Siempre que se aborda el tema de la paz en
Colombia, surgen algunos planteamientos que llevan a preguntarse si las
conversaciones que adelanta el gobierno colombiano rendirán frutos a corto y
mediano plazo. Ante esos argumentos, los defensores de los diálogos que se
llevan en Cuba optan por descalificar a los críticos señalándolos como actores
al servicio de la guerra y operadores que desean que impere la violencia.
El señalamiento es una jugada adelantada de pésimo gusto, pues en realidad la gran mayoría no cuestiona el fin último que es la paz, sino una metodología que no ha amainado el conflicto, sino por el contrario, le ha dado palestra internacional a la narcoguerrilla terrorista de las FARC que usa la comodidad de La Habana para asomar temas que en nada responden a la presencia en las selvas de Colombia de un número importante de secuestrados y que no mencionan qué harán con las armas, el narcotráfico y qué elementos emplearán para insertarse en la vida civil.
Aunque se anhela la paz de Colombia, sería
ingenuo no mostrar que la marcha de los acontecimientos es irregular desde el
inicio, cuando en Noruega el delegado de las FARC Iván Márquez violaba las
condiciones establecidas previamente, hablando el doble del tiempo convenido.
Desde allí la guerrilla ha hecho lo que le parece, ante la mirada débil, con
alguno que otro comentario enérgico, del gobierno de Juan Manuel Santos.
En los últimos días las fuerzas terroristas
han actuado con mayor dureza destruyendo, asesinando y mutilando con minas
antipersonas, dejando a entender, para muchos, una situación que
independientemente de la manera en que sea leída, produce alarma. Por una parte
señalan que los delegados en Cuba no tienen ningún tipo de autoridad sobre las
unidades operativas que actúan en territorio colombiano, por ende cualquier
acuerdo es irrelevante. En segundo lugar, y tal vez la idea es mucho más
macabra, no les interesa a los delegados que se alcance la pacificación, pues
eso sería un duro golpe económico para sus finanzas.
Se torna cansona la espera de resultados concretos. Mientras los secuestrados mueren en la selva rodeados de alambre y los civiles son usados como escudos humanos, los diálogos se centran en reformas agrarias y asientos en el parlamento con circunscripciones especiales. Aunque la gran mayoría sueña con la paz, están apareciendo la desconfianza y el desánimo. Probablemente, el problema sea de lectura y el gobierno colombiano no termine de entender que los pocos que rechazan la paz son los mismos con los que está sentado conversando y dialogando en lo que se ha convertido en una apuesta vacacional desde Cuba.
Luis D. Alvarez V
luis.daniel.alvarez.v@gmail.com
@luisdalvarezva
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