“Los hijos no llegan al mundo con un manual
de instrucciones” le decía una mamá a otra -a manera de consuelo- mientras sus
querubes se correteaban descontrolados por el pasillo del centro comercial,
ajenos a preocupaciones y sobresaltos, con esa energía inagotable que desbordan
los muchachitos de unos cinco años.
Y el comentario me hizo recordar el
extracto de una conferencia que vi, en la que el expositor, como
recomendaciones a los noveles padres que asistían a su charla –por supuesto,
ávidos de consejos y recomendaciones- citaba el “Decálogo para formar
delincuentes” del popular juez de menores español, Emilio Calatayud, incluido
en su libro “Reflexiones de un juez de menores”. Si alguno de ustedes tuvo la
oportunidad de leer el decálogo, sabrán de lo que estoy hablando. Para quienes
no lo han hecho, recomiendo que busquen estos enunciados, que arrancan con uno
que llamó poderosamente mi atención: “comience desde la infancia dando a su
hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le
pertenece”… Pero, les aseguro, que los nueve restantes también invitan a la
reflexión y a una profunda auto revisión de la manera cómo criamos a nuestros
hijos.
Como padres, tenemos una enorme
responsabilidad, que se debe asumir con mucho compromiso y que va más allá de
limitarnos a cumplir con la alimentación y vestimenta de nuestros muchachos. No
es un cliché, ni un lugar común. Es realmente una gran tarea, que nos ponen en
los brazos apenas nace nuestro niñito o niñita. A partir de ese momento, en
nuestras manos está moldear los primeros años de vida de ese hombre o mujer del
futuro, a los que anhelamos ver convertidos en individuos ejemplares, felices y
exitosos, con valores éticamente correctos y conducta moralmente intachable.
Una sociedad próspera, una nación libre del flagelo de la corrupción, saneada de la delincuencia, inmunizada contra el deterioro moral, es aquella donde sus habitantes, todos, sin excepciones, gozan de educación, trabajo, salud y servicios. Cuatro pilares básicos, donde la educación juega un papel primordial y la familia, fundamental.
Históricamente, los venezolanos hemos visto
transitar gobiernos paternalistas; en algunas oportunidades, con marcadas
preferencias sobre algunos segmentos más que otros; pero, en definitiva, padres
consentidores que se hacen de la vista gorda ante los berrinches o caprichos de
sus niños mimados o hijos predilectos. ¡Hijos predilectos que actúan con
impunidad, prepotencia y malacrianza, creyéndose merecedores y dueños de cuanto
les rodea!
Es inevitable que piense en los últimos tres lustros. No puedo dejar
de recordar a los “niños de la calle”, emblemáticos durante la campaña
electoral de Chávez, la primera, aquella del 98, cuando el difunto presidente
arengaba a las masas ofreciendo, a diestro y siniestro, acabar con la
corrupción de la Cuarta y justificaba que los pobres robaran para saciar el
hambre.
¿Qué dicen hoy las estadísticas? ¿Las nefastas? Esas que manejan los criminólogos ¿Cuál es la edad promedio de los integrantes de las bandas que mantienen en toque de queda a nuestro país? La mayoría está integrada por muchachos, púberes imberbes, a quienes la ausencia de barba y de pelos en el pecho, no los exime de un historial de crímenes y muertes. Delincuentes moldeados en estos 16 años…“Hechos en Revolución”.
Y es, en parte, lo que sobresale del discurso
que diera Carlos Villlalba, durante el II Ciclo de Reflexión “La Libertad”,
organizado por el Instituto de Ciencias Penales de la Facultad de Ciencias
Jurídicas y Políticas de la UCV. Villalba mencionaba que “cuando el ′eso no se
hace′ de padres y abuelos, primero; de los maestros y profesores, segundo, y de las experiencias
de la vida, tercero: cuando esa base normativa es radicalmente sustituida por
el interés ideológico, por esa pseudo moral que desfigura a la dinámica social
y que se expresa de modo contundente en ′el fin justifica los medios′, se abre
la compuerta al ′todo puede hacerse′, y si tal cosa se acepta, como sucede
actualmente en Venezuela, cuesta llamar vida social a esto que tenemos”.
El régimen se ha encargado de sembrar la violencia entre sus hijos predilectos, esos que comulgan con sus ideales trasnochados y perversos. Propicia los enfrentamientos entre la sociedad civil, como los padres que incitan a sus hijos a someter al más tímido de la clase o del barrio. El régimen se ha encargado de satanizar a todos cuantos difieren de sus teorías y preceptos, sin medir las consecuencias que la incitación al odio dejará en una nueva generación de venezolanos que está creciendo en una sociedad que no castiga al que viola la ley y penaliza sin piedad a quien le adversa.
Algunos psicólogos hacen énfasis en la
importancia de fijar límites a nuestros hijos y enseñarlos a asumir las
consecuencias de sus actos. Eso sí, siempre con apego y sin uso de la
violencia. Quizá para distanciarnos de las palizas, pellizcos “torcidos” y
correazos que no faltaron en la metodología de crianza de los padres de mi
generación. “La nalgada a tiempo” como la llamaban muchas abuelas. Fijando
límites -como proponen ahora- o con la nalgada –como se hacía antes- lo que se
pretende es disciplinar que, como bien expresó Carlos Villalba, “la disciplina
está forjada por muchas restricciones y algunas concesiones.
Lo difícil de formar reside, precisamente, en eso. Reside en conducir, en dirigir; y no en complacer. Lo más fácil suele ser, casi siempre, lo que menos conviene. Lo más cómodo suele ser lo que menos educa. El que todo lo regala, no enseña, se exalta, defiende su prestigio, más no guía. Hay que trazar límites, si se buscan verdades y respeto”.
José Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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