En una democracia funcional la sociedad
postula a sus representantes a través de los partidos políticos. En una
democracia herida o inexistente, la correa de transmisión entre la sociedad,
los partidos y las instituciones del Estado se encuentra averiada o rota.
Durante décadas AD y Copei ejercieron el
poder porque lograron representar la nación. No se excluían otras formaciones
previas (URD), paralelas (MEP, MAS) o independientes, ni siquiera los
“flash-parties”, partidos instantáneos, cometas de un solo vuelo. La
circulación entre partidos y sociedad era fluida.
Con el empobrecimiento de la década de los
80, la crisis de la deuda externa y la fuga del imposible sueño de la Gran
Venezuela, la representación partidista –inexorablemente ligada a la
redistribución del ingreso petrolero– comenzó a crujir. En el carrusel de dos
décadas, los partidos perdieron su encanto y su rumbo. Los esfuerzos por
renovar los partidos se estrellaron contra la autosuficiencia de muchos de sus líderes
y en ese marco surgió la idea, imposible como se demostró, que las ONG podían
reemplazarlos. Sin duda, floreció la antipolítica que tuvo terreno fértil con
la decadencia previa de los partidos. No fue un fenómeno solo venezolano.
Fernando Collor de Mello y Alberto Fujimori, electos presidentes en Brasil y
Perú respectivamente, representaron parte de esa dinámica. Más adelante en
Venezuela se conocerían los fenómenos del “independiente” Rafael Caldera, así
como los de Irene Sáez y Henrique Salas Römer. Ya AD había echado por la borda
a Carlos Andrés Pérez y encallaba en Luis Alfaro Ucero, jefe incuestionable de
la AD de la decadencia. Copei se aferraba a la bella Irene. El MAS a Hugo
Chávez.
Así llega Chávez al poder y a su dictadura posmoderna o del siglo XXI, que no auspicia sino que tritura los partidos, incluido el del gobierno. Tal es el drama: una sociedad con mecanismos de representación malogrados.
De cara a unas dubitativas elecciones de
Asamblea Nacional, dado que el gobierno zanganea con las fechas, la máquina del
gobierno, lubricada con petróleo y lucha de clanes, resolverá entre sus cuatro
o cinco dueños. Las fuerzas democráticas, por su parte, mayoritarias como son,
no tienen partidos individuales que las representen sino un conjunto llamado
“unidad”, que lo hace parcialmente y con cortocircuitos con el soberano. El
desafío para convertir todo el descontento en votos es representar las demandas
del soberano y sólo una campaña electoral, animada por el cambio antes de 2019,
puede hacerlo.
@carlosblancog
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