“Razón o relación de dos cantidades es el resultado de comparar dos cantidades. Dos cantidades pueden compararse de dos maneras: Hallando en cuánto excede una a la otra, es decir, restándolas, o hallando cuántas veces contiene una a la otra, es decir, dividiéndolas. De aquí que haya dos clases de razones: razón aritmética o por diferencia y razón geométrica o por cociente”.
Cuando
niños, y llegábamos a cuarto y quinto grados de primaria, comenzaban nuestros
vía crucis, los llamados “quebrados” nos daban dolores de cabeza y nos
convertían en ídem muy rápidamente. En La Guaira, las maestras de primeras
letras como la célebre maestra Eloína -de la Calle de Los Granados- con su
mallita negra de control sobre su cabellera rebelde como escasa, su porte
delgado y casi enjuto, pero firme, a sus casi ochenta, nos regalaba
recordatorios animosos ante nuestro yerros por la catajarria de preguntas en
rosario con el que acribillaba nuestras mentes y fallábamos en la respuesta
correcta, para ello aplicaba sobre nuestras manos cogidas entre las suyas, su
palmeta delgada y flexible, cuyo sonido espeluznante y el teatro con el que
acompañaba el palmetazo, era superior a sus efectos reales en nuestras carnes,
que no iban más allá de un picor pasajero; pues, que se sepa, ningún alumno fue
hospitalizado, ni presentó problemas sicológicos de consideración y, en cambio,
no dejó de aprenderse su 7x7, su 7x9 o su 8x7, que hasta hoy vemos como un
ministro de finanzas -quien seguramente no pasó por estas estrategias
educativas- no atina a responderle bien a su exigente comandante, quien como
Eloina, le ataca inmisericorde con preguntas indiscretas en público.
Pero,
no me refiero sólo a estas razones y proporciones como fueron las famosas
reglas de tres, sino a las razones que suelen darnos para justificar lo
injustificable o defender lo indefendible, así como las proporciones fuera de
toda lógica matemática con la que relacionan los ingresos con los gastos, que
no pueden ni quieren justificar de manera contable, los cuales se parecen a las
cuentas del gran capitán.
Por
cierto, en nuestro tiempo una moto costaba menos que un carro, una casa costaba
más que un vehículo y uno podía establecer cierta heurística o regla a lo pepa
de ojo, para cubicar el precio de algo.
Hoy un paquetico de cinco chicles
cuesta 350 bolívares, un litro de agua muchísimo más que uno de gasolina. Una
trial blazer puede costar más que un apartamento y ya uno no puede ni
imaginarse cuanto es un mil millones de dólares en bolívares; aunque uno haga
más o menos una regla de tres entre lo que cumplió mi general Pérez Jiménez con
su presupuesto y lo que deberían haber cumplido éstos con el suyo, que
comparado con el dictador de otrora, el de éste, sí que es una ola de billetes,
fuera de toda razón y proporción.
Nos salimos de toda razón, y de la sindéresis, como de las proporciones mágicas de la armonía de la vida en buenas costumbres. Un funcionario entra pata en el suelo a su cargo (o canonjía) y de repente se compra un jet Citation y tiene cuentas y mansiones, yates y Lamborghinis, en varios lugares del planeta, y lo peor, no se les puede acusar. Han dilapidado una fortuna y nos han sumido en un fraude o desfalco de inmensas desproporciones que está fuera de toda razón y proporción, que aún no podemos calcularlo; pues, para ello habría que resucitar a 100 Eloìnas con sus palmetas.
Eddy
Barrios
eddybarrios@gmail.com
@eddybarrios2
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