Éramos un país con un esplendor cultural
maravilloso. Museos, Ateneos, Casas de Cultura, manifestaciones pictóricas,
teatrales, musicales, grandes novelistas, cuentistas, ensayistas, humoristas;
una televisión que se adaptaba a las nuevas corrientes de la creatividad
intelectual, experiencias cinematográficas de avanzada. Sede de un Festival de
Teatro con resonancia internacional. Poetas de extraordinaria versatilidad
creadora. Músicos, cuyas composiciones trascendían el suelo patrio. Cantantes
de exquisito registro musical; al lado de todo ello, las diversas agrupaciones
del folklore y de la expresión autóctona. Hace apenas pocos años, nuestros
autores de novela, poesía o cuentos, triunfaban con sus libros en Europa y eran
asistentes a bienales y festivales. Los emblemáticos creadores de una corriente
de la plástica, tales como Soto, Cruz Diez, Borges, Otero y tantos otros, le
confirieron a Venezuela un prestigio y una sonoridad que aún perviven y
llegaron a ser envidia de muchos países.
Todo este
largo palmarés cultural, de fomento y estimulo para la creación de editoriales,
de la cultura popular, de acoger en nuestras tierras a creadores de ese éxodo
forzado de intelectuales y creadores expulsados por dictadores, se ve ahora
profundamente lesionado y el esplendor de ayer conforma en estos tiempos, un lastimoso sentimiento de
nostalgia. Nuestra presencia nacional en materia de cultura es ínfima, por no
decir ridícula. Estamos ausentes de los escenarios internacionales y por ende,
no hay reconocimientos a nuestros valores creativos. Se cerraron algunos
Ateneos y otros fueron despojados de sus sedes. Los museos, pletóricos ayer de
muestra de la creatividad nacional y extranjera, parecen hoy parte de una
regresión espiritual. La cultura, que es una palanca formidable de
transformación en el alma de los pueblos, ha sido desarticulada y empobrecida.
Pero esa
cultura no está muerta. Sobrevive a este pernicioso embate de la anticultura y
como esas aguas que fluyen bajo tierra, resurgirán y volverán a estar en el
sitial que le corresponde. No podemos olvidar un ejemplo aleccionador de un
pueblo culto, creador y genial. España soportó a Franco y su virulencia contra
las expresiones culturales. La callaron y silenciaron, pero no pudieron
matarla. Tan pronto muere el dictador, España abrió un pensamiento que
permaneció vivo durante cuatro décadas de ominoso silencio. Yo tenía 15 años,
estuve en este sitio, cuando dos colosos
de las letras Don Rómulo Gallegos y Miguel Otero Silva, vinieron a dejarnos la
plaza con el nombre de Andrés Eloy Blanco.
Ahora la barbarie, ha pretendido despojarnos del busto de uno de los
poetas más queridos de la Venezuela libertaria. Creen que bajarlo de su
pedestal es para que le olvidemos, para que no recordemos su vida de
creatividad, ejemplo de hombría y de lucha por su pueblo. Están
equivocados los adoradores de la
estulticia y la anticultura. No podrán,
porque al poeta lo llevamos en la sangre, en los huesos, en los tuétanos, en el alma toda. Esto no es un acto de desagravio. Nadie puede
agraviarte. Es la convocatoria de quienes tenemos compromiso con la historia,
para recordar siempre esa máxima tuya
que está grabada en tu pedestal: “Que cada pueblo resuelva sus problemas, elija
a sus gobiernos y derrumbe a sus tiranos”. La Venezuela por venir, es una savia
que sigue viva, apreciará que sus creadores no la abandonaron y que a pesar de
los atropellos, la siguieron soñando y cultivando. Habrá un reflorecer y esta
noche larga, casi de pesadilla, será también objeto de recordatorio por los
creativos que vendrán, en novelas,
cuentos, música, pintura y teatro.
César
Augusto Yegres Morales
caym343@hotmail.com
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