“Era el 23 de junio de 1821 y me encontraba
en la cercanía de la sabana de Carabobo a la cual llegué días atrás, desde los
fríos cordilleranos cabalgando en una mula; como equipaje, una ruana, que en las alturas me
resguardaba del frío y en la llanura me servía para colocar mi cabeza, y un
palo largo afilado para pelear por un gran pedazo de tierra, de ríos, de mar,
de montañas, de nieve, de gente como yo, a todo lo cual le oí decir al Hombre
Grande que se llamaba “mi gran Patria, igual de hermosa pero más grande que mi
patria chica. Por eso estoy esta noche
aquí. Lejos de todo lo mío y para pelear y vivir por lo grande que es también
mío.
Tratando de dormir, cubierto por la palma
sabanera, vino a mi mente, lo que ya en otras ocasiones, antes de entrar en
batalla, me sucedía: TEMOR. Si, temor, sudor, temblor y frío sólo de pensar que
mañana podría yo estar para siempre sepultado y convirtiéndome, con el pasar
del tiempo, en parte de la sabana. Yo no era el único que tenía temor. Me dicen
que el Hombre Catire también sentía tanto temor que se caía de su caballo y
comenzaba a estirar brazos y piernas y a echar espuma por la boca. Me
preguntaba, por qué he de tener temor cuando voy a pelear para defender lo mío:
mi PATRIA....... y me dormité.
A las cinco de la mañana del 24 de junio,
desperté y me levanté al oído del clarín, y recordando a mi madre sentada entre
frailejones, la veía serena, callada, esperanzada. Recogiendo mi lanza, miré al
cielo e invoque a Dios diciendo: “Jesús mío, y Dios mío. Sagrado Corazón, en ti
confío” y, pensando en que “Cuando el clarín de la Patria llama, hasta el
llanto de la Madre calla”, caminé, con temor y mucho valor, junto a 6.500
hombres y mujeres, ancianos y niños, para seguir viviendo o a encontrarme con
la muerte.
No podía echar para atrás, algo me impulsaba
a seguir adelante con temor y mucho valor,
que servían de catalizadores a mis ansias de luchar por mi patria. El
mismo temor y valor del Hombre Grande y del Hombre Catire. El mismo temor y
valor que llevó al Hombre Negro a sentir la cercanía de su muerte y
anunciándosela al Hombre Catire le dijo, delante de mí: “Mi general, mi taita,
le vengo a decil adiós, polque estoy muerto”.
Desde ése momento no sé si perdí el temor pero seguí luchando, sin
querer abandonar el campo, y aquí estoy, hoy 24 de junio de 2015, convertido en
una mezcla de sangre, sudor, lágrimas, tierra, monte y estiércol; en fin, soy
parte de la Inmortal Sabana de Carabobo.
Encima de mi, para que me reconozcas, hay una cruz que dice: EN HOMENAJE
AL SOLDADO DESCONOCIDO.
Daniel Chalbaud Lange
vonlange1939@gmail.com
@danielchalbaud
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