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miércoles, 22 de julio de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, BUROCRACIA: LUCRO Y PODER

Mucho se habla del "poder" de las "grandes" corporaciones en alusión a empresas multinacionales privadas. Pero poco respecto del temible poder mucho más peligroso y real de las grandes corporaciones burocráticas estatales y gubernamentales, cuyo imperio económico supera varias veces al de las compañías privadas más grandes. 

Este problema viene de antigua data, en manera alguna es "nuevo", y los liberales tuvieron buena parte de culpa en el crecimiento del poder de las burocracias gubernamentales:
"En contraste con la hostilidad de los liberales del siglo XVIII hacia el Ejecutivo y la burocracia, los liberales del siglo XIX toleraron e incluso aceptaron de buen grado la acumulación de poder por parte del Ejecutivo y de una cantidad de empleados del Estado afianzados en la oligarquía y en la burocracia." [1]
Son las burocracias estatales las que manejan los hilos del poder, a tal punto que sin su soporte los gobiernos no podrían operar, o tendrían que hacerlo en niveles muy bajos y breves. La burocracia es el motor del gobierno y cualquier decisión que el gobierno adopte jamás podría llevarse a acabo si no fuera por medio de la burocracia, siendo -por lejos- está la parte más grande de cualquier gobierno, ya sea que se considere a sus miembros en conjunto, o bien al presupuesto que insume. Este presupuesto es una de las partidas de lo que en economía se conoce como El Gasto Público, y es históricamente una de las partidas más grandes de todos los presupuestos nacionales. Pero para ello, es requisito previo el establecimiento de una alianza:
"la antigua alianza entre los intelectuales y las clases dirigentes del Estado. La alianza se basa en un quid pro quo: por un lado, los intelectuales difunden entre las masas la idea de que el Estado y sus dirigentes son sabios, buenos, y a veces divinos, o por lo menos inevitables y mejores que cualquier otra alternativa concebible. A cambio de este despliegue ideológico, el Estado incorpora a los intelectuales a la élite gobernante, garantizándoles poder, estatus, prestigio y seguridad material. Además, son necesarios para integrar la burocracia y "planificar" la economía y la sociedad." [2]
Esta es una de las razones por las cuales la gran mayoría de los intelectuales apoyan ideas de izquierda, estatistas, socialistas, populistas, en una palabra, colectivistas, y también es uno de los motivos más poderosos por el cual la mayoría de las personas creen que todo lo importante en la vida debe hacerse a través de los gobernantes o del poder del estado nacional; que el gobierno debe intervenir en todo y –lamentablemente- son los que propagan la terrible falacia de que los gobiernos son "siempre buenos" e "infalibles". Es este mito lo que ha instalado la falsa idea que de que para que un gobierno sea "bueno" sólo se necesita de políticos honestos, ignorando que la realidad indica históricamente algo muy diferente a esta divulgada fábula.
"la tendencia natural del Estado es acrecentar su poder, no reducirlo; pero aquí tenemos la peculiar situación en la cual el gobierno inicialmente intensifica el poder de los sindicatos y luego clama por restricciones contra ese poder. Esto recuerda los programas agrícolas del Estado, en los cuales una rama del Departamento de Agricultura les paga a los agricultores para que restrinjan su producción, mientras otra rama de la misma agencia les paga para que la aumenten. Sin duda, esto es irracional desde el punto de vista de los consumidores y los contribuyentes, pero perfectamente racional desde la perspectiva de los agricultores subsidiados y del creciente poder de la burocracia."[3]
La clave para entender este comportamiento bien llamado irracional consiste en reparar que los fondos con los que las burocracias hacen estos desaguisados son fondos ajenos, es decir, no salen de los bolsillos ni de los políticos al frente del poder, ni de los jerarcas burócratas que manejan dineros que no les pertenecen y se apropian de bienes que corresponden a consumidores y contribuyentes. La burocracia siempre tiene un comportamiento irracional, por la sencilla razón de que opera extra muros del mercado, y el mercado es su enemigo, al que combate en forma encarnizada. Hay que recordar también que, todo subsidio otorgado por el gobierno retorna indefectiblemente a las arcas del gobierno vía impuestos, que se sufragan por contribuyentes de hecho y de derecho, pero nadie quedará sin pagar impuestos, excepto, claro está, los miembros del gobierno y sus poderosísimos aparatos burocráticos.
"es inherente a toda burocracia gubernamental ajustarse a un conjunto de reglas e imponerlas de manera uniforme y autoritaria. Si no fuera así, y el burócrata decidiera sobre los casos individuales ad hoc, se lo acusaría, con justo derecho, de no tratar a cada contribuyente y ciudadano de manera igual y uniforme. Sería acusado de discriminación y de brindar privilegios especiales. Además, desde el punto de vista administrativo es más conveniente para el burócrata establecer reglas uniformes en toda su jurisdicción. A diferencia de la empresa privada, cuya finalidad es obtener ganancias, a la burocracia gubernamental no le interesa ser eficiente ni servir a sus clientes lo mejor posible. Al no tener fines de lucro, y a salvo de la posibilidad de sufrir pérdidas, el burócrata puede descuidar, y de hecho lo hace, los deseos y demandas de sus consumidores-clientes. Su interés principal es "no hacer olas", y esto lo logra aplicando equitativamente un conjunto de reglas uniforme, no importa lo inaplicable que pueda ser en cualquier caso puntual." [4]
Sin embargo, a pesar de ser cierto lo anterior, también es verdad que los burócratas discriminan, y es precisamente esto último lo que se conoce con el nombre de corrupción, fenómeno cuya extensión -sobre todo en Argentina- ha llegado a niveles alarmantes batiendo todos los récords históricos hasta el presente. En realidad, como ha demostrado la Escuela de la Public Choice -con James Buchanan y Gordon Tullock a la cabeza- los burócratas si, tienen fines de lucro como cualquiera, pese a que no ofrecen nada a cambio de ello.

[1] Murray N. Rothbard. For a New Liberty: The Libertarian Manifesto. (ISBN 13: 9780020746904). Pag.  27
[2] Murray N. Rothbard, ob. Cit. idem. Pág. 69-70.
[3] Murray N. Rothbard ob. Cit. idem. Pag. 103
[4] Murray N. Rothbard. ob. Cit. idem. Pág. 149-150

Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina

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