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jueves, 9 de julio de 2015

DANIEL CHALBAUD LANGE, EL TIEMPO EN EL SER HUMANO

NUESTRO TIEMPO.

Dios le asigna a cada ser un tiempo en su vida, a veces ya predeterminado y otras dependiendo del uso que del tiempo hagamos. El hombre le ha dado medida al tiempo dividiéndolo en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años y siglos. El paso del tiempo es inexorable. No lo podemos detener. No hay manera de ir tras él o delante de él. A veces no sabemos si vamos con él o vamos contra él. Lo importante, a mi entender, es que nuestro tiempo es la moneda que Dios nos da para invertirlo o gastarlo en hacer cosas que sean de utilidad. El tiempo, de por sí, no se ahorra, moneda que no se gasta es moneda que se evapora, inclusive cuando acompañamos al tiempo sin hacer nada, como el dormir o meditar se convierte en un gasto para la recarga de energías.

EL VALOR DEL TIEMPO.

Para el ser humano, el valor que se le da al tiempo es muy variado en cada ser y las razones son tantas como seres hay en el mundo. En general, ya con uso de razón, la mayoría de los jóvenes no tienen aprecio por el tiempo, es más, pareciera que para ellos es infinito y viven convirtiendo su moneda en burbujas. El adulto racional comienza a darle valor a su tiempo, gastándolo o invirtiéndolo en cosas materiales o espirituales que le den la satisfacción y el deseo de seguir acompañando al tiempo. Cuando llegamos a lo que se denomina "la tercera edad", pensamos en el ayer y meditamos sobre como malgastamos nuestro tiempo. Como no hay manera de volver atrás, sólo nos queda el lamento, la frustración y comienza el imposible proceso de querer ganarle tiempo al tiempo.

NUESTRO TIEMPO EN LA "TERCERA EDAD"

Carrera contra el tiempo. Al comenzar la llamada tercera edad, ya oficializada en 60 años para los hombres y 55 para las mujeres, aparece el falso sentimiento que nos quedan todavía dos períodos de 20 años cada uno, cuarta y última edad, para llegar a 100. La verdad es que su obligado inicio hace sentir, al hombre o mujer, casi inútiles. Comienza por darle una jubilación que los obliga a desprenderse, como mango maduro, del árbol del trabajo, como si ya fueran una máquina obsoleta y sin manera de reactivación. Como el mango, los jubilados, rápidamente comienzan a marchitarse y aceptar una enfermiza vejez prematura. Si son empleados(as) públicos comienza el suplicio de cobrar la merecida pensión de jubilación y la pensión de vejez en el IVSSO. El tiempo y la inflación siguen su camino, pero en carrera como la tortuga contra la liebre.

Los jubilados comienzan a ocupar su tiempo en atender  a los nietos, visitar colegas enfermos y hasta acompañarlos en las honras fúnebres. Sacar crucigramas y otros pasatiempos. Obligados están en hacer uso del internet para mantener comunicación con amigos invisibles y enterarse del “dólar paralelo”. Los jubilados todavía enteros para un trabajo, lo buscan en asociación con un hijo, yerno o viejo amigo, bien como socio –corriendo todos los riegos de perder gran parte de sus ahorros-, o como Asesores a medio tiempo. Por lo menos tienen algo en el cual ocupar el tiempo que le van quedando.

Pero los más, los que no tienen oportunidad de trabajar, aunque sea en su propia casa, no les queda más remedio que comenzar a vegetar, es decir, ver, oír, mirar, oler y sentir lo que a diario ven, oyen, miran, huelen y sienten en su trampa jaula –su pequeño apartamento- en donde sobreviven. Ya sienten y, lo peor, se convencen, que no vivirán su cuarta edad y menos la quinta y última. 

El monto de las pensiones ya casi en su totalidad lo utilizan en la compra de remedios y algunos alimentos para sobrevivir. Celulares, crucigramas, internet, siestas, televisión y algunas partidas de dominó son sus obligadas distracciones. 

Y no han llegado a los 70 años. Aquí, allá y más allá, están cada mañana asomados al balcón o a la puerta de su casa esperando la indeseada visita del “alemán” o su consorte “sanbito”. Estos prematuros viejos, pensando que su tiempo se les agota, comienzan por acostarse cada vez un poco más tarde y un poco más temprano a levantarse; en su ilusión el día debe tener 26 hora o más.

RECOMENDACIÓN.

Amigos de la vejez y del tiempo. La llegada de la vejez y el fin de nuestro tiempo son inevitables. No se dejen vencer por las apariencias ni por el qué dirán. Como norma y filosofía, denle vida a sus años y no años a la vida. Apartando enfermedades, es posible alejar la vejez aprovechando y compartiendo el tiempo en cosas que nos sean satisfactorias y útiles para el cuerpo y el alma. Cada noche al acostarse, háganlo pensando en lo que tienen que hacer al día siguiente. Vivan, en lo posible, como si la vida no tuviera fin.

Pero, en la otra cara de la moneda está escrita, en el idioma de Dios, la fecha definitiva de la permanencia de nuestro cuerpo en esta tierra. Por lo tanto, vivan también cada día como si tuvieran que partir mañana, como si no despertaran de su sueño. Es el momento más importante de nuestra existencia en la Tierra: el momento de rendirle cuentas al Señor.

Por lo tanto, como lo hicimos antes del último día como trabajador activo, que pusimos todas nuestras obligaciones al día y las entregamos con el orgullo y satisfacción que emerge del deber cumplido, desde ahora y por el resto de vida terrenal que nos queda, comencemos a ponernos al día con las obligaciones que tenemos para poder llegar al empleo eterno en el reino de Dios. No es mucho todo lo que, por pequeño o inmenso que sea, tengamos que arreglar, rápidamente lo hacemos y lo logramos con nuestro propio corazón -el cerebro lo dejamos para cosas de esta tierra- comenzando con el arrepentimiento de todo lo que en nuestra vida terrenal hicimos por no cumplir con los Mandamientos de Dios; luego, simplemente, vivir en gracia de Dios y acompañar al tiempo hasta que llegue el sonido del clarín anunciando el viaje eterno de nuestra Alma.

Se acabó el TIEMPO.

Daniel Chalbaud Lange
vonlange1939@gmail.com
@danielchalbaudl


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