“La finalidad del Estado es la promoción de la virtud y también la felicidad de los ciudadanos”. Aristóteles.
Ciertamente,
Venezuela no es una amenaza, pero si es una gran tragedia. Desde hace dieciséis
años el régimen es la amenaza y la causa de la multiplicación de los males de
todos los venezolanos, con excepción, claro está, de los que han vivido
enchufados al Estado. Hemos vivido todo este tiempo bajo el signo de la
inseguridad y de la incertidumbre, de sobresalto en sobresalto, sin
tranquilidad para alimentar el cuerpo y cultivar nuestro espíritu. Hace tiempo
escribí que el presidente anterior era un alma atormentada, el actual, es un
espíritu mortificante.
El progreso en paz
dada la generosidad de la divina providencia, no ha sido posible; por el
contrario hemos retrocedido a etapas de caudillismo y vandalismo, encandilados
por el señuelo de la construcción de un nuevo orden, de una utopía siempre
inalcanzable, lo cual no se hace posible por culpa siempre de adversarios
propiciatorios. En dirección hacia ninguna parte, el único norte es la
destrucción de todo lo construido y en eso si han sido eficientes. Sin un
esbozo de futuro, buena es la improvisación y el engaño.
Venezuela no es una
amenaza, pero ha dejado de ser una esperanza en estos tiempos en que se ha impuesto
la mediocridad. Quebrar las alas que nos permiten soñar en un vuelo hacia la
libertad; destruir los caminos que conducen a un futuro de bienestar, de
plenitud de logros, es para los venezolanos una gran tragedia humana, aunque no
tan terrorífica como la inscripción de Dante a las puertas del infierno: “Dejad
aquí toda esperanza”.
No sólo se nos ha
adormecido el músculo por dejar atrás el trabajo dignificante, mientras se opta
por perseguir los mendrugos que arroja el régimen. Es que se nos ha entumecido
la conciencia porque no tenemos una verdadera noción de Patria, ni un ideal de
cultura, ni ánimo de trascendencia. Hemos permitido que la hojarasca verbal del
régimen surta sus efectos narcóticos en la mente de los ignorantes y de los
ilusos. ¡No tenemos nada, pero tenemos Patria!
Se requiere un gran
esfuerzo, después de este presente incierto, para ser de nuevo un pueblo
virtuoso, es decir, ubicar ese justo término entre el exceso y el defecto,
donde se encuentran las virtudes según la visión Aristotélica. La reflexión
sobre el virtuosismo no es meramente teórica sino que busca modelos en la vida
práctica. Requerimos líderes ejemplares que hagan de la política “el prototipo
de toda capacidad humana, ya que su objetivo es la vida feliz y digna de los
ciudadanos.”
Neuro Villalobos
nevillarin@gmail.com
@nevillarin
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