También
pude haber titulado: “Academia, RIP”, o “Ha muerto la universidad”, o “El país
agoniza”, porque el régimen ha dado muestras, hasta la saciedad y un poco más
allá, de que le tiene fobia a la grandeza, la superioridad, la elevación. No pueden ver algo o alguien que se destaque
porque lo destruyen. Todo comenzó (o por
lo menos fue su primer signo visible) cuando el muerto viviente explicó por
cadena nacional que el término, y el concepto, “meritocracia es mala
palabra”.
Ahí se destapó la persecución
contra cualquiera que quisiese salirse del montón, que no desease mantenerse
adocenado. Su apogeo lo logró cuando en
un solo día y pito mediante, despidió a miles y miles de expertos petroleros
que estaban reconocidos entre los mejores del mundo y en cuya instrucción y
perfeccionamiento el país había gastado buena cantidad de dineros.
Hoy, sigue la amenaza, el acorralamiento, a
cuanto empresario descuelle por la calidad de los productos que entrega a la
nación y que tenga excedentes para enviar fuera de las fronteras. El acoso lo llevaron hasta la producción del
campo: lo que eran emporios ganaderos, lácteos y agrícolas los volvieron
flecos. Los eriales en los que están
convertidos los fundos y haciendas del Sur del Lago, de la “Compañía Inglesa”,
de los Valles de Aragua y que han sufrido el desmadre de los invasores (que se
comieron hasta los sementales) son una consecuencia directa del intento de
revivir el conuco que el desorden mental del adalid de la robolución le
sugirió.
Ahora,
y desde hace mucho tiempo, la guerrita es contra las universidades autónomas. No les basta con darles diplomas de dizque
“médicos comunales” a unos tipos que no pasan de ser ampolleteros glorificados;
no les satisface darles patentes de corso para que desbarren en los tribunales
a unos individuos que no saben siquiera lo que significa el aforismo nullum
crimen sine lege; no les sosiega sus intentos de matar de mengua —vía
presupuestos deficitarios, de mera sobrevivencia— a las universidades. Ahora quieren reducir también el nivel académico
de ingreso, que ya era precario. Solo de
esa manera puede entenderse la reciente medida de la OPSU que confisca el cien
por ciento de los cupos de la Universidad Simón Bolívar y otro porcentaje
escandaloso de la UCV; claustros que —lo digo sin intentar agraviar a los
restantes— constituyen el reservorio de la calidad académica venezolana. La idea es preponderar otros criterios, todos
ellos subjetivos, por sobre el desempeño intelectual del candidato. Les asignan un porcentaje muy alto a las
“condiciones socioeconómicas”, a algo que llaman la “territorialización”
(horrorosa palabreja) y a las “actividades extracurriculares”. En todas ellas, a un pícaro le resultará muy
fácil mentir y desdibujar la realidad para despistar a la burocracia, ¿o será
burocracia?, y así colarse dentro de los predios y aulas universitarios. El día que a alguno de nosotros haya que
llevarlo de urgencia a un hospital (Dios nos salve la parte), no nos interesa
si quienes nos vayan a atender eran pobres de solemnidad, si vivían muy lejos y
tenían que coger tres autobuses para llegar a la facultad, o en cuántos
espectáculos actuó para elogiar al Che durante reuniones del partido; lo que
nos interesa es que haya sacado muy buenas notas en clases y que haya sido
calificado como sobresaliente en las prácticas clínicas.
Todo
ese enfoque sesgado hacia la educación solo puede explicarse por una idea
predominante en ellos: que la permanencia en el poder está por encima de los
grandes objetivos nacionales, del bien de la patria, del bien común. Con un añadido, que es una especie de
corolario: no tanto que no les importe la excelencia académica, ni siquiera que
está en juego el futuro de la nación en un siglo en el que se reafirma aquello
de que “saber es poder”; es que de esa manera se aseguran de ponerle la mano a
las federaciones estudiantiles —que tan refractarias a ellos han sido—, de
manera de que en cuatro o cinco años se cogerán el poder en la academia. Y si a eso le añadimos los intentos de que,
en las votaciones internas, el sufragio de un PhD a dedicación exclusiva valga
igual al de un destapa-pocetas de la nómina de obreros, va a resultar que la
excelsitud, la calidad y la altura escolásticas quedarán execradas del campus.
El
contubernio entre el MinPoPoEduUNi, la OPSU —apoyados por un grupo de rectores cabrones de universidades
“experimentales” —todos nombrados a dedo previa muestra de carné del PUS— va en
contra de lo que tipifica el Art. 109 de la Constitución vigente. ¿Dónde quedan aquello de que “El Estado
reconocerá la autonomía universitaria” (…)
y que “Las universidades autónomas se darán sus propias normas de
gobierno y funcionamiento”? Quizás se
fueron por el mismo hueco que el destapa-pocetas mencionado en el párrafo
anterior había desatascado…
Nos
encontramos ante una muestra más de sectarismo nocivo. Esto —y el empecinamiento errado que tienen
de que “poder” se escribe con “j”— nos hace correr el riesgo de convertir en
fallido al Estado venezolano. Hay que
salir de esa gentecita rápido. Lo más
pronto posible de acuerdo a los postulados constitucionales.
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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