La famosa Pirámide de Maslow se
encuentra trastocada en Venezuela y ni hablar en el Táchira. No hay motivación
alguna, que no sea la angustia por sobrevivir en este caos que ha fomentado el
gobierno. Ni siquiera tenemos cubiertas las necesidades básicas, y con mayor
lejanía y desesperanza se nos colocan los deseos de autorrealización.
Si hablamos de alimentación y
vestuario, nadie puede cubrir con un salario mínimo la canasta básica ni la
compra de un par de zapatos para cada miembro del núcleo familiar. El
venezolano se está mal nutriendo (la FAO estudió una Venezuela extraterrestre)
y se lo vive en un viacrucis haciendo colas para acceder a los productos
regulados que, de paso, se venden de
manera limitada. Ya caímos en esa fatídica política de mantenernos en fila,
promoviendo el ausentismo laboral, el contrabando y la reventa especulativa.
Si se trata de seguridad y
protección, el mayor riesgo es contraer una terrible enfermedad, porque los
establecimientos asistenciales públicos son un total desastre, por la falta de
insumos y material quirúrgico. Las clínicas privadas tienen baremos
estratosféricos y la escasez de medicinas es general en todas las farmacias. El
venezolano es objeto de la delincuencia a diario, a tal punto que a plena luz
del día, en San Cristóbal, los
malandros, en acción comando, se dan el lujo de trancar una avenida concurrida
para atracar a un preescolar. La propiedad privada ha sido desmantelada y
objeto de confiscaciones, expropiaciones y ocupaciones ilegales, y si a eso le
sumamos que con estas lluvias los ranchos son los primeros que son arrastrados
por estos aludes, pues prácticamente las personas pobres viven a la intemperie.
Si nos enfocamos en las
relaciones sociales, la inoculación del odio y de la polarización ideológica,
nos hizo enfrentarnos a los venezolanos entre nosotros mismos, con tal
intolerancia, que incluso en muchos hogares hay posiciones irreconciliables
internas.
Si la cosa es la estima, nos
han hecho perder la confianza en nosotros mismos, y tenemos una sensación
permanente de dependencia y de control en todas las facetas de nuestras vidas.
Ni hablar del respeto por los méritos, logros y dignidad de los demás, que han
sido fuertemente atacados por la permanente violación de los derechos humanos
desde la mayoría de las instancias del Estado.
Y, finalmente, la
autorrealización es un fin inalcanzable, porque lejos de crecer, de sentirse
feliz, de reconocer sus propias virtudes,
de encontrar un sentido a la existencia, de planificar y desarrollar un
proyecto de vida, de superarse espiritual e intelectualmente, ya esos
propósitos están es un horizonte inalcanzable, por lo menos en el país. El
ejemplo más válido de ello es la emigración de jóvenes profesionales que no ven
en Venezuela una opción en donde puedan progresar y establecerse para conseguir
un nivel de calidad de vida aceptable.
Venezuela quedará para la historia universal, como un triste paradigma, a evitar, de una nación que tuvo todo para ser de las más prósperas del mundo, pero en donde su propia gente, políticos y sociedad civil, enterraron su pirámide de aspiraciones en el foso más profundo de La Tierra.
Isaac Villamizar
isaacvil@yahoo.com
@isaacabogado
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