Las reuniones de alto nivel entre altos jerarcas chinos y
norteamericanos son cada vez más frecuentes pero más calladas en torno a un
tópico poco convencional. El eje de posibles confrontaciones futuras es el Mar
de China Meridional. Es que en sus aguas el país asiático ha estado
instalándose de manera abierta frente a los ojos del vecindario y del mundo.
Los primeros en pronunciarse abiertamente han sido los
países del sureste asiático: China está convirtiendo seis arrecifes de corales
en gigantescas bases con puertos y faros, uno de ellos con una pista de 3
kilómetros de largo. No le faltan razones a estas naciones para considerar que
el gigante está “erosionando la confianza y socavando la paz, la seguridad y la
estabilidad en la zona”.
En mayo pasado la Asociación de Naciones del Sureste
Asiático que reúne a 10 países emitió un comunicado en el que criticaba el vasto
programa de inserción chino en las islas Spratly, una zona en reclamación que
está poniéndose candente.
En Beijing se resta toda importancia al hecho y se alegan
razones de vigilancia territorial y de protección de su propia flota pesquera.
Mientras tanto la diatriba alcanza decibeles mayores y
los Estados Unidos han sido arrastrados por las naciones vecinas a hacerse
parte del rifirrafe regional.
El asunto no es solo que los recursos pesqueros y
petroleros que se encuentran en un espacio marítimo de 2,2 millones de
kilómetros cuadrados son, por si solos, muy apetecibles para cada uno de los
países ribereños: Vietnam, Indonesia, Malasia, Brunei y Filipinas, además de
China y Taiwan.
Los americanos ven además el tema bajo otra perspectiva.
Les inquieta el uso militar que sus contrapartes chinas pudieran estar
avizorando desplegar desde estas bases, que, de acuerdo con las informaciones
de Washington, hoy resguardan y usan 800 hectáreas de nuevo territorio en el
Mar de China Meridional.
Ante la posibilidad de que los desencuentros políticos de
China con los países del área y con los Estados Unidos pasen a mayores por la
inclinación china a banalizar estos hechos y a no detener su agresiva
incursión, lo que se plantea es un convenio multilateral para normar el uso de
las aguas y cuál país tiene derecho a ocupar los islotes. Pero una alianza en
medio de tales divergentes opiniones lo menos que resulta es incómoda. Al estar
China convencida de que es la propietaria legal e histórica de casi todo el
mar, incluyendo al lecho marino a cientos de kilómetros de distancia de sus
costas, los restantes países han reaccionado involucrando a otras potencias,
entre ellas Japón y la India. Así pues el conflicto tiene, hoy por hoy,
diversos flancos de desencuentros y muchos intereses contrapuestos que acercar.
¿Quién sino los Estados Unidos para intentar poner orden
y detener una diferencia que va en claro curso de choque? Ya John Kerry recogió el guante y en más de una
ocasión ha tratado el asunto con sus pares de la capital china. Resolverlo o quitarle temperatura se ha
convertido en una prioridad. Tanto que ya en la capital estadounidense se
especula sobre el hecho de que uno de los álgidos temas de la agenda bilateral
de los dos Jefes de Estad , Obama y Xi en otoño próximo será el futuro de la
presencia china es estos arrecifes y sus aspiraciones hegemónicas sobre todo
el mar.
Mientras tanto, el secretario de Defensa, Ashton Carter
se asegura que sus buques de guerra y aeronaves continúen utilizando el Mar de
China sin mirar para los lados.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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