Desde muy joven, madrugo. Cursé bachillerato
en el Liceo Militar “Gran Mariscal de Ayacucho” donde en el primer año ingresé
a la banda de guerra con lo cual a las 4 de la mañana estaba en pie para el
toque de diana que iniciaba el día. Disfruté mucho mis estudios en la UDO
Jusepín pero para cumplir con mis ocupaciones como líder juvenil de AD, en
Monagas, fue necesario que mantuviese mi residencia en Maturín por lo que aún
oscuro debía esperar en El Banqueado al por puesto que me llevaría a la
Universidad. Ya graduado llegaba a mi oficina a las 5 de la mañana y cuando fui
electo Gobernador hice costumbre arribar al despacho antes del amanecer para
atender, puertas abiertas, a todos quienes conmigo querían hablar.
Sigo levantándome muy temprano para atender
mis varias responsabilidades -hace poco, en un programa de televisión el
moderador me preguntó cómo podía, con tanto a la vez, a lo que respondí
recordando a uno de mis maestros, también ex Gobernador, que exhortaba a que
nuestros días fuesen largos y las noches cortas- pero en el camino al trabajo,
ya sea en Barcelona, Valencia, Caracas o Maturín, observo con pesar un cambio
en el paisaje urbano: se ha vuelto habitual, vergonzosamente habitual
agregaría, el toparme con decenas, no pocas veces centenares, de hombres y
mujeres, muchas con bebés en brazos, que también madrugan, en colas para
comprar “lo que haiga”; algunos, incluso más que madrugan velan porque se han
visto obligados a pasar la noche asegurando un lugar que les garantice comprar.
Colas en las afueras de HiperPDVales,
Bicentenarios, UNICASAs, Farmatodos, DAKAs, EPAs, JPérezAlemán, colas en
establecimientos públicos y privados, colas por pañales, papel tóale,
desodorantes, jabón de baño o para lavar, por baterías, cauchos, por azúcar,
harina pan, aceite, por neveras o aires acondicionados. Colas que tras salir el
sol, se prolongan por horas y se mantienen aunque llueva. Colas donde el tiempo
pasa lento y la indignación crece pero, “por ahora”, se traga porque es mucha
la necesidad.
Años atrás, durante el denominado “período
especial” en la Cuba comunista, observé las largas colas que el cubano de a pie
tenía que hacer para adquirir –libreta de racionamiento por medio- lo
indispensable para subsistir. Pensé que ese era unos de los males del marxismo
a la par que ni me imaginaba que, alguna vez, en Venezuela llegaríamos a pasar
por algo semejante.
Podemos dedicar días a discutir acerca de las
bondades o desventajas de distintas visiones/escuelas económicas-políticas,
escudriñando en los logros o desventuras de variados regímenes de gobierno,
analizando el porqué de los avances o retrocesos de diferentes sociedades, pero
basta ver al pueblo venezolano humillado en las colas para comprender que el
modelo de gestión, que desde hace 15 años largos se adelanta en el país, se
agotó.
Las colas, producto del desabastecimiento,
junto con la subida descontrolada de los precios –en el 2014, por segundo año
consecutivo la inflación de Venezuela fue la más alta del mundo- son la mejor
demostración del fracaso de un modelo que, salvo Corea del Norte, todas las
naciones del planeta han echado al “basurero de la historia”. El propio Fidel
Castro, mil veces citado e intentado imitar el modelo que implantó tras la
revolución, señaló recientemente, entrevistado en La Habana por el periodista
Jeffrey Goldberg junto a la experta norteamericana en relaciones exteriores
Julia Sweig: "El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para
nosotros".
Goldberg relató, en la revista The Atlantic,
que tanta fue su sorpresa que le preguntó a Sweig -una reputada experta en
asuntos cubanos- cuál era su interpretación a las palabras del ex presidente,
que continúa siendo primer secretario del Partido Comunista. Según Sweig,
Castro "no estaba rechazando las ideas de la revolución" sino que se
trataba de "un reconocimiento de que bajo el modelo cubano el Estado tiene
un papel demasiado grande en la vida económica del país". La analista
interpretó que con sus declaraciones Castro buscaba "crear un
espacio" para que su hermano Raúl pudiera poner en marcha las
"reformas necesarias”.
Ni que decir de China que con la muerte de
Mao se olvidaron del dogma para convertirse en la primera economía del orbe,
con millones de sus habitantes saliendo de la pobreza cada año y pasando a
constituir la más numerosa clase media de la tierra.
No es con decretos, discursos, persecuciones,
presos, decomisos, que el gobierno terminará con las colas y el
desabastecimiento como tampoco lo hará con el alza de los precios, los salarios
de hambre, la inseguridad, los malos servicios públicos, las carencias en salud
y educación –para mencionar solo lo que la gran mayoría de los venezolanos
identifica como sus problemas más importantes- es comprendiendo primero que
marcha por el camino equivocado, cambiando de rumbo inmediatamente después e
incorporando a todos los sectores de la vida nacional en el complejo proceso de
reconstruir al país. De que es posible, ejemplos sobran: basta con ver a
nuestros vecinos Colombia, Ecuador, Chile y hasta Bolivia y Nicaragua, cuyos
pobladores hoy exhiben niveles de vida muy superior a los de años atrás.
Luis
Eduardo Martínez:
vicerrector.ugma.unitec@gmail.com
@rectorunitecve
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