”Las leyes no sirven para nada, porque los hombres buenos no las necesitan y los malos no las cumplen” (Séneca).
La semana pasada, en un operativo policial contra bandas
delictivas, Julio Méndez actor de la película “Pelo Malo” fue abatido por el
CICPC. Al parecer, él y otros individuos fueron agarrados infraganti por los
funcionarios cuando cometían un robo de vehículos. Esa misma semana, el
Ministerio Público logró privativa de libertad para José Daniel Surdo Padrón,
jugador de baloncesto de Guaiqueríes de Margarita, por ser cooperador en un
robo a mano armada.
En Venezuela padecemos una situación de anomia, una pérdida a toda referencia de valores y principios y un desconocimiento de las normas y las leyes. La anomía es una enfermedad social. Una situación donde las personas actúan como les viene en gana, desconociendo las normas y cometiendo infracciones y delitos; niegan las reglas de comportamiento, no las aceptan y hacen su voluntad.
Pero es el mismo gobierno quien fomenta la anomia, al violar la
Constitución y las leyes. Abusando del poder encarcela a estudiantes, twiteros
y opositores por el “delito” de pensar diferente, les viola sus derechos, los
maltrata y tortura en las cárceles de Ramo Verde, el Sebín y La Tumba. Y como
controla el poder judicial, al ser provisorios más del 80% de los jueces,
interviene en sus nombramientos y destituye a quienes se atreven a aplicar la
ley por encima de la política; hace eternos sus juicios y niega el derecho a la
defensa.
La corrupción es otro ejemplo de anomia, que en Venezuela existe a
todos los niveles. Militares de alto rango y prominentes funcionarios se
encuentran implicados en corrupción y narcotráfico, pero son premiados con
embajadas y ministerios. Decenas de miles de millones de dólares son saqueados,
escondidos en los bolsillos de la oligarquía militar y sus cómplices civiles,
son descubiertos en bancos de Andorra, España, Luxemburgo, Panamá y Suiza; pero
no pasa nada. En Venezuela no existe democracia, tenemos una cleptocracia, un
gobierno de ladrones.
Este ambiente de anomia e impunidad en el cual convivimos estimula
el delito. El año pasado la impunidad en materia de corrupción, violación de
los derechos humanos, secuestros y delitos comunes fue de 98%. El “Índice de Percepción de la Corrupción
2014” de la organización Transparencia Internacional, que clasifica a los
países según el nivel de corrupción en el sector público, en una escala de 0
(muy corrupto) a 100 (muy limpio), sobre 174 países escrutados ubicó a
Venezuela en el puesto 161 con 19 puntos.
Vivimos una situación de anomia extrema, caos, anarquía e inseguridad. Sin estado de derecho, sin gobernabilidad, ni legitimidad. Vivimos en un país donde los pobres no comen, la clase media no compra y los ricos no duermen. ¿Hasta cuándo vamos a soportar esto?
Juan Marcos Colmenares
jmcolmenares@gmail.com
@JMColmenares
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