUÉ TANTA SUMISIÓN?
Hablar de la
sumisión del poder público al Derecho no es igual a invocar la sumisión del
poder popular a gobiernos alejados de valores que exhortan la democracia. Más,
al reconocer que el poder popular es el poder soberano, pues ahí deberá
aceptarse que el poder soberano es ilimitado. Es decir, totalmente libre, capaz
de tomar decisiones sin consultar. Puede hacer y deshacer según su voluntad,
sin límites que le impidan acogerse a sus propias determinaciones. Y aunque
ello suena estrepitoso o exagerado, en el fondo resulta absolutamente verdadero
a pesar de su altisonancia.
Sin embargo,
estas consideraciones obligan a pensar en lo descabellado que puede resultar
una realidad que tienda a mostrarse tan radical como podría imaginárselo. En
todo caso, cabe suponer la autonomía que enviste al poder popular al momento de
actuar en consonancia con el marco jurídico-legal que encarna un Estado
democrático y social de Derecho y de Justicia. No obstante, esta explicación
pareciera rebotar en el pensamiento de muchos. Sobre todo, en quienes presumen
del acceso y manejo del poder por el hecho de ocupar un cargo de alta
responsabilidad en instancias funcionales de la Administración Pública.
Preguntar entonces
a qué se debe tanta sumisión de una población que, como la venezolana, ha
disfrutado momentos de expansión económica y de vivencia democrática, se
convierte en una interrogante de difícil argumentación e intrincada respuesta.
No sólo en su contestación se integran razones que comprometen expectativas de
vida traicionadas por la incidencia de ideologías políticas de insustancial
formulación. También, por el inesperado advenimiento de hechos que complican la
dinámica de la economía, o que además revuelven decisiones que terminan
afectando el fuero socio-afectivo de grupos familiares indebidamente preparados
para afrontar los desmanes de cualquier circunstancia de cruda realidad. Pero
también, existen otros factores que no justifican para nada tanta sumisión. O
mejor dicho, tanta humillación, resignación y sometimiento de una población que
luce desvergonzadamente subordinada como si en verdad se tratara de acatar una
orden expresamente militar.
De manera que no
debe aceptarse este tipo de realidades caracterizadas por un trato de vasallaje
o de “esclavitud del siglo XXI” en la faz de una nación cuyo territorio fuera
dignamente liberado del yugo de opresores que tuvieron las mismas pretensiones
de mantener conculcados derechos fundamentales y libertades esenciales para la
vida de un país. Y aunque sea posible desenredar tan enmarañado nudo social,
político y económico, las fuerzas de la opulencia radicadas en el centro del
poder buscarán negar o resistirse a toda intensión de resolver dicho problema
pues de su oxigenación depende su pernicioso e infeliz anquilosamiento en el
pináculo del poder político. Aún así, vale insistir en preguntar ¿por qué tanta
sumisión?
MÁS ALLÁ DE
CÁNDIDOS PACTOS
De que valen
acuerdos y pactos entre algunos pretendiendo hablar en nombre de la oposición,
si sus propuestas están desvinculadas de las actuales realidades lo cual tiende
a ser “más continuismo frente a las peores crisis económicas de nuestra
historia reciente”. Es así como Marisol Bustamante, polítólogo y directora de Diversidad
y Cambio, hace ver “la urgencia de los cambios a los cuales estamos llamados
los venezolanos”. Y sin duda, que ello “exige la voluntad de los mejores para
las tareas de alto impacto que se presentarán en el país en los próximos cinco
años desde la Asamblea Nacional”.
Por consiguiente,
la propuesta “debe ser la de una convocatoria nacional para el apoyo de una
Agenda de Soluciones que debe comenzar por un Plan de recuperación Económica”.
Así que, recalca Bustamante, que “no es hora de esperar, es hora de exigir y de
elegir (…) más allá de maquetas y de partidos políticos”. O sea más allá de
cándidos pactos.
“Cuando un país abandona sus valores y
principios de dignidad y libertad, es porque se ha permitido gobernantes que
inspiran temor y desesperanza. Sólo queda someterse
a la ignominia
que desata cada decisión de gobierno convertida en miseria dosificada”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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