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domingo, 8 de marzo de 2015

WERNER CORRALES LEAL, ¿CAMBIO GATOPARDIANO?... ¿O TRANSICIÓN IRREVERSIBLE Y PACÍFICA A LA DEMOCRACIA?

La transición a la democracia que está por vivir Venezuela no será del todo novedosa, ya que en los últimos ochenta años muchas sociedades han vivido tránsitos desde regímenes dictatoriales o incluso abiertamente totalitarios a sistemas democráticos de gobierno. Es útil pues, escrutar la historia para encontrar lecciones que nos ayuden a conducir nuestra transición como la queremos, para garantizar que podemos hacerla pacífica e irreversible.

De hecho, en las últimas semanas han abundado artículos en la prensa nacional acerca de las condiciones que parecieran necesarias para asegurar la paz en un proceso que se ve cada día más cercano, y muchas coinciden en que los casos conocidos de transiciones pacíficas tuvieron a jerarcas del sistema anterior encabezando los gobiernos o manteniendo frente a estos un enorme poder en representación de los intereses del “ancien régime”. Los casos de Suárez en España, Pinochet como contra-figura de Aylwin en Chile, De Klerk y Mandela en Sur África, López Contreras y más recientemente Wolfgang Larrazábal en Venezuela son citados como evidencias irrefutables de ese automatismo. Pero toda extrapolación de las experiencias de otros países que ignore de donde partimos o que confunda dictaduras militares con regímenes totalitarios o Estados-Pandilla peca de superficial y puede ser ilegítima.

Soy un convencido de que para asegurar la paz en la transición es instrumental establecer alianzas con quienes habrían sido chavistas hasta apenas días u horas antes de la sustitución del presente gobierno por uno que conduzca el tránsito a la democracia. Pero dicho esto, afirmo que es necesario poner unos límites a lo que pueda ser concedido en las alianzas, porque no debemos comprometer la irreversibilidad o invalidar el fin último de dicho tránsito.

Para definir esos límites y aprovechar de manera legítima las lecciones de la historia, es indispensable caracterizar claramente de dónde partimos, o sea qué queremos superar, y hacer comparaciones que tomen en consideración las verdaderas similitudes y diferencias que existen entre nuestro caso y otros sucedidos en diferentes países.

¿Qué sistema queremos superar y de donde deriva él su poder?
Venezuela tiene una economía en ruinas, un Estado sin separación de poderes, un régimen empeñado en destruir las bases constitucionales para edificar el socialismo y un gobierno comprometido en ideologizar a niños y jóvenes para “construir un hombre nuevo”. Es decir, el régimen actual está en proceso de destruir una institucionalidad y una cultura política liberales, para crear un Estado totalitario. En ese tránsito destructivo, la institucionalidad venezolana se encuentra en una situación de extrema debilidad, carcomida por el progresivo empoderamiento de organizaciones delictivas en su seno y por la fusión orgánica de delincuentes y del alto funcionariado en los diversos poderes del Estado. Y estos rasgos de nuestra situación actual no resultan sólo ni principalmente de la ineficacia, la desidia o la falta de ética de los jerarcas, sino primordialmente de que el presente régimen es un proyecto de poder totalitario en construcción, que emplea cualquier medio para “demoler la superestructura burguesa”.

Por otra parte, este régimen no es una democracia imperfecta que se hace gobernable por la conciliación populista sino un régimen que cultiva el populismo de masas pero que ejerce el control social por la coerción, que se apoya fundamentalmente en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y en otros instrumentos de violencia para ejercer la dominación sobre la sociedad, y en el que la FANB controla todas las áreas del Ejecutivo, incluidas las finanzas públicas, el comercio interno y la poca producción que resta en el país.

La fuente principal de poder de este régimen, la FANB, anida tres grupos humanos en convivencia tensa: Un estamento militar institucional apegado a la Constitución vigente, presuntamente minoritario; una “vanguardia” de militares revolucionarios que no respeta la Constitución sino que es instrumento de la construcción del socialismo, la cual maneja además grupos paramilitares armados que actúan como fuerzas civiles de choque, complementarias a efectos de la coerción; y una cúpula militar corrupta que analistas internacionales y nacionales identifican como la que domina el tráfico de armas y de drogas y teje las principales organizaciones delictivas del país. Casi todos esos analistas afirman que los últimos dos grupos son quienes dirigen la FANB y a su vez son parte de alianzas circunstanciales en las que participan organizaciones de delincuentes comunes y los paramilitares ya mencionados.

¿Negociar el control de la fuerza armada durante la transición?
La transición de la dictadura de Pinochet a la democracia suele darse como ejemplo de que en Venezuela podemos aceptar cualquier cosa en una negociación con el chavismo, incluso que sus jerarcas sigan dominando a las Fuerzas Armadas, para lograr la anhelada transición en paz, dejando implícito que tal cosa no compromete la irreversibilidad del cambio democrático. Este juicio es ilegítimo porque no parte de entender las diferencias que existen entre lo que eran el régimen dictatorial y el Estado chileno, por una parte, y lo que hemos descrito como el régimen protototalitario y las instituciones venezolanas de hoy, por la otra.

Derrotado Pinochet en el plebiscito de 1988 se inició una transición que puso fin a un “Gobierno de las Fuerzas Armadas” que vivía políticamente aislado de América Latina, no a un régimen totalitario en construcción ni a un Estado con instituciones en extremo débiles que era carcomido in extenso por la corrupción y la delincuencia, es decir, un Estado-Pandilla, como puede caracterizarse al venezolano de hoy. El gobierno de Pinochet fue siempre autoritario, una dictadura militar que quería “extirpar el marxismo” y empleaba a las Fuerzas Armadas en la coerción, pero ese gobierno robusteció la institucionalidad del Estado, incluyendo a partir de 1983 la construcción de una institucionalidad económica moderna de alta eficiencia y el retiro progresivo de las FFAA de funciones no militares o de seguridad en el Ejecutivo.

Una gran alianza democrática nacional derrotó a la dictadura militar en el plebiscito de 1988, pero para gobernar se vio obligada a pactar las reformas constitucionales de 1989 según las cuales los militares, con Pinochet a la cabeza, tendrían una sujeción casi puramente formal al poder civil, contarían con un número de senadores designados en el parlamento y gozarían de un financiamiento prácticamente no sujeto a decisiones del congreso ni del gobierno.

Extrapolando todo lo anterior, y apoyándose en que Chile es hoy un ejemplo de progreso y de democracia liberal y civilista en el mundo, algunos analistas afirman que no importaría qué cosas concedamos en los convenimientos con el chavismo, porque cualquier transición negociada haría que la democracia volviese para quedarse.

A la argumentación anterior vale la pena contraponer las lecciones aprendidas de la experiencia del sandinismo y la democracia en Nicaragua.

El sandinismo, como el chavismo, era y sigue siendo un proyecto de poder totalitario, asociado a una red continental, impulsado por un populismo de masas de inspiración marxista, que se apoya en las Fuerzas Armadas para ejercer la coerción y administrar el Estado. Como la experiencia socialista del chavismo en Venezuela, la experiencia “revolucionaria” nicaragüense de los años 80 saqueó los bienes del Estado y los transfirió al paraestatal Frente Sandinista, y produjo un debilitamiento político institucional tal, que generó las condiciones para que el Estado haya asumido comportamientos y formas de organización propias de las pandillas centroamericanas (Hoy se habla del Estado nicaragüense como el “Estado Mara”). Como vemos, la situación político institucional venezolana de hoy es mucho más parecida a la nicaragüense de 1990 que a la chilena del mismo momento.

Ya electa Violeta Chamorro a la presidencia de Nicaragua, en Marzo de 1990 se pactó con el sandinismo una transición en la cual éste último retuvo la jefatura de las Fuerzas Armadas. La opinión pública venezolana conoce más o menos bien la historia reciente de Nicaragua, cuyo gobierno sandinista se ha hermanado en las dimensiones ideológica, económica e institucional con el régimen chavista. El sandinismo regresó al poder en Nicaragua en 2007, con un enorme apoyo económico y político del chavismo, y desde entonces sus instituciones y las libertades llevan el mismo derrotero que lleva Venezuela desde que se inició el Socialismo del Siglo XXI.

La transición nicaragüense a la democracia iniciada en los años 90 se revirtió y se frustró entre otras cosas porque entregó al sandinismo el control de las Fuerzas Armadas, la fuente principal de su poder. ¿Es eso lo que queremos para Venezuela?... ¿Queremos salir de Maduro pero dejarle el control de la FANB y las redes que dependen de ella a la élite militar chavista?.

Reitero para concluir que considero necesario para la paz establecer alianzas entre demócratas y chavistas una vez iniciada la transición. Pero eso no es lo mismo que negociar con las cúpulas chavistas de hoy antes de que salgan del poder, concediéndoles el dominio de la FANB. Una vía legítimamente plural, que no comprometería la irreversibilidad, podría ser que los gobernantes demócratas de la transición construyan alianzas con gobernadores o alcaldes chavistas para fortalecer nuevamente la descentralización y una genuina participación, y para promover un desarrollo con equidad, es decir, para comenzar juntos la reconstrucción de Venezuela.

Se rumora en medios políticos que hoy están en marcha algunas negociaciones -nada transparentes por cierto- entre jerarcas y gurús del gobierno, por una parte, y algún “actor ex chavista de oposición”, por la otra, que buscarían posicionar a éste último como la garantía de la transición pacífica, la cual estaría montada sobre casi cualquier forma de cohabitación entre objetivos democráticos e intereses del proyecto de poder chavista… Y esto es muy peligroso para la irreversibilidad del cambio a la democracia como creo haber demostrado.

Un Cambio Gatopardiano, que todo parezca cambiar para que nada cambie, es lo que sucedería si los acuerdos con el chavismo para la transición se basasen en que él mantuviese el control de la FANB, que ha sido su principal instrumento de dominio y su mecanismo más útil de degradación institucional. Si ya estuviesen en marcha esos acuerdos sería aún peor.

Werner Corrales wernercorralesleal@gmail.com, @wernwrcorrales



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