Algunos lo apreciaran como una hipótesis sin
fundamentos, algo que de ocurrir tendrían que pasar muchos años, pero los
tiempos que corren traen nuevos retos y no está de más estar preparado para
enfrentarlos.
Quién imaginó que el 17 de diciembre pasado
el presidente Barack Obama y el dictador cubano Raúl Castro, informarían sobre
la voluntad de ambos gobiernos de establecer relaciones diplomáticas.
En esa ruta el analista político Héctor
Caraballo preguntó en una reunión de amigos cual sería la reacción de los
países de la Alianza Bolivariana de Nuestra América, ALBA, si Estados Unidos
decidiera concretar con Cuba un acuerdo de Libre Comercio, a lo que agregó el
escritor José Antonio Albertini, que también sería muy interesante la reacción
de los empresarios y congresistas estadounidenses que promueven estrechar
relaciones comerciales con la dictadura de los hermanos Castro, si tal
propuesta llegara a producirse.
Sin duda que ante tal ofrecimiento las
reacciones de los países del ALBA serían de rechazo y condena. Calificarían la
iniciativa como un intento de Estados Unidos para desestabilizar el régimen de La Habana y destruir lo que
ellos denominan “la vía para construir la verdadera independencia
latinoamericana”.
El discurso contra el embargo estadounidense
y las denuncias con que Washington busca aislar el régimen de La Habana cambiaría por completo.
Estados Unidos seria acusado de intentar
corromper a los cubanos y a su gobierno al otorgar préstamos a bajos intereses,
además de intentar destruir la inexistente industria de la isla al venderle
productos manufacturados a precios irrisorios.
Culparían al gobierno y a los empresarios
estadounidenses de dolarizar la economía cubana, de colonizarla por medio de la
compra y venta de tierras y de trasladar a la isla la cultura del consumo.
Se criminalizarían los intentos de otorgarle
créditos al castrismo y los inversionistas serían acusados de explotar a los
cubanos de manera despiadada.
Una ampliación de las comunicaciones entre
los dos países sería calificada como parte de una campaña para colonizar
intelectualmente el país y destruir el concepto de nación en la población,
soslayando que el sentimiento de Patria entre los cubanos ha sido severamente
dañado por el régimen.
Estas podrían ser algunas de las respuestas
posibles al cuestionamiento de Caraballo, pero la pregunta de Albertini
generaría replicas también interesantes, ya que en Estados Unidos hay
partidarios y adversarios de una relación comercial y financiera más estrecha
con La Habana.
Se supone que quienes se han opuesto por
décadas a hacer negocios con el castrismo continúen en esa posición, pero si es
posible que algunos de los políticos, empresarios y organizaciones gremiales
que actualmente favorecen las relaciones comerciales con La Habana, rechacen un
acuerdo de ese tipo, porque pueden afectar sus intereses a corto y mediano
plazo.
Por ejemplo la Coalición Agrícola de Estados
Unidos creada poco después que los
gobiernos de Cuba y Estados Unidos hicieran públicas las conversaciones, estaría
en capacidad de facilitar a sus asociados excelentes negocios con la isla, pero
éstos no serían tan buenos si el agro cubano sale de la crisis, recupera su
productividad pre castrista, y ambos gobiernos suscriben un TLC.
Un factor que incidiría directamente en las
transacciones comerciales Cuba-EEUU es el costo final de los productos. El
salario promedio de los trabajadores de la isla al ser inferior al de los
estadounidenses, abarataría lo
manufacturado.
Los productos fabricados en Cuba competirían
muy favorablemente con los elaborados en Estados Unidos y con los que se
produzcan en América Latina.
Pero donde se apreciarían reacciones muy
interesantes sería entre los políticos que han defendido el fin de las
sanciones a la dictadura de los hermanos Castro.
Un debate en el Congreso de Estados Unidos
sobre un Tratado de Libre Comercio con Cuba posiblemente determine que algunos
legisladores que favorecen negociar con La Habana, rechacen un acuerdo de esas
características o se vean obligados, por diferentes motivos, a asumir
posiciones distintas a las que defendieron con anterioridad.
Congresistas que están a favor de comerciar
con el régimen de La Habana se opusieron firmemente al TLC con Colombia porque
desde sus perspectivas en ese país no se respetaban los derechos humanos y
habían serios problemas en el sector laboral, incluidas las restricciones a los
derechos de los trabajadores como es la libre asociación y la negociación
colectiva, condiciones que existen en Cuba con muchas más limitaciones que las
padecidas por los trabajadores colombianos.
Pero con o sin TLC los que promueven el
comercio, las inversiones y créditos al castrismo, deberían tener en cuenta las
condiciones de los derechos humanos en Cuba, y que los beneficios que reciba la
dictadura ante un eventual cambio en las relaciones comerciales, son los
nutrientes que necesita su maquinaria represiva para impedir que la democracia
retorne a la isla.
Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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