Si hay algo que con seguridad uno no
encuentra en la residencia oficial del primer ministro de Israel es un tapete
persa. El lugar se llama Beit Aghion y más sex appeal tiene un Zastava.
Para seguir viviendo allí, Benjamín Netanyahu
recurrió a todos los trucos rastreros que hay en los libros e incluso se
inventó un par más. Afrentó a Obama en su propia casa, lanzó insultos racistas
contra la minoría árabe de su país, insistió en que los palestinos no tienen
otra salida que la sumisión perpetua a su versión del apartheid sudafricano y,
muy en particular, agitó la amenaza que a sus ojos representa Irán para el mundo,
o sea, para su visión del mundo. Al final Bibi ganó las elecciones el pasado
martes, si bien por el camino fomentó los peores instintos de sus compatriotas.
Las negociaciones sobre el tema nuclear entre
Irán y el grupo P5+1, liderado por Estados Unidos, están en lo más álgido. La
nueva fecha límite es julio de este año. Netanyahu sugirió ante el Congreso de
Estados Unidos que hay que patear la mesa porque al poco rato Irán entraría en
pánico y se rendiría.
Esto es —y él lo sabe— demente. Sotto voce dijo
que quizá sería posible un compromiso distinto pero, claro, si Irán no acepta
uno menos estricto ya ofrecido, ¿qué le hace pensar que aceptará uno más
estricto? ¿Simplemente porque él lo dice?
Los anales del realpolitik dictan otra cosa:
de no haber acuerdo, la relación entre Estados Unidos e Irán se deterioraría a
marchas forzadas y el resultado más probable sería una guerra muy peligrosa,
que sólo les conviene a los países petroleros por cuenta del salto que daría
entonces el precio del crudo.
Ya están saliendo a la luz en Estados Unidos
los halcones de siempre que dicen que una guerra contra Irán sería apenas
asunto de unos cuantos bombardeos de precisión. ¿No hemos oído eso antes? Sí,
pero la mentalidad hollywoodense, según la cual la guerra es una suerte de
juego electrónico con explosivos de verdad, ha permeado la mentalidad de muchos
americanos.
No ven, porque no quieren, la calamidad que
sobrevino tras la guerra de Bush contra Sadam Hussein. De acuerdo, el dictador
está muerto, pero a cambio quedó una región en caos con un nido de alacranes
llamado el Estado Islámico, para no hablar de que el cáncer terrorista está
haciendo metástasis en los propios países occidentales. En fin, aunque hay
guerras inevitables y hasta necesarias, no hay guerras sin consecuencias
nefastas.
Irán, con sus 80 millones de habitantes y sus
1’650.000 kilómetros cuadrados de extensión, es un bocado demasiado grande para
Israel, así el Estado judío tenga las fuerzas militares más potentes de la
región. Además, está a 1.780 kilómetros de distancia, lo que hace casi
imposible atacarlo por sorpresa, a menos que... No, eso ni lo pensemos.
El ayatola Alí Jamenei, líder supremo de
Irán, es un zorro viejo enrazado de fanático. No tenemos manera de saber hasta
dónde van sus fantasías teocráticas y hasta dónde su pragmatismo. Dos
escenarios se perfilan como posibles: 1) Irán firma un acuerdo nuclear
razonable, en cuyo caso Netanyahu se verá arrinconado, 2) Irán no firma y
entonces una guerra en su contra podría estar a uno o dos años de distancia. La
primera opción es de lejos preferible, así la humillación de Netanyahu implique
que se desaten en Israel posibles convulsiones internas en extremo peligrosas.
Lo dicho en otra ocasión: prefiero los líos
de mi terruño.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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