Existen dos maneras de enfocar el problema de
la pobreza; una es aceptándola como inevitable y la otra es luchando contra
ella.
Nosotros en Venezuela y en Latinoamérica
escogimos la primera. No sólo la consideramos parte de nuestra identidad
cultural y la cargamos cual pesado bulto que nos atasca en el subdesarrollo,
sino que la disfrutamos al estilo de Alí Primera y la canción protesta, dando
loas a la penuria.
Nuestra pobreza también ha servido como
inspiración a ese deprimente cine de vanguardia latinoamericana, donde todo se
va en puro llorar y llorar, entonado “qué triste se oye la lluvia en las casas
de cartón”. Y ni hablar de la fábula del camello, el rico, el ojo de la aguja y
la entrada al reino de los cielos.
De allí viene lo de ser rico es malo. Por eso
es que frente a los cultos que nos visitan de otros países desarrollados, hay
que disculparse por este goce masoquista diciendo ¡Señores, perdonen la
tristeza!
Para colmo de males, lo mejorcito de nosotros
emigra buscando nuevas oportunidades, al tiempo que todos los pobres de los
paupérrimos países vecinos nos invaden atraídos por la piñata populista
bolivariana de las misiones.
Estos nuevos pobladores son consumidores
improductivos que se convierten en una pesada carga de difícil manejo y que
poseen un bajísimo potencial de desarrollo.
Pero quienes más provecho le han sacado a la
pobreza son los políticos. Populismo inclemente, costumbrismos truculentos,
indigenismos exaltados, nacionalismos peligrosos, igualitarismos pasados de
moda, explotando a las masas con su pan y circo, repartiendo peces en vez de
enseñarlos a pescar. Y allí está esa muchedumbre solitaria, rumiando
expectativas, llevando al poder a quien más promesas le ofrezca.
Está plenamente demostrado que si a los ricos
les quitan sus riquezas y se las reparten a los pobres, al poco tiempo, los
primeros recuperarían su fortuna y los segundos volverían a su pobreza. De modo
que lo que hay que combatir es el conformismo y esa falta de superación innata
de nuestros marginados y no a la clase media como hace el chavismo. La
ranchofilia implica más pobreza espiritual que material. Que oiga quien tiene
oídos…
Ernesto Garcia Macgregor
garciamacgregor@gmail.com
@garciamacgregor
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