Es
lamentable e históricamente
traumático para la nación cubana que un período fundamental de su historia
republicana, prácticamente la mitad, haya transcurrido en el contexto de intolerancia
y discriminación que impone un régimen totalitario.
Tales
condiciones son determinantes en la formación de los ciudadanos pero también en
estimular en un número importante de individuos, sentimientos perversos que se
expresan sin ningún tipo de contención porque están conscientes que actúan en
base a las normas y requerimientos del
sistema que defienden.
En
Cuba existe un control social y político muy estricto y en consecuencia
cualquier tipo de disentimiento puede ser brutalmente reprimido. Rechazar la
intromisión de representantes del estado
en la restringida vida privada implica represalias.
Bajo
una dictadura de las características de la cubana, se viven situaciones
difíciles de imaginar, aun cuando se haya coexistido bajo otro régimen de
fuerza.
Muchos
ciudadanos, en particular los que se identifican con la dictadura, tienden a
ser violentos con quienes difieren de sus puntos de vista. No aceptan las rivalidades, rechazan el
dialogo o el debate, la fuerza es el principal argumento en la promoción del
modelo político que defienden.
En
derivación no debería causar sorpresa la violencia que siempre han desplegado
los partidarios del castrismo ante las críticas y demandas en contra del
régimen, ni tampoco que sujetos de diferentes generaciones actúen sin el más
mínimo respeto a las discrepancias y a los
derechos del prójimo.
Los
partidarios del castrismo actúan como si estuvieran defendiendo una religión.
Acertado estuvo el escritor José Antonio Albertini cuando calificó al régimen
de ser una teocracia con un dios viviente en la figura de Fidel Castro y un
sacerdote mayor que encarna su hermano Raúl.
Anatematizan
a sus rivales y si les fuera posible los decapitarían al mejor estilo de Estado
Islámico, porque cuando un conspicuo representante de la dictadura como Eusebio
Leal, dice que los que se oponen al régimen son personas absolutamente impuras
que no deben participar en un dialogo político y que cuando se está cerca de
ellos “uno siente que le ha caído una
salpicadura de lodo en el traje limpio”, tal parece que se está escuchando un
conjuro sacerdotal contra los paganos.
Leal,
no es un representante de la sociedad civil cubana. Es un historiador oficial
de la dictadura. Un empresario que gerencia y disfruta de todos los privilegios
imaginables. Becas gestionada por el gobierno. Viajes innumerables que no
costea con sus recursos. Administrador con mucha libertad de fondos proveídos
por organismos internacionales.
Eusebio
no es de los que da paliza, las promueve con sus expresiones. Su condición de
intelectual orgánico de la nomenclatura le permite sentenciar, sin manchar sus
espurios hábitos, a los que disienten. Su defensa de la dictadura no deja
espacios a la duda y su compromiso de defender el modelo que promueven los
Castro, es firme.
Otra
de las personalidades de la dictadura insular que muestra sentirse orgulloso de
sus habilidades de depredador es ex ministro de Cultura, Abel Prieto, un cargo
en el que pudo desplegar todas sus mañas de fiscal y censor a las ideas contrarias a lo que él encarna.
Abel
Prieto es uno de los principales asesores de Castro, un alto funcionario del
gobierno sin relación alguna con una genuina sociedad civil, como tampoco lo
son quienes regentan los diferentes organismos de masas constituidos por el régimen,
que en realidad son parte de la maquinaria por medio de la cual la
nomenclatura controla la sociedad.
Prieto
expresó recientemente que Cuba había sido acusada de ser un “Estado que lo
controla todo, que no hay espacio para ningún tipo de sociedad
civil", sin embargo favoreció la
reafirmación de esa imagen al dirigir un grupo de jenízaros contra individuos
que expresaban libre y pacíficamente sus opiniones políticas y calificar de
títeres de un país extranjero a los que se oponen al régimen.
Otro
caso a destacar es del supuesto heredero del dictador designado, Miguel Díaz
Canel quien manifestó que era inadmisible compartir espacios de debates con
disidentes que clasificó de mercenarios del imperio.
El
futuro de la nación cubana está muy amenazado y corroído por las enseñanzas y
prácticas del totalitarismo. La crisis de civilidad entre los cubanos es muy
profunda. Las normas de convivencia, respeto a las discrepancias y hasta las de urbanidad han sido execradas
por el gobierno, situación que se aprecia en la gestión de amplios sectores de
la población.
Las
secuelas de un sistema excluyente como
el que han grabado los Castro a Cuba son perniciosas. Los civilista de la isla
tienen un gran trabajo por delante. Derrocar el sistema y laborar para que los
ciudadanos adquieran conciencia de sus derechos, pero también de sus deberes.
Pedro
Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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