Hace más de tres décadas, se inició en
América Latina la denominada “tercera Ola democrática” en concordancia con la
teoría institucionalista que apunta al debate sobre la calidad de las
instituciones—reglas del juego— y de las organizaciones—jugadores—para alcanzar
una mejor democracia configurando el
entorno institucional tanto para el sector empresarial como para el Gobierno en
procura de generar la confianza como factor que impacta la estabilidad de la
economía y de la democracia. Sostienen, que los países logran un mayor
crecimiento económico cuando (1) existe cumplimiento de las leyes, protección
de los derechos de propiedad, menos burocracia y corrupción (acto que provoca
un “costo social”),supervisión adecuada, un marco regulatorio que garantice una
justa competencia de mercado, y reglas del juego estables; teniendo como
fundamento la seguridad jurídica emanada de una legislación anónima y estable
que no legisla para nadie ni contra nadie al tiempo que las reglas no se
cambien constantemente, garantizando el cumplimiento de las leyes a la luz de
una administración de justicia eficaz e independiente; al igual que (2) una
adecuada política macroeconómica que aleje la inflación, deuda publica
descontrolada, tipo de cambio sobrevaluado, déficit fiscal, emisión
desproporcionada de dinero inorgánico, caída de las reservas internacionales y
otras; las cuales constituyen
distorsiones al correcto funcionamiento del mercado.
En tal contexto, destaca la importancia de,
por un lado (A) la efectividad del Gobierno en correspondencia con la
percepción que se tenga sobre la calidad de los servicios públicos, la calidad
de la administración pública y su grado de independencia de las presiones
políticas, la calidad de la formulación y aplicación de políticas, así como la
credibilidad del Gobierno en el cumplimiento de los compromisos asumidos; y por
otro lado (B) la calidad regulatoria gubernamental, que refleja la percepción
de la capacidad del Gobierno para formular y aplicar políticas y
reglamentaciones acertadas que permitan y promuevan la participación del sector
privado. La inestabilidad macroeconómica,
está inducida por un déficit del estado de derecho que se traduce en la
conformación de un marco institucional—restricciones—marcadamente volátil que
dificulta prever el comportamiento de algunos aspectos vitales como p.ej. los
derechos de propiedad, la movilidad del capital, el cumplimiento de los
contratos, las alteraciones en las regulaciones de precios, y muy especialmente
la discrecionalidad del Poder Ejecutivo para modificar la legislación de modo
arbitrario hasta generar incertidumbre sobre el funcionamiento de las
instituciones del Estado y las organizaciones. De igual modo, resulta
pertinente destacar que la interacción entre estabilidad política—instituciones
de gobierno—y crecimiento económico resulta fundamental para disminuir la
incertidumbre sobre la estructura futura de la sociedad y de su modelo
económico habida cuenta del conocimiento general que se tenga sobre las reglas
que regulan tanto la intervención como el acceso de la burocracia
gubernamental; mientras que por el contrario la ausencia de un mecanismo bien
definido para limitar el ejercicio del poder político impide predecir si el
Gobierno respetará o no las reglas—cambios bruscos—con el consecuente
desestimulo para participar de potenciales inversionistas; o lo que es lo
mismo, la presencia de un Poder Ejecutivo “facultado” para alterar las reglas a
voluntad sin que el Poder Judicial ni el Poder Legislativo puedan controlar o
atenuar ese carácter discrecional, hará “huir” a todo aquel con deseo potencial
por participar en la creación de riqueza.
El
cumplimiento de las reglas del juego, tanto las formales (Constitución, leyes,
reglamentos y regulaciones impuestas por el Gobierno) como las informales
(normas de conducta, cultura) reduce la incertidumbre (indefinición ex ante de
los resultados) con una eficiencia superior que bajo la intervención del Estado
y del Gobierno a la luz de una “planificación económica” subordinada a
inclinaciones ideológicas, que en la mayoría de los casos converge en
estrategias de desarrollo inapropiadas e instrumentación de medidas en mucho
vinculadas con la demagogia y el populismo. En Venezuela, un claro ejemplo de
ello es la reciente “resolución” (aparentemente revertida) que rompe con la
necesaria “coalición distributiva intersectorial” de la oferta de alimentos
regulados en el marco de 120.245 puntos de venta a nivel nacional que sirven
cada uno en promedio a unas 4.300
personas/día, ordenando a las empresas privadas redireccionar la mayoría de su
producción hacia las redes Estatales de comercialización (Pdval, Mercal y
Bicentenario) que conforman un 6% (7.245) del total nacional en contraste con el 94% (113.000) del sector
privado; siendo que tan “brillante” acción planificadora evidentemente
concentrará la demanda en pocos centros de abastecimientos, con un efecto
multiplicador sobre las humillantes colas. Sirva de ejemplo el caso del
Municipio Libertador, con 1.333 puntos
de venta para atender diariamente unos
5.730.000 consumidores, de los cuales ¡1.328 (99,65) son privados! y apenas ¡5
(0,4%) son públicos; donde tan “inteligente resolución” propiciará que en cada
punto de venta público se “deberán” atender diariamente ¡1.146.000
compradores!, a un promedio de ¡95.500/hora! a una “velocidad” de 1.592/minuto
luego de transitar “pacientemente” una cola de ¡3.800 kilómetros! equivalente a
unas ¡30.000 cuadras!.
En fin, solo con una adecuada formulación y
cumplimiento de las reglas del juego se puede crear el clima de confianza que
aspiran los potenciales agentes económicos para decidirse a invertir, en
función a un proceso productivo que desanime las actividades puramente
redistributivas sustentadas en los ingresos petroleros.
Jesús
Alexis González
jagp611@gmail.com
@jesusalexis2020
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