La
inseguridad de las personas y de los bienes se ha convertido en los últimos
años, según diversas encuestas realizadas por diferentes empresas
especializadas, en uno de los problemas
más graves que confronta el venezolano frente al hampa desbordada, la
incapacidad y, en algunos casos, la descomposición de los cuerpos
policiales.
En los
países con gobiernos democráticos en los que la Fuerza Armada está subordinada
al poder civil, el combate al hampa común es una misión de las policías, las
que en caso de emergencia, por no poder controlar con sus armas a los grandes
capos del crimen, solicitan la cooperación de las Fuerzas Armadas. El Venezuela
el Presidente Maduro ha colocado a la cabeza de la ofensiva contra la
delincuencia a un General del Ejército, Gustavo González López, Ministro de
Relaciones Interiores, Justicia y Paz, quien comanda, según anuncios oficiales,
a miles de hombres de tropa y a todas las policías de la nación.
Las medidas de alta policía anunciadas
en varias oportunidades, como planes de Seguridad de la nación, se han
estrellado ante una realidad, que les resulta incontrolable, a tal extremo que
el Presidente de la República decidió la intervención de la FANB para intentar
de frenar los hechos delictivos que
afectan a todos los venezolanos. Y aunque el Jefe del Estado ha debido proceder
a destituir, y no lo hizo, a los
responsables por la incapacidad demostrada para combatir el delito, el hecho de
apelar al FANB revela que el país ha entrado en una espiral de violencia
hamponil, relativamente incontrolable y caótica.
La política de seguridad ha venido
siendo enfocada equivocadamente por los más altos funcionarios de ese ramo, al
aprobar la creación de una policía nacional, sin antes establecer y tratar de
corregir las verdaderas causas de la proliferación de los actos criminales.
Mientras existan millones de desempleados y una burocracia que no oculta su
rápido y repudiable enriqueciendo ilegal; mientras no se combinen planes a
corto, mediano y largo plazo para enfrentar la pobreza, se eduque para el
trabajo a millones de marginales y creen
las fuentes de empleo respectivas, de nada ha
servido una nueva policía nacional. Por lo contrario, importantes miembros
de esa policía han sido una fuente más de corrupción, como ha quedado demostrado
en la actuación de algunos de los
cuerpos policiales.
La utilización de la FANB ha dado lugar
a por lo menos dos lecturas. Una que aparentemente esa puede ser una solución,
si su actuación se combina con el CICPC y las policías regionales, municipales
y con las comunidades. Y otra que los oficiales y soldados de la Fuerza Armada
no han sido preparados para cumplir funciones policiales y se teme el aumento
de la violación de los Derechos Humanos de los venezolanos que por una u otra
razón sean detenidos, como sucedió con varios de los jóvenes apresados por la
Guardia Nacional Bolivariana en la Cota 905.
Y si a esta descomposición policial y
social agregamos la proliferación de armas en manos de delincuentes comunes y
políticos, el problema se puede tornar insoluble a corto plazo, si no se
aprueba una política de desarme de la población civil, que según informaciones
oficiales manejan varios millones de armas, sin control efectivo de quienes por
ley son los únicos que las pueden portar.
Y como
todos los ciudadanos se
sienten amenazados por el hampa, no hay
dudas de que hay que apostar por el éxito de
este último plan de seguridad nacional, denominado Operación de
Liberación y Protección del Pueblo (OLP), después que fracasaron los 20
anteriores, concebidos y dirigidos por 15 Ministros de Interior y Justicia.
Todos los ciudadanos de formación democrática esperan que no sea utilizado para
reprimir manifestaciones por las reivindicaciones sociales, en momentos en que
la inflación ha convertido en sal y agua los precarios sueldos y salarios que
vienen devengando los empleados públicos desde hace 3, 4 y hasta más años,
durante los cuales no se han firmado contratos colectivos con la Administración
Pública. También esperan todos los ciudadanos que este plan no sea utilizados
para perseguir a la disidencia política, ni para reprimir sus manifestaciones
pacíficas, garantizadas por la Constitución Bolivariana de Venezuela.
De lo contrario estaríamos entrando en
un proceso de radicalización de la represión y la violencia políticas, con
consecuencias impredecibles, no deseadas para ninguna nación en la tierra, y en
particular para un país democrático y
civilizado, como aspiramos a consolidar el nuestro.
Juan Paez Avila
jpaezavila@gmail.com
@jpaezavila
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