Hemos venido
sosteniendo en anteriores entregas de esta columna, que en el Libertador la
doctrina y práctica del periodismo se identificaban de manera mancomunada, la
proyección para un flujo informativo capaz, como en la realidad lo fue, y la de
multiplicar por medio de la imprenta los enunciados de la transformación
revolucionaria, en aquella hora estelar de América.
Bolívar, gran
estratega de la comunicación, le daba a esta misma función contenidos que
trascendían hacia lo social, hacia la masa anónima del ser colectivo, por
cuanto no concebía el éxito completo de las armas sin obtener triunfos sobre la
conciencia y espíritu americanos. Al dominio, a la conquista de estos dos
soportes en el ideal republicano orientó su actividad propagandística, la cual consideró
como insustituible para el alcance de los propósitos que se perseguían en la
magna empresa independentista. De allí, que en cierta ocasión exclamaría: “¿
Qué más ejército que la opinión?.
Por esta razón, este enunciado debe registrar, por sí solo, la fuerza de un verdadero axioma. El Libertador persistió con homogeneidad e infatigablemente una y mil veces y con perseverancia, en función de lo colectivo para moldear la raíz y la savia de una patria en formación. En él, no existieron cambios de posiciones en relación a los valores determinantes o decisivos de la imprenta. Golpeó con insistencia, durante todo el curso de su actividad política y revolucionaria a las exigencias que las nacientes repúblicas imponían, la fragua de un proceso comunicacional de nuevo corte sobre las bases de orientación definida en sus compromisos con el movimiento revolucionario.
Únicamente, y de esta
manera, las Gacetas o papeles públicos cumplirían cabalmente en el marco del
contexto histórico del ciclo independentista, la misión que les asignaba
Bolívar, quien desde los comienzos de esta lucha, tanto con las armas como con
las ideas, centraba sus esfuerzos para alcanzar niveles de eficiencia
informativa. Para ello, fue firme y sistemático y sus frutos robustecieron las
posiciones que le permitieron ganar la batalla de la opinión pública. No
existieron tareas de las que se inhibiera; constitución, comunicado, parte de
guerra, manifiesto y proclama que no redactase, en las cuales no estableciese
directa o indirectamente, juicios valorativos a la importancia de esta misma
opinión pública.
Por la razón antes
indicada escribió a Santander: “La imprenta serviría con buen suceso para
inclinar la opinión pública en favor de este código, inspirar una grave
circunspección en materia de tanta magnitud y una lenta marcha en senda tan
peligrosa”.
Para esa ocasión
Bolívar se hallaba en Perú, en posesión y condiciones realmente excepcionales y
en pleno apogeo de su gloria militar. Sus compromisos en el Sur, le absorbían
el tiempo que pudiera disponer para su utilización en otras áreas distintas a
la de los asuntos de Estado y bélicos. Sin embargo, volcaba su preocupación
para dinamizar la prédica de un periodismo que, en su pedagogía informativa,
pudiese ilustrar y preparar al hombre americano. Y es que en todos los momentos
de su tránsito vital, no se limito a sus actividades como estadista solamente,
sino también a la acción divulgadora por medio de la palabra impresa, es decir,
a través del periódico en función de los postulados garantes del triunfo para
las batallas donde pudiesen estar en juego, el valor de la opinión.
Por ello, desde el
comienzo de las acciones emancipadoras la preparación de la opinión pública, se
constituyó para el Libertador en un factor de primera importancia, y fue siempre
su permanente recomendación a los redactores de las Gacetas o papeles públicos,
desde cualquiera de los lugares en los que se encontrara. Asi lo que escribiría
en 1820 emitiendo un juicio sobre un suceso noticioso, que podía cobrar
fundamentos de actualidad informativa para beneficio de la causa patriota:
“Por el cura de La
Grita sabemos que Escuté ha sido pasado por las armas con 300 más en Valencia,
Caracas y Puerto Cabello, a causa de su gran conspiración contra Morillo y a
favor de los liberales y de nosotros: los personajes eran comerciantes,
magistrados y militares”
Su sagacidad en la
valoración de lo noticiable y analítico, para que el suceso trascendiese y
permitiera la correspondiente formación de una corriente de opinión, le sugería
en apremiante indicación a uno de los redactores: “Haga Ud., todas las
observaciones y que se publique esta noticia”.
De esta manera, Bolívar se constituía en la fuente lejana de la información periodística, en una especie de corresponsal viajero suministrando, desde remotos lugares, el dato preciso y oportuno a los redactores de las Gacetas, para el procesamiento de la noticia que permitiera impactar en la opinión pública, tal como ocurre en la actualidad. Era, asimismo, el director, por cuanto disponía y ordenaba la confección de las ediciones del diario próximo a salir; el periodista atento a las palpitaciones de lo colectivo para el diagnóstico con precisión, sobre la endémica desinformación en momentos en los que más se requería de una mayor información. Por último, el Libertador era el comunicador que para comunicar debía y tenía que estar al día con lo noticiable, ejerciendo un periodismo orientado hacia la emancipación de la Venezuela y de la América de entonces.
Quienes hoy detentan
el poder y se dicen revolucionarios y bolivarianos por más señas, contradicen
el espíritu emprendedor, luchador y amante de las libertades públicas y de los
derechos de los ciudadanos como lo fue el Libertador y Padre de la Patria,
Simón Bolívar, cuya egregia figura ha sido denostada a límites increíbles,
desde la profanación de la tumba en la cual reposan sus restos mortales, dizque
para indagar la verdadera causa de su fallecimiento, pues el genio y figura de
la actual sepultura que vivimos los venezolanos, tenía la endiablada premonición de que había
sido asesinado por Santander, quizás alentado por la rivalidad a que mantenía a
hurtadillas con Bolívar, según contenido de algunos textos de historia. Y no se
diga de la devaluación de la moneda que lleva el nombre del Prócer de nuestra
Independencia, que dejó de ser fuerte para ser hoy en día la más débil de la
América Latina.
Y como corolario a todo lo anterior indicado, le sumamos la feroz batalla que mantiene el régimen que preside Nicolás Maduro, contra los medios de comunicación social de todo el país, a los que se les acusa de ser aliados de una supuesta conspiración para derrocarlo y con este pretexto tomar nefastas medidas, que van desde atentados físicos contra periodistas hasta la negación del suministro de papel periódico a diarios como El Nacional, TalCual, El Impulso, El Carabobeño y otros tanto de provincia, muchos de los cuales se han visto en la imperiosa necesidad de cerrar sus puertas, y dejar sin trabajo a cientos de profesionales de la comunicación. Y pese a ello, tiene el descaro de acusar a la oposición de manipular a dichos medios de comunicación independientes, a los que acusa de conspirar contra su régimen, cuando el verdadero poder mediático lo configura: VTV, TVes, y más de 187 televisoras comunitarias y medio millar de emisoras, amén de semanarios, quincenarios, mensuarios y panfletos que circulan en todo el territorio nacional en los que pregonan maravillas de los “logros de la revolución socialista y bolivariana”.
Olvida, o mejor dicho
desconoce Maduro que para Bolívar la imprenta fue, es y será “la artillería del
pensamiento”
Carlos E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro fundador del Colegio Nacional de
Periodistas (CNP-122)
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