Es natural que en
todas las sociedades existan grupos con diferencias de criterio con respecto a
temas de interés general. La democracia se ha venido implantando a lo largo de
siglos como el mecanismo a través del cual los ciudadanos dirimen sus
diferencias mediante el uso de mecanismos pacíficos como el voto o el trabajo
que realizan organismos como el parlamento.
Estas divisiones
pueden ser explotadas con fines políticos para promover algunos intereses por
encima de otros. Eso es lo natural en política. Lo que no es normal es que la
exacerbación de la diferencia entre grupos se use para enfrentar ciudadanos
contra sus connacionales. Lo que es condenable es que la práctica política se
reduzca a la condena de quien no está de acuerdo con lo que propone una mayoría
circunstancial.
Los tres últimos
quinquenios han visto a Venezuela perder la imagen de país democrático que
había construido a partir de 1958. Quizás el país no fue un dechado de virtudes
en términos de rendimiento. Se pudo hacer mucho más de lo que se logró.
Efectivamente, los venezolanos consideraron que el experimento de 40 años
necesitaba una modificación. Se requería, en opinión de muchos, que nuevos actores
tomaran la rienda del país para resolver los problemas ya crónicos que sufrían,
y todavía sufren, los venezolanos.
Uno de los
primeros mecanismos de manejo de política que implantó Hugo Chávez fue fomentar
la división política con la finalidad de generar confrontación entre sectores
de la sociedad. A Chávez le parecían adecuados los elementos funcionales de la
democracia pero despreciaba sus principios. La historia reciente está repleta
de hechos que así lo demuestran. Al caudillo del proceso político le molestaban
valores esenciales del comportamiento democrático. Por lo tanto no respetaba,
no reconocía y no toleraba.
Los insultos de
Chávez a quienes ejercían su derecho a oponérsele eran una constante en el
discurso presidencial. Esos insultos estaban llenos de epítetos que en sí
mismos resultaban irrespetuosos a todo aquel que estuviesen dirigidos.
Mostraban la incapacidad o la falta de voluntad de Chávez de reconocer al
contrario como un adversario político con derecho a pensar diferente y demostraba
su carácter intolerante de la diferencia a la cual condenaba por el solo hecho
de existir.
Estamos
describiendo, como se puede apreciar, un mecanismo primitivo de gobierno. Un
accionar primario según el cual, quien tiene la mayoría impone a los demás sus
criterios sin permitirles el ejercicio del natural derecho a no estar de
acuerdo por la razón que al individuo le pueda parecer razonable.
Y de aquellas
lluvias llegamos a estos lodos. Venezuela es una sociedad escindida. Reducida a
una práctica atrasada de la política. Con un presidente poco capacitado para el
difícil ejercicio del poder. Pero, peor aún, con la creencia de que la
presidencia le otorga una especie de patente de corso que le permite hacer con
los recursos de los venezolanos lo que a él le da la gana.
Está secundado en
el resto de los poderes por personajillos sin naturaleza propia y sin la más
mínima formación democrática. El presidente de la Asamblea Nacional termina
siendo un remedo de Chávez en esto de no practicar valores fundamentales de la
democracia como son, y repito, reconocimiento del otro, respeto al otro y
tolerancia de sus posiciones como una cuestión natural. Es decir, por el solo
hecho de existir.
Y así, casi
cualquier miembro del partido de gobierno se siente con el derecho de insultar,
de abusar, de gozar de privilegios por encima del resto de los venezolanos.
Constituyen una clase política fuera de época. Ubicada en el pasado se niega a
los valores de la democracia moderna. Prefiere seguir usufructuando el poder y
continuar ayudando a vaciar las ya precarias arcas del tesoro nacional.
Del lado de la
oposición hay también muchos que le siguieron el juego a Chávez. No exigieron
el respeto debido. Se pusieron a jugar en el mismo terreno de quien nos
arrastraba al atraso. Incluso llegaron a adoptar los epítetos para referirse a
sí mismos.
Como
consecuencia, vivimos en sistema político que tiene componentes democráticos y
dictatoriales conviviendo en una misma forma de gobernar. Algunos autores
llaman a este tipo de procesos anocracia. Un modo de gobierno que se sirve de
una fachada democrática para ejercer el poder con irrespeto de los derechos más
elementales de los ciudadanos.
Esto explica que
Maduro, el 28/6 dijera que él sabía los que fueron a votar o no. En una clara
violación del secreto del voto siendo que el mismo no es obligatorio. Explico
mi opinión: la abstención es una forma de expresión del voto. El que alguien se
abstenga es una forma de opinión. Y eso debe mantenerse en secreto.
Explica que
Maduro cometa la monstruosidad de amenazar con masacre y muerte si fracasa la
ya fracasada revolución chavista. La fiscal, el defensor del pueblo y la
presidenta del tribunal supremo brillaron por su ausencia. Ni siquiera una
advertencia velada. Nada. El silencio avala el primitivo comportamiento de
Maduro.
Nos enfrentamos a
meses de abusos que debemos saber manejar. No podemos jugar a la división
absurda. Debemos aprovechar este proceso electoral para reunificar a los
venezolanos. Para que la modernidad derrote a la barbarie. Para que pueda, la
totalidad de los venezolanos, disfrutar de un estado que le garantice lo más
fundamental de la democracia: libertad, igualdad y fraternidad.
La suerte está
echada. De nuestra parte asumir la tarea de construir una verdadera democracia
para los venezolanos.
Jose Vicente Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
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