La
tormenta perfecta del Esequibo y la forma en que está devastando la petrodiplomacia
del chavismo en el Caribe, Centro y Suramérica, serviría para escribir tratados
y tratados que prueben cómo las dictaduras socialistas y totalitarias son
fenómenos esencialmente políticos, y las cuestiones que afectan la economía, el
territorio, la sociología y la ideología son irrelevantes y absolutamente
negociables.
Lo
demostraron, Lenin cuando a meses de la “Revolución de Octubre”, el 3 de marzo
de 1918, firmó con el imperio alemán aquel Tratado de Brest-Litovsk que
significó la pérdida de un tercio del territorio ruso de preguerra, pues su
interés estaba concentrado en ganar la guerra civil que veía aproximarse;
Stalin con la firma del Pacto Germano-Soviético de 1939, con el cual intentó
repartirse con Hitler la Europa Central como un primer paso para deshuesar a la
democracia occidental; y Fidel Castro, que mientras incendiaba América Latina
contra el imperialismo yanqui, toleró su presencia en la Base Naval de
Guantánamo, pues, simplemente, no perturbaba el poder total que estaba
imponiendo a sangre y fuego en la isla caribeña.
En
lo que toca a Chávez, no hay dudas que, con la asesoría de los dictadores
cubanos, Fidel y Raúl Castro, desde que asumió el poder a finales de los 90, se
trazó forjar una alianza con el mayor número posible de países del Caribe,
Centro y Sudamérica, a fin de procurarse los votos que necesitaba para derrotar
a los Estados Unidos, y las democracias de la región, que suponía se opondrían
a que una nueva Cuba surgiera en el Continente.
A
este respecto, cabe recordar que ya no había guerras ni batallas que empeñar,
pues, el fin de la “Guerra Fría” imponía que sería en los organismos e
instituciones multilaterales donde se ganaría o perdería la vigencia del nuevo
orden jurídico internacional.
Particularmente
le preocupaba la OEA, institución controlada por una mayoría de estados
democráticos, y cuya “Carta Democrática” (aprobada en la Asamblea General del
11 de septiembre del 2001, en Lima, Perú) se había instrumentado para que
dictaduras de izquierda o derecha no volvieran a infestar la región.
Cuba
no hacía parte de la OEA -pues había sido expulsada en 1962 después que el
gobierno de Rómulo Betancourt la acusó de injerencia en los asuntos internos de
Venezuela- pero los 18 estados del Caribe angloparlante asociados en el Caricom
sí, y, cómo desde los inicios de la revolución cubana y de la independencia de
los ahora llamados también países afrodescendientes, se habían consorciado en
sus penas y alegrías “antiimperialistas”, pues nada más natural que la Antilla
Mayor fungiera de influencia dominante entre las Menores.
La estrategia castrochavista, entonces, lució clara y se dirigió a ganarse los votos del Caricom y de otras islas y países pobres del continente, a fin de constituirlos en un bastión de manos alzadas, con el cual el neodictador venezolano pudiera destruir la democracia y el estado de derecho en el país.
Para
lograr tal “milagro” se prestó, idealmente, la riqueza petrolera y los
petrodólares provenientes del ciclo alcista de los precios del crudo
(2004-2008) que fluyeron a torrentes entre aquellos emblemas del Tercer Mundo,
a través de la agencia de repartos que igualmente llaman “PetroCaribe” y que
vendieron su pobreza a cambio de despojar a los venezolanos de sus derechos
humanos e institucionalidad.
Pero el Caribe angloparlante, asociado en el Caricom, quería más, mucho más, y la próxima presa a la cual le puso las garras fue al Esequibo, “Territorio en Reclamación” entre Venezuela y Guyana, cuyas riquezas petroleras y mineras ya estaban evaluadas y que, si se “conquistaban”, era el sucedáneo perfecto para cuando Chávez y su Venezuela rica y regalona dejaran de ser.
Y
la entrega del Esequibo por votos en la
OEA -y donde fueran necesarios-, es lo que ocurre en la tristemente célebre
visita de Chávez a Guyana en febrero del 2004, donde proclama que “el asunto
del Esequibo será eliminado del marco de las relaciones sociales, políticas y
económicas de los dos países”. y que “el gobierno venezolano no será un
obstáculo para cualquier proyecto a ser conducido en El Esequibo, y cuyo
propósito sea beneficiar a los habitantes del área”.
Es
cierto que no se trataba de una cesión de “derecho”, porque en cualquier caso
podía alegarse que el petrodictador no tenía facultades para derogar el
“Acuerdo de Ginebra” que había “constituido” en el 66 la “Zona en Reclamación”,
pero sí “de hecho”, puesto que, si permisas que Guyana haga lo prohibido, como
era explotar el Esequibo, entonces llegará un día en que poblacional, económica
y políticamente dejará de pertenecemos.
Pero
de regreso a casa el “Comandante en Jefe”, “Gigante” o “Presidente Eterno”
tenía otras cuentas que arreglar, como era pulverizar los intereses petroleros
imperialistas en Venezuela, expresados en aquella “Apertura Petrolera” de los
tiempos del segundo Caldera que, autorizaba a Pdvsa a asociarse con
transnacionales de los hidrocarburos para acometer la explotación de la “Faja
Petrolífera del Orinoco”.
La
cuestión no era sencilla, porque la legalidad de los contratos de la “Apertura”
era irreprochable, autorizados por la Corte Suprema, el Congreso Nacional y
ratificados por el Máximo Tribunal en el 2002, pero Chávez modificó la Ley de
Hidrocarburos, valido de una Ley Habilitante, y obligó a las petroleras que ya
habían invertido, o a acatar una nueva ley de su puño y letra o irse del país.
Fue
aquí donde el chavismo chocó con la Exxon Mobil, la trasnacional que era, por
cierto, la que más había invertido en la “Apertura”, cuya presencia en el
proyecto “Cerro Negro” era avasallante, que no aceptó el cambio de las reglas
de juego y decidió someter el caso de la expropiación al arbitraje
internacional del Ciadi.
Y
es que, como dice el experto, José Toro Hardy, en su brillante artículo, La
venta de Chalmette: una estupidez soberana, “Nadie niega el derecho soberano de
una nación a modificar sus leyes. Lo que sí debería criticarse es la falta de
criterio para cometer soberanas estupideces y eso fue lo que hizo el gobierno
venezolano”.
El 9 de octubre del 2014, hace exactamente 9 meses, se conoció la decisión del Ciadi, -que es una instancia del Banco Mundial- y en ella, como era de esperarse, se obliga al gobierno venezolano a pagarle a Exxon Mobil, en compensación por la expropiación de sus activos, 1600 millones de dólares.
Yo
diría que, con esta decisión, empieza a formarse “la tormenta perfecta del
Esequibo”, pues, a los herederos de Chávez les resulta imposible aceptar que
sea la transnacional expropiada por “el Gigante”, que, además, le ganó un
juicio a la nación por 1600 millones de dólares, la que empezará a compartir
con Guyana y el Caricom la inmensa riqueza petrolera que, se cree, sustituirá a
Venezuela como centro energético de la región.
Y
ello quedó fuera de toda duda cuando, el 6 de marzo pasado la prensa
internacional trajo la noticia, confirmada un día después por las autoridades
de Georgetown, de que Guyana se había asociado con Exxon Mobil, y una petrolera
china, ExenPetroleum Company, en la explotación de reservas petroleras
descubiertas en la Fachada Atlántica de la Guayana Esequiba, o sea, en el
corazón de la propia “Zona en Reclamación”.
En
otras palabras que, final más atroz para una política fundamentada en la venta
de las riquezas nacionales para comprar votos en la OEA para destruir la
democracia venezolana, no podía imaginarse, y que, simplemente, se nutre de un
giro que la trasnochada revolución chavista no puede admitir: el petróleo, como
los ciclos alcistas, no dura para siempre y, una vez que los “ricos” se
convierten en “pobres”, los clientes que, una vez los esquilmaron, voltean
hacia otros ricos.
El nuevo rico, en lo que se refiere a recursos petroleros y energéticos, son los Estados Unidos de Norteamérica, el país de la Exxon Mobil, que, con el descubrimiento de nuevas reservas convencionales, y la explotación del petróleo y gas de esquistos, pasó a convertirse, hace un mes, en el primer productor de crudos del mundo, desplazando a Rusia y a Arabia Saudita.
Y
hacia este imán, han comenzado a moverse los rascabucheadores de siempre,
raspacupos y bachaqueros del tipo Raúl, Fidel Castro, y los “hermanos” del
Caricom que, incluso, con una grosería innecesaria le están diciendo a los
revolucionarios bobos venezolanos: “Si te he visto, no me acuerdo”.
A
este respecto, nada más oportuno que recordar la reunión del presidente Obama,
el 9 de marzo, -un día antes de la VII Cumbre de Las Américas de Panamá-, en
Kingston, Jamaica, con el Caricom, y en la cual conminó a sus miembros a
escapar de la pavorosa crisis económica chavista-madurista, del fin de su
industria petrolea y ponerse bajo la umbrela energética de EEUU.
Pero
¿no habló también Obama del Esequibo, no les dijo a “sus nuevos mejores amigos”
que Exxon Mobil contaba con el respaldo de su gobierno y que no se preocuparan
de Maduro porque su otro “nuevo mejor amigo”, Raúl Castro, se había
comprometido a apaciguarlo?
Lo
cierto es que, más allá de especulaciones, Obama y Raúl Castro, se mantuvieron
en Panamá lo más alejados posible de Maduro, dándole a entender que era un
“perdedor” y que, o aceptaba la entrega del Esequibo o encontraría a todas las
multilaterales que contribuyó Chávez a crear con petrodólares venezolanos, en
su contra.
Creo
que, a esta dramática realidad fue a la que aludió el presidente guyanés, David
Granger, cuando declaró hace unos días que “Maduro está aislado”, y de
inmediato vimos cómo el Caricom apoyó a Guyana en su reunión anual de Barbados,
y sin que los presuntos aliados de Venezuela, los hermanos Castro, el Alba, la
Unasur, la Celac, Ortega, Correa, Evo Morales, y el Mercosur hayan emitido una
palabra de respaldo a estos “hermanos” que arruinaron a Venezuela comprando
votos que, simplemente, se vendieron al mejor postor.
Soledad
de soledades, vergüenza de vergüenzas, ridículo de ridículos, colmo de colmos
con los cuales es imposible que un gobierno, no digamos pueda recobrar El
Esequibo… mantenerse en el poder.
Manuel
Malaver
manuelmalaver@gmail.com
@MMalaverM
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