James Forrestal,
Secretario de Defensa en Estados Unidos, apareció muerto en los jardines del
hospital donde estaba sometido a chequeo médico. La versión oficial fue
suicidio; pero en los mentideros políticos de la época prevaleció la convicción
de que Forrestal efectivamente se había suicidado, pero no en el hospital, sino
en el Pentágono. Escuchó un ruido ensordecedor y al asomarse por el balcón de
su despacho, vió que millares de bombarderos soviéticos volaban sobre la ciudad
de Washington. Se había hecho realidad lo que él mismo tanto vaticinó. Fue
víctima de su propio invento. Alucinó. Estaba en plena Guerra Fría.
Este inusitado
recuerdo del caso Forrestal me sorprendió. Supongo que tiene mucho que ver con
la idea fija, obsesiva, de Maduro de denunciar planes macabros de los
paramilitares colombianos. La situación desastrosa que vive Venezuela sería
culpa de ellos. Impresiona la denuncia detallada, minuciosa, de los
preparativos de esos paramilitares para apoderarse de nuestro país. Dispondrían
de muchos aviones, camuflados, estacionados en bases militares de Colombia con
custodia norteamericana. Mientras llega la hora de la acción directa, frontal,
prepararían el terreno con acciones de ablandamiento que incluyen el magnicidio
y atentados como el que cegó la vida del diputado Robert Serra.
Sin embargo, no es
verosímil que Maduro pueda ser víctima de alucinaciones. Su dependencia de La
Habana le infunde mucha seguridad en sí mismo y en su supervivencia política.
Además, le ha tomado el gusto a la buena vida. Le fascina sobrevolar el planeta
sin rumbo fijo rodeado de una especie de corte imperial flotante, sin que nadie
incurra en la impertinencia de recordarle los gravísimos problemas de escasez
de alimentos y medicamentos esenciales que padecen millones de venezolanos.
Esos millones de venezolanos allá abajo, que se las arreglen como puedan. No
hay riesgo, pues, de que Maduro pueda lanzarse al vacío desde el Balcón del
Pueblo, acosado por alucinaciones, tal como le sucedió a Forrestal.
Mientras Maduro viaja
y viaja, la situación económica se torna día a día más desesperante, como lo
revelan las colas interminables noche y día frente a abastos, farmacias y
supermercados. Lo que puede sobrevenir es una incógnita. Puede producirse una
explosión social generadora de incontrolable inestabilidad. Los ponderados, los
sensatos, los sosegados, consideran que lo realista e inteligente es realizar
una oposición “light” y esperar sin impaciencia que Maduro gobierne hasta 2019.
Está por verse si esos millones de venezolanos, acosados por el hambre, las
enfermedades, la inseguridad, están dispuestos a seguir rodando pasivamente y
en actitud de mansedumbre cuesta abajo con el país.
Octavio Lepage
olepageb@gmail.com
@Octaviolepage
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