He estado evitando escribir sobre las
próximas elecciones parlamentarias. Esas que aún no tienen fecha; pero que,
dicen, serán en diciembre (según mis confiables dateros, quienes aseguran que
el 6 de diciembre, será la cosa). Esas en las que, gracias a la redistribución
poblacional, serán electos menos diputados en regiones usualmente opositoras,
en una especie de reacomodo que nadie protesta.
Esas, en las que el CNE será el
encargado de organizar las primarias de la MUD; a pesar de todo lo que se le ha
criticado al ente comicial. Ese sufragio en el que, de nuevo, el Consejo
Nacional Electoral y el PSUV -de manitas tomadas- trabajan en un diseño
electoral parcializado. Esas elecciones que, sin necesidad de efectuarse, ya
podríamos vaticinar los resultados. Total, nada ha cambiado: el proceder de las
oposiciones venezolanas me siguen pareciendo blandengues y las actuaciones del
desgobierno, insolentes. Oposición y desgobierno, bailando acompasados,
retroalimentándose y sosteniéndose mutuamente. Sirviéndose el juego, con un CNE
exactamente igual al de las elecciones anteriores, como juez y testigo de una
nueva contienda electoral que no sorprenderá a nadie.
Por eso, no quiero escribir de las elecciones
que tenemos en puertas, sobre todo en un país cuyos habitantes cifran sus
esperanzas de cambio en estos actos “democráticos” en los que hemos participado
a lo largo de los últimos 16 años, con las consecuencias que todos conocemos.
Hemos votado en elección tras elección sin que eso haya significado el viraje
urgente que necesitamos en Venezuela. No ha sido la vía para salir de este
camino destructivo por el que nos ha llevado el chavismo. De nada han valido
las advertencias que, una y otra vez, han hecho Ciudadanía Activa o Súmate, por
citar algunas ONG´s que han trabajado la material.
De nada han servido las
advertencias de que estamos ante un sistema electoral poco transparente. El
quid del asunto está en que siempre permitimos las triquiñuelas del árbitro
electoral, que termina torciendo la voluntad popular expresada en los votos.
¿Por qué tenemos que esperar a tener encima los comicios para exigir lo que nos
corresponde como derecho ciudadano? ¿Por qué no ejercemos ese derecho y, al
contrario, acudimos de nuevo a las urnas, permitiendo que las condiciones sean
las mismas una y otra vez?
Pero, dije que no escribiría sobre las elecciones; por lo menos, no hoy. Porque, en Venezuela están ocurriendo otros asuntos que para mí, en este momento, son urgentes y graves. Porque son las razones por las que todos los venezolanos deberíamos reclamarle a Maduro y exigirle soluciones. No han parado las malas noticias; por el contrario, se han incrementado. Se incrementan los ingresos en las morgues, víctimas de una violencia engendrada y alimentada por este régimen. En el país, cuando no es la inseguridad, es la escasez. Cuando no es la escasez, es el dólar paralelo –que, para el momento en el que escribo estas líneas, dicen que ronda los Bs. 300. En resumidas cuentas, nos sobran las razones para sentirnos desesperanzados.
Estamos asfixiados ante una realidad que nos
golpea permanentemente. ¿O es que acaso no fue doloroso enterarnos de cómo el
pasado fin de semana unos malandros acabaron con la vida de dos adolescentes,
músicos, pertenecientes a El Sistema? Pudo más la violencia que la filosofía de
El Sistema que, a lo largo de tantos años, a través de la música, ha rescatado
a centenares de niños del destino de violencia y pobreza que les esperaría en
sus entornos. ¡Ya basta de noticias como estas donde la vida de nuestro futuro,
nuestra generación de relevo, termina en el piso, en medio de un charco de
sangre! ¿Cómo es posible que aquí se sigan cercenado los sueños juveniles, de
muchachos que a punta de talento y disciplina abren sus posibilidades de
recorrer el mundo, llenando de música a otras naciones que sí saben apreciar y
respetar el trabajo y esfuerzo que hacen nuestros compatriotas. De nuevo, pudo
más la violencia y la impunidad. Pudo más la ley de los malandros, esa que
salda sus cuentas y sus diferencias a punta de balas y muertes, sin importar la
hora en la que dirimen sus rencillas. Sin importar el lugar, sin importar
cuántos inocentes más terminan siendo víctimas de una pelea que no les
pertenecía. Me duelen estas muertes injustas que quedarán sin culpables, porque
son muertes cada vez más frecuentes. Cada vez más retorcidas. Porque son las
evidencias de un país destruido, gobernado por hampones. Un país donde, en
cualquier lugar o a cualquier hora, alguno de nosotros pudiera ser el próximo
de esta lista rojinegra.
La violencia ha impregnado todos los rincones
de la patria. Y Aragua, en estos días, ha sido protagonista. ¿Se sentirán
orgullosos los chavistas-maduristas de este logro? Porque este es su logro. Los
créditos no se los atribuyo a nadie más. Como ha sido su logro la escasez, como
ha sido su logro la desaparición de cientos de industrias. Hoy la violencia es
el atributo más evidente de la población venezolana; nosotros, los venezolanos,
quienes otrora nos jactábamos de nuestro carácter jovial y dicharachero.
Por eso, no quiero escribir sobre las
elecciones parlamentarias. Tampoco quiero oir las propagandas de aspirantes a
diputados ofreciendo villas y castillas, como si de ellos – y solo ellos-
dependiese el viraje de la nación. Por lo preocupante de la situación moral,
económica y social de mi país, hoy no quiero ocuparme de las elecciones
parlamentarias ni de sus protagonistas de siempre: un cuento trillado, con un
final que ya conozco.
Jose Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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