El 17 de abril de 1975, hace 40 años, los
Khmers rouges o Jémeres Rojos, tomaron Phnom Penh, la capital de Camboya. Eran
40.000 guerrilleros armados con Kaláshnikov, bazucas y granadas, surgidos de la
selva, pequeños, famélicos, vestidos con pijamas negros, portando pañuelos
rojos ajustados en la cabeza y calzando sandalias hechas con desechos de bandas
de rodamiento de llantas. Su misterioso y anónimo líder era conocido como Pol
Pot o Hermano número 1.
El mismo día de la ocupación, a partir de las
6:00 de la tarde, los miembros del Angkar o Partido Comunista Khmer, llamado
también Partido Comunista de Kampuchea (PCK), portando megáfonos, conminaron a
la población a evacuar la ciudad bajo el engaño de que esta sería bombardeada
por los americanos. En 48 horas ya estaban en marcha hacia los campos de
trabajo más de 2 millones de personas. Los Khmer rouges habían seleccionando
previamente a funcionarios, sacerdotes, intelectuales y otros “enemigos
burgueses” para asesinarlos a mansalva. Los extranjeros, en especial los
periodistas, debían concentrarse en la Embajada de Francia. Los edificios
públicos y las propiedades privadas de la ciudad fueron confiscadas y ocupadas
por los Khmer rouge, sus familiares y allegados.
Jean Sévilla, periodista de Le Figaro Magazine
afirma en “Abril Rojo” (Avril rouge, Le Figaro magazine, abril, 2015), que los
intelectuales, políticos y periodistas de izquierda en Occidente, y en Francia
en particular, se cegaron sobre lo que realmente estaba ocurriendo. Ejemplo de ello, los titulares de Le Monde
que celebraban la situación: “Liberada Phnom Penh”; “Entusiasmo popular”;
“Siete días de fiesta por la liberación”; “Camboya será democrática, todas las
libertades serán respetadas”.
Un mes después de estos acontecimientos, el
28 de abril, el periodista Jean Lacouture escribía loas a la revolución
camboyana en Le Nouvel Observateur. Al referirse a la evacuación de los
habitantes de Phnom Penh conducidos a lo que posteriormente se conocería como
killing fields o “campos de la muerte”, la describe con gran eufemismo como
“una audaz transfusión de gente hacia el campo”.
Información sesgada
El sesgo de los periodistas de izquierda
impidió conocer lo que verdaderamente acontecía. A propósito de esto, Jean
Sévilla cita un artículo de Patrice de Beer publicado en la edición de Le Monde
el 10 de mayo, quien de regreso a París tras ser expulsado de Camboya,
escribió: “¿Por qué esa actitud de crítica a la expulsión de corresponsales y
observadores extranjeros?, qué les hace creer que los hombres de negro quieren
ocultar que están perpetrando un baño de sangre, como quieren hacer ver los
americanos. Nos guste o no, los camboyanos han decidido que ellos no quieren
extranjeros en su país. (…) detrás del pijama negro y el pañuelo rojo en la
cabeza, existe un orgullo nacionalista y una tremenda voluntad de retornar a
sus fuentes rurales”.
Esa actitud ha sido siempre el reflejo del
masoquismo político de la izquierda europea y en especial la francesa en
relación con el Tercer Mundo. “Un Tercer Mundo espontáneo, sentimental,
inocente y justo; un Occidente rapaz, materialista y cruel; sobre esa antítesis
primaria y ambivalente la izquierda europea ha construido una corriente de
pensamiento que se ha convertido en una ortopedia de la conciencia. Viven y proyectan
una culpabilidad que hace de sus seguidores unos militantes de la expiación”,
como bien lo define Pascal Bruckner (Le sanglot de l’homme blanc).
En 1977, ediciones Julliard publica los
testimonios recogidos por el misionero católico François Ponchaud (Cambodge,
année zéro) donde relata la tragedia de los sobrevivientes y refugiados de los
“campos de la muerte”. Luego de leer el libro y entrevistar al autor, el
periodista Jean Lacouture, hizo un mea culpa a propósito de su visión sesgada
de los primeros tiempos: “Los nuevos dominadores de Phnom Penh inventaron algo
original, un autogenocidio. Después de Auschwitz y el Gulag, pensamos que ya no
se producirían esos horrores, pero ahora observamos el suicidio de un pueblo en
nombre de la revolución, aún peor, en nombre del socialismo”.
¿Qué pretendía el Khmer rouge?
Este movimiento engendrado en París en la
década de 1960, culpaba a los países industrializados, en especial a Estados
Unidos, de ser los responsables del subdesarrollo de Indochina y de Camboya en
particular, proponía el retorno al campo con el fin de lograr la “soberanía
alimenticia” y la independencia a través de la “revolución agrícola”. Al tomar
el poder, las primeras medidas fueron la abolición de la banca, las finanzas y
la moneda, la prohibición de las religiones, la confiscación de todas las propiedades
privadas y la reubicación de los habitantes de las zonas urbanas en granjas
colectivas donde trabajarían de forma obligatoria. El propósito de esta
política fue la de convertir a cada ciudadano camboyano en un “hombre nuevo” a
través del retorno a sus raíces y a la cultura agraria.
El Khmer rouge intentó convertir a Camboya en
una sociedad sin clases obligando a la población urbana a vivir en comunas a
través de brutales métodos. En el programa de trabajos forzados para recuperar
la agricultura, murieron 1.700.000 personas, aparte de las ejecuciones sumarias
que ascendieron a más de 200.000. Un genocidio en nombre de una visión llamada
por estos fanáticos “El paraíso verde”.
El Grupo de París, los futuros genocidas
En la década de 1950, unos jóvenes
intelectuales camboyanos formaron el llamado Grupo de París. Provenían de
familias de clase media, de terratenientes o de funcionarios públicos. Estos
fueron los autores de la utopía revolucionaria del Khmer rouge. Formados en
escuelas de élite en su país, más tarde fueron adoctrinados por el Partido
Comunista Francés (PCF) en el pensamiento político marxista, en boga en las
universidades parisinas a las que asistieron. El PCF y los guardianes del
templo marxista francés, que siempre ha pensado que el Tercer Mundo es el
terreno ideal donde ensayar sus dogmas, pero sin moverse de sus cafés y
tribunas académicas, apoyó al grupo para la instauración en Camboya de las
ideas comunistas de una sociedad sin clases y el retorno a una Edad de Oro
agrícola, la utopía socialista en la Tierra.
Los del Grupo de París, apenas tomaron el poder, se convirtieron en
feroces genocidas de su propio pueblo.
Entre los que integraron el Grupo de París se
encontraba Saloth Sar, estudiante de l'École du livre de París, quien adoptaría
el pseudónimo de Pol Pot o Hermano número 1. Pol Pot fue el líder del Khmer
rouge desde la década de 1960 hasta su muerte en 1998. Luego de la toma de
Phnom Penh en 1975, se convirtió en un dictador psicópata y genocida de su
propio pueblo, su verdadera identidad se conocería años después de instaurado
el terror. Leng Sary o “Hermano número 3”, estudiante en el Instituto de
Estudios Políticos de París, mejor conocido como Sciences Po, fue otro de los
líderes destacados. Khieu Samphan o “Hermano número 4”, considerado uno de los
intelectos más brillantes de su generación, en su tesis doctoral expresó los
lineamientos de la política adoptada por la Kampuchea Democrática, como así
llamarían al nuevo Estado.
Donde se implanta el comunismo y su ideal del
“hombre nuevo” o “Paraíso Socialista”, sea en la URSS, Corea del Norte,
Camboya, Cuba o Venezuela, el resultado, con sus variantes, es el mismo:
demolición de las instituciones democráticas, supresión de las libertades,
totalitarismo, terrorismo de Estado, asesinatos selectivos o masivos,
confiscaciones, caos económico, desabastecimiento, hambrunas y todas las
secuelas que trae consigo la ideología del exterminio.
Edgar Cherubini Lecuna
edgar.cherubini@gmail.com
@edgarcherubini
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