Reflexionar sobre la abundancia y magnitud de
problemas que enfrentan actualmente los
venezolanos, implica poder comprender, además,
la razón y el rostro de la violencia con su alto nivel de agresividad
que cada connacional registra en su vida cotidiana.
Adicionalmente, induce a estar en permanente
estado de alerta, a la expectativa y, por supuesto, a percibir con desconfianza todo lo que nos rodea. Es, en
fin, un asiento excepcional para admitir que se está en presencia de una
situación en la que el Psicoanálisis es materia prima, pero, además, que es necesariamente materia obligada para
apaciguar la tormenta de demonios y angustias que todo esto genera.
Asumiendo que después de la lluvia sale el
sol, o que toda noche trae su día, nadie duda que Venezuela saldrá de la negra noche; que su rostro
amanecerá algún día con sol radiante y que las lluvias del miedo
cesarán, permitiendo y exigiendo la responsabilidad de rescatarla y de
enderezar el rumbo a puerto seguro.
Es inevitable que millones de venezolanos
piensen que lo económico, es el problema que demanda apremiantes respuestas y
soluciones, en atención a las heterogéneas consecuencias que dicha situación
produce en el bolsillo de cada quién, y puertas adentro, en el seno de cada
hogar. Pero, realmente, no es así. Venezuela ha sido bendecida por la mano de
Dios, reza una expresión popular de fácil uso en cualquier conversación.
Asimismo, que ese divino trato privilegiado se traduce en la multiplicidad de
recursos materiales y humanos de que ha dotado a la nación, por lo que dispone
de esa ventajosa alternativa para afrontar esta terrible contingencia.
Sin embargo, más allá de lo económico, como
de esa dotación de recursos, a lo que con mayor violencia y dureza se enfrenta
el país, es a su crisis moral; a la destrucción ética del tejido social que
alguna vez sirvió de base para la demostración referencial de una sociedad que,
con la bendición del mestizaje de sus hijos, se proyectaba como ejemplo de una
hermandad étnica ausente de complejos, y llena de un igualitarismo social
ejemplar para la convivencia.
Hay quienes asocian deterioro moral con la
dependencia de la renta petrolera. Cuando lo cierto es que el petróleo no
necesariamente es el culpable de todo lo peor que existe en el país, y, quizás,
sí, de mucho de lo bueno que Venezuela y los venezolanos han podido alcanzar
durante el último medio siglo.
Lo que sí ha sido malo, es la pretensión
vengadora, revanchista y falsamente salvadora de individualidades empeñadas en
mitificar sus creencias y conductas, para reconducir al país con una
deformación de sus valores históricos, hasta llegar al sometimiento de sus
ciudadanos para ponerlos al servicio del populismo financiado por la renta
petrolera.
Esa concepción ideológica convertida en una
engañosa propuesta política ha llevado a ignorar el respeto al prójimo, a consagrar la
chabacanería, el abuso y el desprecio de la norma y de la convivencia, para
hacer de todo eso un patrimonio formador de una nueva forma de ejercer el
poder. La violencia y el desprecio por el orden ya es rutina. El irrespeto a la
ley y el desentendimiento ciudadano sobre sus deberes es patético. La cultura
del derecho sepultó la tolerancia y consagró la impunidad como nuevo cordón
umbilical de un pacto social explosivo y destructivo.
¿Cómo enderezar este entuerto y luchar contra
las causas de esta terrible situación?. Quizás reestructurando y saneando los
tres Poderes Jurisdiccionales. Es decir, el Judicial, la Seguridad y la
Policial en todas sus denominaciones, además del Penitenciario.
Sería la opción para actuar en lo que se ha
convertido en una jungla nacional, signada por una multiplicidad de nuevos
términos que desnudan la existencia de otro lenguaje asociado a la situación en
su conjunto. Se trata de “pranes”, para identificar a los Capos de las
penitenciarías; esos mismos que manejan el hampa dentro y fuera de las
cárceles. Los “luceros”, que son los brazos ejecutores de los “pranes”. Hampa organizada. Hampa común. Ladrones. Pillos. Ratero. Hampones de cuello blanco.
Esos, entre otros, conforman una variedad de apelativos que identifican a los
responsables de la desbocada inseguridad que ha ubicado a Venezuela casi a la
par de Honduras y Siria en el sitial de honor global, entre los países más
violentos del mundo.
Es la peor combinación entre los mayores
causantes de la emigración de venezolanos por miedo. ¿De un millón?. ¿De millón
y medio?. ¿De más de dos millones?.
Importa la cantidad, más aún que sea de hijos del país en donde cada año se
produce el asesinato de más de 25.000 personas, y en el que sólo el 5% de los
responsables –dicho por las propias autoridades- es juzgado. Con razón, lo que nunca antes
identificó al país en la comunidad internacional, hoy es cosa del conocimiento
común en todas las latitudes: Venezuela es un país peligroso.
Por cierto, es la misma situación que en el
pasado reciente fue el diario acontecer en algunas ciudades de Colombia y otras
latitudes del mundo. En esos sitios, lograron corregirlo apelando a políticas
de Estado y a voluntad política, apoyadas en un efectivo, probo y profesional
cuerpo de seguridad, y apuntaladas por un Poder Judicial Autónomo integrado por
fiscales y Jueces honestos; mejor dicho, por verdaderos funcionarios de
carrera. De igual manera, servido por un
Sistema Penitenciario capacitado física y técnicamente para recibir a ese
enorme número de ciudadanos castigados por la ley, y resguardados por la
garantía de normas mínimas de respeto a los derechos humanos. Dichos países, sencillamente,
sin desestimar la importancia del
cumplimiento de las respectivas sentencias, también entendieron de lo
importante que era garantizar la alternativa de la rehabilitación del
individuo, para reinsertarlo a la sociedad.
En Colombia y esos otros sitios, no se
produjeron milagros, ni hechos milagrosos. Se actuó con base en la convicción
de que el ansiado resultado positivo sólo se logra con disciplina y apoyados en
la Ley como bastión de un nuevo comportamiento social. Y a la par de la generación
de respuestas positivas en el orden económico, se le dio igual prioridad al
sistema educativo. Es el mismo reto que hoy tiene Venezuela.
Aquí, desde luego, lo económico no puede ser
conducido por improvisados. Y lo educativo, tiene que dejar de ser un trofeo
político.
Es indispensable atender y mejorar el
actual precario sistema de educación. Y
debe hacerse con personal calificado, bien remunerado; con asesoría y asistencia internacional. Se le
tiene que dar prioridad de inversión en
el presupuesto de la nación. No se le debe temer a la urgente estructuración de un programa integral de educación e
investigación en todos sus niveles. También hay que estimular un plan de becas
dirigido a asistir a los estudiantes sobresalientes en todas las instituciones
educativas. Definitivamente, hay que trazar un plan de acciones a corto, medio
y largo plazo, dirigido a alcanzar los estándares en educación del primer
mundo; de decisiones que permitan superar la condición de país tercermundista.
Justicia, educación, paz, seguridad, salud y desarrollo son los ingredientes
necesarios para lograr calidad de vida.
Nunca antes como ahora en la historia
venezolana, fue más importante considerar la vigencia de la Proclama del Libertador Simón Bolívar, de
que "Moral y Luces son nuestras primeras necesidades".
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Enviado por
Edecio Brito Escobar
edecio.brito.escobar@hotmail.com
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