El nuevo Secretario
General de la Organización de Estados Americanos en una reunión celebrada en Washington el domingo 14
de junio, con la asistencia de 35 representantes de agrupaciones civiles del
continente, prometió dedicar su tiempo a
redimir lo que llama “la deuda contraída con Cuba” por su exclusión del organismo hemisférico. Dijo
que “la OEA debe entonar un mea culpa pues no puede basarse en ningún tipo de
exclusiones, y menos de países cuando buscan su camino a través de su pacto
social”. Planteándolos como ejemplos a
seguir, afirmó que entre los logros más importantes del Uruguay durante el
mandato de José Mujica, gobierno en el que fue Canciller, están las
legalizaciones de la marihuana, del aborto y del matrimonio homosexual.
Argumentó que esas decisiones “dieron más derechos a más personas”. Sin
embargo, el flamante Secretario General evadió responder cuando en el
transcurso de la reunión la disidente
cubana Rosa María Payá le preguntó por otros derechos no menos importantes.
Se refería la Payá a aquellos que tienen que ver con las libertades
fundamentales arrebatadas a todo un pueblo por la dictadura que gobierna en la
isla hace 56 años.
Almagro ha
llegado al cargo sin contrincantes y prometiendo reformar la desprestigiada
institución continental. También el sureño José Miguel Insulsa, en el segundo
de sus períodos (2010-2015) fue electo por descarte, pues ningún otro país
demostró interés en presentar candidatura. En ese entonces, capturada por los
petrodólares venezolanos, la OEA había pasado a ser un instrumento dócil al servicio del socialismo del siglo
XXI. En 2006 el robusto Insulza, en la
misma conducta que hoy asume su sucesor, al definir su posición frente al
régimen castrista afirmaba que “el sistema cubano puede evolucionar en la
medida que respetemos lo que los cubanos quieran, dándoles el tiempo que sea
necesario sin intentar imponerles soluciones o crear un proceso conflictivo”. Y
en el desarrollo de esa política, la Asamblea General de Cancilleres reunida
en San Pedro Sula, en junio de 2009,
deja sin efecto la resolución que en
enero de 1962 expulsa a Cuba del Sistema
Interamericano. Un regocijado Hugo Chávez califica la decisión, votada por
unanimidad, como el comienzo de una “nueva era”. Sin embargo, días después del
inicio de esa nueva era, la misma OEA que
reivindica a la dictadura fidelista expulsa de su seno a Honduras, luego
que el Congreso de ese país juzga y destituye al presidente Manuel Zelaya
acusándole de implementar una maniobra reeleccionista contraria a la
Constitución y urdida con la abierta intervención del Consejo Nacional
Electoral de Venezuela. Aplicando un rigor rayano en el ensañamiento, se
implementan sanciones a uno de los países más pobres de nuestro continente y en
un hecho inédito en la historia
diplomática del hemisferio, la sede de la Embajada de Brasil se convierte en
foco de agitación que incita abiertamente a la
rebelión violenta en contra del
nuevo régimen provisional. De esa manera el gobierno de Lula, inmediatamente
después de romper relaciones con la nación sancionada, ejerce abusivamente la
extraterritorialidad de una sede diplomática que ya no era tal, y además
durante varios meses concede refugio a Zelaya y a decenas de sus allegados. A través de los
medios de comunicación internacionales que le entrevistan libremente, Zelaya
denuncia a la “dictadura” del señor Micheletti y respalda la vergonzosa y
descarada intervención extranjera en los asuntos internos de su país. Insulsa,
Chávez y
Lula dirigen la grotesca
comparsa. Y por supuesto a ellos se une
el “demócrata” Raúl Castro, a quien este bloqueo a la nación hondureña y
a su pueblo si le resulta justo y conveniente. Por su parte el inefable y
contradictorio Secretario General de
entonces, deja de lado su prédica de “no crear procesos de conflicto” que
aplica a Cuba, mientras que esa misma política se le niega a un país
desprovisto de las protecciones, el celestinaje y las complicidades que la
tiranía antillana ha disfrutado en el ejercicio de su larga vida. Por fortuna
Micheletti logra resistir la embestida internacional, y devuelve a su país la
institucionalidad plena de la democracia al realizarse las elecciones
presidenciales que llevan al poder a Porfirio Lobo. Tres años después el
entonces canciller Nicolás Maduro (en junio de 2012) acude al Palacio de los López, sede presidencial de
Paraguay a solicitar al alto mando militar el derrocamiento de Federico Franco,
quien había sido nombrado por el Congreso Nacional como Presidente provisional
luego del enjuiciamiento y destitución de Fernando Lugo.
Con aquellos y
otros tristes antecedentes, Luis Almagro hereda una organización divorciada de
la Carta Democrática Interamericana cuyo texto compromete a “preservar y
consolidar la democracia representativa dentro del principio de no
intervención”; a “defender y garantizar
los derechos sociales, libertad de expresión y de prensa”; y a fortalecer “los
derechos económicos, sociales y culturales dentro de la democracia
representativa de gobierno”. A partir de la gestión de José Miguel Insulza, la
OEA inoculada por el Socialismo del Siglo XXI ha marchado en dirección
radicalmente contraria a esos principios. El progresivo desmontaje de la
democracia representativa en América Latina en los últimos 15 años, ha pasado
por reformas constitucionales que consagran el continuismo, la reelección
indefinida y la centralización arbitraria del poder. Nuestro continente después
de una larga etapa de dictaduras militares, había alcanzado el viejo anhelo de
elegir democráticamente y bajo el principio de alternabilidad republicana, a
gobiernos civiles respetuosos de los derechos humanos y sometidos al juicio
permanente de la opinión pública. Hoy la comunidad interamericana es el
escenario de la liquidación de aquellas conquistas. Quedan de lado los
consensos y equilibrios, y en nombre de
la revolución volvemos a los viejos tiempos de la censura, del exilio, el
crimen político, la tortura, la represión. Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina son ejemplos claros de
autoritarismos con vocación totalitaria, en los que no existe separación de
poderes, se violan libertades fundamentales, la corrupción ocurre con total
impunidad y los mecanismos electorales garantizan el continuismo mediante
procedimientos fraudulentos. Y en medio de este contexto el nuevo Secretario
General viene a ejercer sus funciones, confesando un
evidente sesgo ideológico compatible con estas formas de gobierno, y
trazándose como meta el retorno de la dictadura de Cuba a la comunidad
americana. Eso sí, respetándole a ésta lo que él llama “su pacto social”,
expresando un dramático “mea culpa”, y pidiéndole perdón al gobierno de Fidel y
de Raúl por lo que considera “una deuda
contraída”.
Lo que ahora
ocurre en la OEA es el resultado de la creciente influencia del régimen cubano
en nuestro continente a partir del ascenso de Hugo Chávez al poder. Los
petronegocios esparcidos en toda la región permitieron al castro-chavismo
redimensionar el fracasado proyecto
subversivo de los años sesenta.
Con el soporte de un abundante financiamiento, desde el eje Caracas-La
Habana se logra articular la construcción de liderazgos y de organizaciones
políticas afines, se estimula la agitación social, se compran fidelidades, y
se mantienen relaciones de cooperación y
protección con la subversión narcoterrorista colombiana. Esta estrecha relación
quedó evidenciada en las computadoras de Raúl Reyes y en la
denuncia documentada ante la OEA por el gobierno de Uribe el 22 de julio
de 2010, que comprueba la existencia de cinco campamentos de las FARC y ELN a
90 kilómetros de Colombia y a 23 kilómetros de Maracaibo, y que señala además
la presencia de veinte campamentos localizados en Táchira, Apure y Amazonas. A
pesar de ello, el Presidente Santos al
asumir el mando retira los cargos sin mediar explicación, y comienza una nueva
política que se traduce en impune protección a ese ejército terrorista
establecido en nuestro país, calculado para ese entonces en 1500 efectivos.
Sorpresivamente se amigan los dos mandatarios y concluye la crisis como si ésta
hubiese tenido su origen en un enfrentamiento entre dos gobernantes con mal
carácter, y no en graves acontecimientos que repercuten sobre todos los pueblos
americanos afectados por las bandas
criminales. La OEA cierra el capítulo, con el pleno conocimiento de que en Venezuela
se preserva una zona de tolerancia terrorista, en la que se asiste, se entrena y
oculta a los autores de miles de secuestros, de atentados y ejecuciones
en cautiverio, de reclutamiento de
niños, de producción y venta drogas, entre otros crímenes. A partir de la
presidencia de Santos, la FARC fortalece su control sobre las fronteras, y consolida aún más sus espacios en el
narcotráfico mundial. Con mayor libertad de acción, los grupos armados
del vecino país ejercen soberanía en los estados fronterizos venezolanos, todo
en convivencia con los gobernadores chavistas y con militares que facilitan y
protegen sus acciones delictivas.
Mientras los
Castro lavan su cara como “mediadores”
en un conflicto del que han sido factor político e ideológico fundamental, en
territorio venezolano se protege y ayuda a una guerrilla que actúa contra el
Estado colombiano, profana nuestra soberanía
y utiliza nuestro espacio territorial como vía libre para la droga, y
como santuario en el que se hermanan las relaciones del
terrorismo internacional. Recordemos que ante el juez español Eloy
Velasco, los miembros de la ETA Juan Carlos Bisance y Javier Aristán
reconocieron que su grupo terrorista planificaban con las FARC el asesinato de
dirigentes políticos colombianos y españoles, entre los cuales estaban
Pastrana, Uribe y Aznar. Informaciones en igual sentido, extraídas de las
computadoras de Raúl Reyes destacan el papel de Arturo Cubillas Fontán (vasco,
nacionalizado venezolano y funcionario del gobierno chavista) como articulador
de esas relaciones que implican entrenamientos conjuntos en el uso de bombas C4
y de misiles de largo alcance. Estas informaciones fueron ratificadas ante la
Audiencia Nacional de España por el ex guerrillero José María Dorronsoro en
2010. Entre tanto, el mayor del ejército venezolano Milton Revilla, fue
condenado en Venezuela a 6 años de prisión en marzo de 2012 por denunciar que
estos grupos se adiestraban en la región del Catatumbo.
Es así como, en
forma conjunta y sincronizada trabajan los gobiernos de Cuba y Venezuela en
función de un mismo objetivo. Mientras la isla comunista abraza a su viejo
enemigo, con el fin de superar la
miseria y la postración económica y social engendrada durante más de medio siglo de oscurantismo
estalinista, en Caracas se elevan los niveles de confrontación nacional y
externa, se persigue a la disidencia y se profundiza el proyecto dictatorial.
Sin renunciar a su dogma totalitario Cuba entra triunfante a la comunidad
interamericana. Y en Venezuela se
consolida el mismo modelo impuesto por la dictadura fidelista, a la que hoy
todos los gobiernos del continente acogen con deshonroso regocijo.
Julio Cesar Moreno Leon
juliocesarmorenoleon6@gmail.com
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